Hacer un ejercicio de memoria para no olvidar la historia de quienes han luchado por transformar la realidad.
El Informe del Mecanismo para la Verdad y el Esclarecimiento Histórico refiere un capítulo a Rosario Ibarra y el Partido Revolucionario de las y los Trabajadores: «La decisión del PRT de elegir como su candidata presidencial a Rosario Ibarra de la Garza, mejor conocida como Rosario Ibarra de Piedra, tuvo un fundamento político relevante. Ella era madre de Jesús Piedra Ibarra, estudiante de Medicina en Monterrey, quien, en abril de 1975, fue detenido, torturado en una prisión clandestina, enviado al Campo Militar Número 1 y finalmente desaparecido por la Dirección Federal de Seguridad (DFS), al mando de Miguel Nazar Haro.»
En 1977, comenzó a buscar a distintos grupos políticos, se unió con otras madres de desaparecidos y creó el Comité de Familiares Pro-Defensa de los Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos. Después, participó también en la conformación del Frente Nacional Contra la Represión (FNCR).
El PRT participó desde el inicio en las luchas de ambas organizaciones. Rosario Ibarra calificaba como irracional el objetivo que pudiera tener el Gobierno para mantener a las personas desaparecidas. Además, en tiempos en que el Gobierno promovía abiertamente la reforma política, como una estrategia para ganar legitimidad, ella denunció: “nunca se podrá hablar de reforma política mientras en las cárceles —legales o clandestinas— haya una sola persona reprimida por sus ideas políticas”.
Gracias a su lucha, Rosario Ibarra se convirtió en un símbolo nacional, e incluso internacional, en la denuncia de la represión estatal, y específicamente por la amnistía de los presos políticos, la presentación de las personas desaparecidas y la desaparición de policías anticonstitucionales como la Brigada Blanca. Esta denuncia sistemática se engarzó con la postura del PRT, caracterizado por su “intransigencia ante las políticas del Gobierno, sus achichincles y sus aliados”.
La campaña presidencial del PRT en 1982 inició en Atoyac de Álvarez, Guerrero, lugar emblemático de las violaciones graves a derechos humanos cometidas por agentes estatales y reflejo “de la represión más brutal de México”. Durante esa campaña presidencial, Rosario Ibarra denunció la represión y señaló la inexistencia de democracia ante la persistencia de casos de desaparecidos y presos políticos, además de llamar a “la organización y la lucha independiente de los trabajadores”.
Para la candidata, la existencia de presos políticos era “una muestra de que en México sí existe la violación de derechos humanos”, aunque las autoridades siempre lo negaran en todos los foros internacionales. Se pensaba que esta denuncia no tendría impacto social, sin embargo, Rosario Ibarra salió adelante y preocupó al poder. De ahí que los actos de la campaña presidencial del PRT fueran objeto de vigilancia militar.
La lucha de Rosario Ibarra por la defensa de los derechos humanos no concluyó tras la elección presidencial de 1982, sino que se mantuvo de manera permanente. En esta lucha, el PRT siempre la acompañó, por lo que volvió a ser su candidata a distintos cargos en las tres elecciones siguientes. El partido se vinculó a movimientos sociales y a la denuncia de la violencia estatal, en una época en la que casi no se hablaba de derechos humanos y la solidaridad era muy difícil, pues buena parte de la sociedad se encontraba aterrorizada tras los hechos violentos del 2 de octubre de 1968. En su momento, “la lucha de Rosario Ibarra fue minoritaria”, pero con el tiempo cobró mayor fuerza.
El activismo de Rosario Ibarra por la defensa de los derechos humanos en México no sólo fue pionero; tuvo un carácter universal. Para ella, al momento de hablar de las víctimas de violencia política, no cabían las distinciones entre mexicanos y extranjeros que vivían en México, ni tampoco entre civiles y funcionarios estatales.
Durante su lucha en defensa de los derechos humanos, Rosario Ibarra también sufrió represión. Además del constante hostigamiento, las amenazas y la vigilancia de la que era objeto de parte de agentes del Estado, Ibarra de Piedra fue víctima de agresiones físicas varias veces.
Una ocurrió, por ejemplo, el 28 de agosto de 1978, cuando el Frente Nacional Contra la Represión participó de manera solidaria en el inicio de una huelga de hambre realizada por familiares de presos y desaparecidos políticos. La huelga se instaló en la Catedral Metropolitana, al lado del Zócalo del Distrito Federal. Los agentes estatales ingresaron al recinto religioso y desalojaron a todos, incluyendo a Rosario Ibarra, a quien sacaron del lugar “casi a rastras”.
El 19 de noviembre de 1982, Rosario Ibarra se vio involucrada en un episodio similar, en este caso, un plantón del Frente Nacional Contra la Represión afuera de la Catedral Metropolitana, con la participación solidaria de varios miembros del PRT. El objetivo del plantón, que ya llevaba varias semanas, era que el Gobierno federal informara “detalladamente sobre el paradero de 500 desaparecidos”. Se tenía contemplado protestar contra el presidente López Portillo el día del desfile del 20 de noviembre de 1982, pero el Ejército desalojó del plantón a Rosario Ibarra y a sus acompañantes, en medio de insultos, golpes y empujones. A pesar de ello, al día siguiente, el plantón regresó al Zócalo y la protesta se llevó a cabo.
Los ataques, amenazas, intimidaciones y hechos de violencia no minaron ni detuvieron la lucha política de Rosario Ibarra de Piedra por la defensa de los derechos humanos. El alcance que tuvo su lucha se reflejó, entre otras cosas, en su candidatura al Premio Nobel de la Paz en 1986, la cual ella calificó como “‘un golpe político a las mentiras del Gobierno’ […] es un reconocimiento a la lucha del pueblo por la presentación de los desaparecidos políticos”.
Esta narración forma parte de un informe que merece que no solamente quede en declaraciones, sino que permita avanzar en la verdad y justicia largamente pospuestas.
A unos días de que se cumplan 10 años de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, y parafraseando a Doña Rosario, coincidimos que ayer como ahora ¡no hay democracia con desaparecidos!
Foto: CNDH