
De nombre Lydia, como los toros, bravos, indomables, feroces que no se amedrentan ante el engaño, ni el estoque.

De figura pequeña que oculta el coraje y vigor con los que enfrenta la vida.
La gravedad del problema parece doblegarla, pero cual frágil palmera, resiste el vendaval y airosa se levanta demostrando su fuerza
Cuando la enfermedad la deprime, el sol la fortalece, por eso en días nublados, no se debe trabajar.
De temperamento fuerte, dominante, no es fácil de amedrentar.

De inagotable energía que lo mismo ejerce al nadar un maratón que en la cotidiana fajina del hogar.
De ojo pequeño, mirada inquieta, traviesa que parece un espejo que nítido refleja alegría, malestar, o las travesuras que acaba de tramar.
De manos ágiles, cariñosas, creativas que lo mismo consuelan, alimentan, curan, diseñan, construyen, trabajan incansables, sin parar; parece que sus manos firmaron un pacto con las ollas, la ropa, la comida, las escobas y tantas y tantas cosas más.
¡De diminutos y regordetes pies que se desplazan veloces, quisieran volar!
De cantarina risa que llena el espacio y acalla su silencioso meditar.
De dientes pequeños, blancos y discretos,
De piel suave, que se resiste a la edad.
De cabello delgado, fino, que cepilla con desdén.
De corazón desprendido.
De sueños y añoranzas, de inquebrantable fe.
De espíritu aventurero, intrépido y jovial.
Amiga solidaria, confidente casual.

De profesión madre, ayer, hoy y mañana, sin concesiones, sin vacaciones, sin edad, sin distinción.
Madre de hijos, ¿sobrinos, nietos, padres, esposo, amigos… y mascotas?… también.
