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¿PUEDE LA IGLESIA CONVIVIR CON EL PODER?

Hugo Carbajal Aguilar

Difícil papel el de la Iglesia –Institución. Más difícil aún en tanto que no realiza un mínimo examen de conciencia para advertir sus desórdenes propios al interior mismo de su estructura. Hace algunos años -en la presentación del libro de Carlos Fazio, “La Cruz y el Martillo”- teniendo a un lado a Don Sergio y al autor- inicié mi presentación con la siguiente frase: La Iglesia es santa y prostituta. Al advertir la mirada de Don Sergio dije inmediatamente: “Esto lo dijo Don Sergio, quien añadió además: “porque se acuesta con cualquiera”.

Revisando la Historia de la Iglesia –hay un texto muy celebrado de Enrique Dussel- descubriremos complicidades que esta sacrosanta institución ha establecido con los poderosos de todos los tiempos y el cómo se ha comportado con sus mejores hijos. Ha llegado a negar las excomuniones contra los Curas Hidalgo y Morelos que, en edificante caridad cristiana, emitió.

Pero aún conserva pese a todo a personajes ejemplares que siguen luchando porque esa Su Iglesia recupere el mensaje evangélico, se ponga definitivamente del lado de los pobres, denuncie la injusticia, los abusos del poder y del dinero, condene sin más a los puritanos fariseos actuales que se sienten con derecho a robar y a corromperse después de ir a misa y comulgar. Peña Nieto no dudó en ir al Vaticano a hablar con Benedicto XVI -el Papa a quien por cierto le llamaban “El Pastor Alemán”- y anunciar su boda con su nueva novia después de haber enviudado por la muerte de su esposa en circunstancias oscuras. La fantochería y el cinismo se aposentan en los poderosos y es necesario desenmascararlos.

Esos ejemplares personajes son Obispos y sacerdotes comprometidos con la causa del Evangelio y con el mensaje salvífico de liberación. Don Pedro Casaldáliga por ejemplo, Don Samuel Ruiz, Don Arturo Lona y por supuesto, Don Sergio quienes dejaron lecciones de dignidad como cristianos que eran… que siguen siendo. La Teología de la Liberación está vigente, más que nunca. Enunciemos, si gusta Ud., algunas ideas centrales de este comprometido estudio eminentemente latinoamericano.

Que la Religión sea el opio del pueblo es frase dogmática dicha fuera de contexto. No marxista pues. El fenómeno religioso ha jugado un relevante papel en los movimientos populares de liberación.

Desde 1968 y más aún desde principios de los años 60s en que el Concilio Vaticano II abrió las ventanas de la Iglesia para refrescarla (gracias al Papa Juan XXIII, de regocijada memoria) el movimiento y la inquietud de muchos cristianos buscaron caminos nuevos para la práctica de su fe, caminos no tan nuevos en tanto que sólo se referían a la lectura original de los textos bíblicos contextualizados e interpretados desde el único punto de vista posible: el de los pobres.

Surge en esa década la llamada Teología de la Liberación que busca originalmente una respuesta a la interrogante: ¿Qué relación hay entre la salvación y el proceso histórico de liberación del hombre?

Los alcances de esa respuesta implicaron el análisis estructural de nuestros países de Amerindia y –con ello- el descubrimiento de las terribles condiciones de miseria y de injusticia de las masas empobrecidas. Este continente mayoritariamente cristiano se descubría a sí mismo y a su condición histórica. El análisis marxista fue todo un instrumento eficaz que reveló las causas estructurales de la pobreza y explotación que nos agobian.

¿Qué papel jugaba aquí la Iglesia como Institución? y ¿qué papel jugaba entonces el cristianismo?

A raíz del Concilio, la Iglesia buscó afirmarse como una Institución de Servicio y no de Poder; que no diera la impresión de estar centrada sobre ella misma; que no “se encontraba” sino cuando “se perdía”, cuando era capaz de vivir “las alegrías y esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo” (Constitución Gaudium et Spes, 1 –El Gozo y la Esperanza- Documentos del Concilio Vaticano II).

Esto ofrecía un nuevo enfoque para ver la presencia y el actuar de la Iglesia en el mundo partiendo de una reflexión teológica. Se trataba de una exigencia de acción pastoral, de compromiso, de servicio a los demás. La Teología se entendió entonces como reflexión, como actitud crítica. Lo primero era y es el compromiso de caridad, de servicio. La Teología venía después, como acto segundo.

El compromiso de caridad, de amor, de servicio, de espíritu fraterno de la Iglesia tiene pues una connotación histórica, es compromiso histórico que tiene un privilegiado lugar teológico. La verdadera interpretación del sentido revelado por la Teología se da en la praxis histórica, es la reflexión crítica de la praxis histórica a la luz de la palabra.