“Aún recuerdo esos días tan detalladamente que pareciera que no hay pasado más de 30 años, tengo impregnado en mi mente esas tardes en medio de la ciudad en una cafetería de supermercado típica de los años 90s, con mesas de colores y sillas un tanto incómodas. Aquellos días eran pequeñas aventuras que vivía con mi papá, huíamos de la rutina y de la disciplina de mi mamá para dedicarnos un rato y disfrutar de la manera en que a mi corta edad le contaba mis historias inventadas, mis amigos de la escuela, esa maestra que no me quería, los regaños que para mi corta edad eran innecesarios y crueles, además de todos los castigos enfrentados relatados como pequeñas victorias de una niña inquieta. Nunca vivimos en la opulencia, mis padres luchaban día con día para dibujarme una infancia feliz, no me quejo, el esfuerzo valió la pena, sin embargo, no era prudente comer en un restaurante, por lo que la cafetería era la opción más adecuada.
Mis platicas con mi papá eran una batalla de aventuras, él en su trabajo y yo en la escuela, cada uno exageraba, imitaba voces, replicaba movimientos y ofrecíamos efectos especiales con nuestros propios medios; aquello parecía una clase de actuación. Pero además yo le hacía miles de preguntas que solo un adulto me podría contestar, me contaba de política, crisis económica, religión, historia de nuestro país y algunos consejos de vida brotaban de su mente porque él sabía que en las siguientes décadas me servirían de referencia. Para acompañar la gustosa plática mi papá compraba dos rebanadas de mega pizza, el adjetivo tenía mucho sentido cuando te la servían; se trataba de una rebanada con dimensiones enormes aparentando compensar tres rebanadas tradicionales y con un sabor bastante agradable, a pesar de nuestra limitante económica, mi papá siempre se esforzó en forjarme como una mujer educada y “elegante”, ese era el término que siempre utilizó, por lo que solicitaba a los trabajadores un cuchillo y un tenedor además de su rechazo por el consumo de refrescos, se añadía al pedido una botella de agua simple al que agregaba un vaso de plástico.
La fotografía era excepcional, era un padre con su hija preescolar sentados en una simple mesa con dos rebanadas enormes, cubiertos y vasos de plástico, una plática interminable, risas, consejos y la sensación de que nada malo me pasaría sentada ahí a su lado intentado comportarme como la mujer que él imagino al verme nacer. El sabor y olor de la pizza aparecen en momentos muy específicos, aunque la verdad no he logrado determinar si solo es cuando me siento triste o feliz, creo que es cuando en mis momentos de soledad viene a mi una pregunta ¿Qué pasaría si mi papá siguiera a mi lado físicamente? Algunas lagrimas brotan, respiro profundamente y continuo con la batalla de la vida, pero debo admitir que una rebanada de pizza es un momento agradable de liberación, imagino que es la misma sensación de un adicto con una sustancia que le promete felicidad momentánea, pero en mi caso, es recordar aquel momento en que me sentía segura, protegida y amada.
Nunca nadie me había preguntado las razones de porqué me gusta comer pizza, incluso puedo devorar una completa sin ayuda de nadie sintiéndome plenamente contenta, aunque después mi entrenador y nutriólogo me regañen como si hubiese hecho un acto tiránico, me castigan con ejercicio y una constante dieta que me deja con mucha hambre y una sensación de tristeza que a veces confundo con un autodiagnóstico de depresión. No había entendido que en los momentos que me sentí feliz no había una dieta hipocalórica ni alimentos libres de gluten.”
Normalmente durante una consulta de nutrición no se pregunta el por qué del consumo de ciertos alimentos que no necesariamente tienen que ser una pizza o hamburguesa, sino que también puede ser un guisado, un postre o algún platillo típico de ciertas regiones del país; la clave importante es escuchar los recuerdos que genera su consumo y las sensaciones que generan regresar el tiempo dentro del cerebro humano. Se trata de empatía y humanismo que debería estar presente dentro de toda consulta nutricional y médica, escuchar y permitir ese desahogo reprimido que pudo estar presente por muchos años.
No se trata de convertirse en el dictador de la alimentación e indicar qué comer en cada momento del día, se trata de recordar que somos humanos y cada uno guardamos una historia que explica las acciones consientes, nada se hace sin la voz interna del inconsciente.
*Psico nutrióloga
Imagen cortesía de la autora