

El populismo como fenómeno político suele generar debates intensos debido a sus características controvertidas y efectos en las instituciones democráticas, un rasgo particularmente distintivo de los líderes populistas es su tendencia a debilitar o incluso desmantelar instituciones clave del Estado. Este debilitamiento institucional no es accidental ni fortuito, sino parte de una estrategia deliberada que busca concentrar poder y garantizar la supervivencia política del gobernante o de su movimiento.
La razón principal por la cual los líderes populistas tienden a debilitar las instituciones radica en la necesidad imperiosa de eliminar o reducir contrapesos a su autoridad, las instituciones fuertes, autónomas y profesionales representan controles que limitan el poder absoluto del gobernante, algo que un populista percibe como una amenaza directa a su agenda y estabilidad en el poder. De esta manera, instituciones como el Poder Judicial, los organismos electorales, los entes reguladores o incluso los medios públicos suelen ser los primeros objetivos del ataque populista, al ser espacios donde puede surgir resistencia o crítica hacia el gobierno.

Un caso claro es el del presidente venezolano Nicolás Maduro y, anteriormente, Hugo Chávez, quienes sistemáticamente debilitaron el Tribunal Supremo de Justicia y los órganos electorales, transformándolos en entidades al servicio exclusivo del gobierno. La consecuencia fue una pérdida de legitimidad democrática y un retroceso significativo en los derechos civiles y políticos de los venezolanos.
En México, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) mostró patrones similares, aunque con métodos más sutiles, intentó reiteradamente debilitar organismos autónomos como el Instituto Nacional Electoral (INE), entre muchos otros, argumentando que son instituciones corruptas o excesivamente costosas. El objetivo real detrás de estos ataques es debilitar un contrapeso crucial en la democracia mexicana, lo cual facilitaría al presidente y a su movimiento un control más amplio del poder político y electoral.
Este debilitamiento institucional se acompaña de otra práctica común entre los populistas: la designación de personas leales aunque poco competentes en posiciones clave del gobierno. La lógica detrás de esta decisión responde directamente al objetivo populista de controlar todas las facetas del poder político sin resistencia interna. Para los líderes populistas, la lealtad personal pesa mucho más que la capacidad técnica, la experiencia profesional o la eficacia en la gestión pública. Esta práctica genera una red de dependencias que asegura obediencia y fidelidad incondicional a los designios del líder.
En Estados Unidos, la presidencia de Donald Trump es ilustrativa de esta dinámica. Trump priorizó la lealtad personal por encima de la capacidad técnica o profesionalismo, reemplazando sistemáticamente a funcionarios competentes pero independientes con personas cuyo principal mérito era la fidelidad absoluta al mandatario. Esto está resultando en una administración altamente caótica, marcada por escándalos constantes, filtraciones internas y decisiones políticas impulsivas y poco fundamentadas.

Los líderes populistas debilitan las instituciones democráticas esenciales y priorizan la lealtad sobre la competencia técnica para consolidar su control político y reducir los obstáculos que puedan limitar su poder, esta dinámica produce efectos negativos profundos en la calidad democrática de un país, deteriora la confianza ciudadana en las instituciones y puede generar crisis políticas y económicas graves. El populismo, en su búsqueda obsesiva por concentrar poder, termina dañando la propia estructura democrática que promete defender, sacrificando la estabilidad institucional y el bienestar general a cambio de garantizar la continuidad política del líder o del movimiento populista.
*Universidad Autónoma del Estado de México
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