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El canto del colibrí

​​​​​(Cuarta y última parte)

Raúl Silva de la Mora

Cuando hace dos meses invité a Pepe Frank para conversar sobre su obra más reciente, no me imaginé que ese encuentro me llevaría a conocer una historia fascinante, que en cierta manera parece inverosímil. Mi idea era escribir solamente un artículo, pero la exuberancia de su relato me convocó a redactar una serie de cuatro episodios, que de ninguna manera han sido suficientes para evocar una vida marcada por un origen bélico: “Yo soy hijo de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Civil Española”.

Sabemos, sobre todo, del Pepe Frank que a través de la música ha construido una comunicación profunda con cientos, y quizá miles, de niñas y niños: “Casi todas mis canciones fueron provocadas por ella y ellos, quienes me regalaron un dibujo, un cuento, un sueño, una aventura, una pregunta, un enojo, o una carcajada en el salón de clases, en el escenario, y en mis programas de radio.”

Pero no sabíamos que su madre, Ilse Altmann, fue violinista, nació en Viena, y perdió el hijo que tuvo con su primer marido, en un bombardeo; que su padre, Luis Frank, nació en Lituania y fue un anarcosindicalista amigo de los revolucionarios españoles Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso. Tampoco sabíamos que la hermana de su abuela estuvo casada con el compositor de música clásica Johannes Strauss, ni que su abuelo jugaba ajedrez con Sigmund Freud. 

Muy poco se sabe, también, de las andanzas de Pepe Frank en los suburbios del rock y la música latinoamericana. Fundador de los grupos Citlalli y El Papalote. Frustrado integrante de Los folcloristas, a causa de su aspecto rubio ojiazul, aunque sus virtudes como músico eran reconocidas plenamente. Racismo a la inversa.

En esta cuarta entrega, hablaremos un poco de El canto del colibrí. Cuentos y canciones de Esperanza, la obra más reciente de Pepe Frank. Su esencia es la historia de una niña, Esperanza, que tiene la costumbre de subirse a lo más alto de los árboles, cuando su padre o su madre la llevan al campo. Allí, escucha el silencio y aprende el idioma de la naturaleza. El ruido del viento mueve las hojas y las hojas le dicen cosas, como también lo hacen una lagartija que trepa por un tronco, el canto de un pájaro y una ardilla que busca escondite para comerse la nuececita que encontró. En medio de esa comunicación, Esperanza se hace muy amiga de un ser vivaz y pequeño, llamado picaflor, huitzitzilin, chupamirtos, colibrí, quien le cuenta la tristísima historia de los infortunios que están devastando a la Madre Tierra (porque los ríos, porque los mares, porque el agua, porque el aire, porque el deshielo, porque el cambio climático, por la torpeza y la insensibilidad humana). A su vez, Esperanza le cuenta al colibrí los infortunios de niños y niñas que ya no pueden jugar en los parques, ni salir a andar en bicicleta por las calles, ni jugar fútbol callejero, ni hacer todo lo que antes hacían sus padres. La inseguridad, el tráfico, la contaminación les mantiene encerrados en espacios muy pequeños y llenos de “no hagas esto, no hagas lo otro”. Este encuentro de Esperanza con la naturaleza y el colibrí fueron el punto de partida para realizar talleres, donde muchas niñas y niños fueron construyendo este libro, apoyado por el FONCA y la UNAM. Como muchos proyectos de estos tiempos de pandemia, los talleres se realizaron de manera virtual, y estuvieron a cargo de YuritzquiSandoval. A partir de ellos se creó este libro, que reúne doce cuentos escritos por Jorge Manuel Villegas e ilustrados por Adler Reyes, y un disco con doce canciones, obra de Pepe Frank, en que las maravillosas voces de María Bordon y Nicolas Santa María resuenan cantándole a la esperanza y a una mitología de la cultura ancestral mexicana, materia de las invenciones sonoras de este ser que tiene en la música su más diáfana esencia, y cuyo nombre mundano es el de José Manuel Frank Altman. 

Faltó hablar en esta serie del mundo radiofónico de Pepe Frank. Sus programas también han sido una inspiración para varias generaciones de niñas y niños, construyendo comunidad de una manera sencilla, convocando a la imaginación para proponer un mundo donde el sentido común sea el de la alegría. Tener a Pepe Frank al aire, en la radio, es un privilegio que sólo la lucidez puede valorar: “yo creo que no puedes cambiar la estructura social, ni transformar una sociedad si no tienes educación y cultura”. 

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