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Comúnmente se trata a los clásicos con un aura de idealización; una especie de garantía o seguridad sobre los temas tratados. Esto suele pasar con el legado de algunos filósofos de la antigüedad, por ejemplo, con Platón, de quien desde hace siglos han corrido ríos de tinta alrededor de su prominente obra. Desde luego, esto se debe al carácter propio de sus ideas filosóficas como fundacionales del pensamiento occidental, que en buena medida compartimos.

Particularmente, en lo referido a educación, moral y política, que para el filósofo ateniense no eran aspectos desligados, sino un vínculo necesario para la formación de los ciudadanos que les conduciría asimismo hacia la felicidad. La travesía obligada sería el ejercicio de aptitudes, según el conjunto social al que se perteneciera, pasando desde luego por una formación y educación precisas. Es decir, más que acatar una especie de norma o legalidad por sí misma, entre otras cosas, la cuestión era desarrollar un tipo de ethos o carácter en función de ideas o valores universales como el bien, la verdad, la justicia y la belleza. A partir de ello habría todo un desarrollo filosófico que siguió por siglos dando forma tanto a diversas teorías como a instituciones.

Sin embargo, un aspecto importante que debemos resaltar es que si bien el pensamiento platónico dio origen a muchos de los conceptos que posteriormente fundaron teorías como la contractualista, la del Estado moderno, la de la división del trabajo, etc., no hay que pasar por alto que en su momento Platón postuló estas ideas justamente debido a la descomposición política de la que fue testigo.

Enrique Suárez-Iñiguez nos dice que el filósofo griego habría nacido luego de una peste que asolaría Atenas. Además de la muerte de Pericles, entonces gobernador, lo cual también habría abonado a una fuerte crisis política dada la imposibilidad de encontrar a un gobernador que supliera la importante figura. La muerte de Sócrates después de su condena injusta, la mala gestión y atrocidades de Los Treinta Tiranos durante la oligarquía, de la misma manera le hicieron repudiar a varios regímenes de gobierno, como eran la democracia y la oligarquía, por citar algunos. Su propuesta más bien estaba centrada en el gobierno de la aristocracia. Aunque el pasar del tiempo y de la historia nos ha demostrado que tampoco se trata de una forma adecuada de gobierno si de procurar el bienestar en general se trata.

Una cuestión importante, de entre tantas en el pensamiento platónico, se centra más bien en el cultivo de aptitudes que debería de tener cualquier persona que aspirara a cargos públicos. En diversas obras el filósofo plantea la necesidad de la preparación, del conocimiento, del dominio de las pasiones y también, cosa no menos imperiosa en nuestros tiempos, de que las personas en posesión de dichos cargos públicos se distanciaran de la necesidad de acumulación de riquezas, pues este anhelo no podría conducir más que a una ceguera y obstáculo para llevar a buen puerto el verdadero cometido o encargo de su función.

El cultivo de esta formación de carácter, con la gracia del cosecho de muchas otras virtudes, como el tener en cuenta la importancia de la verdad y su consecuente búsqueda, sería el tipo ideal de las características necesarias para conducir a un pueblo, a una sociedad. El manejo del poder en este sentido tendría una dirección bien marcada e identificada, la de servir y llevar al pueblo a las mejores condiciones para la consecución de la felicidad.

A reserva de las múltiples formas que ha tomado la configuración del Estado, del gobierno, de la democracia y su complicada y constante construcción, hay que decir que, idealmente, se necesita rescatar por lo menos la idea de la formación del carácter de quienes cumplen el encargo público. Hoy esto se concentra en códigos de ética, en manuales de mando y organizacionales, etc., pero nunca está demás recordar que, a través de la filosofía y de los siglos, se ha debatido el pujante y al parecer inacabado tema de cómo servir, cómo ejercer el poder y para quiénes en función también de los objetivos o metas sociales. Comenzar por la conformación del ethos me parece no solo un buen pretexto, sino una necesidad qué hay que repensar en nuestros contextos.

*Red Mexicana De Mujeres Filósofas / El Colegio de Morelos