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El Día Mundial de la Salud conmemorado cada 7 de abril, es un recordatorio del compromiso global con la salud como derecho humano universal. En 2025 la Organización Mundial de la Salud (OMS) eligió el lema “Comienzos saludables, futuros esperanzadores”, para subrayar que todas las personas sin distinción, deben tener acceso a servicios de salud seguros, eficaces, asequibles y de calidad; este derecho abarca no solo la atención física, sino también la salud mental (OMS, Día Mundial de la Salud, 2025).

Sin embargo, durante décadas la salud mental fue relegada a un segundo plano en las políticas públicas y en la atención sanitaria; hoy se reconoce como una parte indivisible de la salud integral, toda vez que no puede haber un estado de satisfacción y equilibrio en el que una persona se pueda desenvolver y se sienta bien, si no se garantiza también el equilibrio emocional, psicológico y social. Así lo establece el Plan de Acción Integral sobre Salud Mental 2013-2030 de la OMS, que promueve la cobertura universal, intersectorial y basado en derechos humanos, para responder al creciente número de personas que enfrentan trastornos como la ansiedad o la depresión.

La Organización Mundial de la Salud define la salud mental como “un estado de bienestar que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, aprender y trabajar adecuadamente e integrarse en su entorno”. La inclusión de este enfoque en tratados internacionales, como en el artículo 12 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, obliga a los Estados Nacionales a garantizar servicios accesibles, integrales y libres de discriminación en busca el pleno desarrollo del ser humano (OMS, Salud Mental).

La ansiedad y la depresión son los trastornos mentales más frecuentes, representan los mayores obstáculos para garantizar el derecho a la salud mental y su creciente prevalencia evidencia la necesidad urgente de atención.

En 2019 se estimaba que 301 millones de personas padecía algún trastorno de ansiedad y para 2023 el 4% (321.8 millones) de la población mundial viven con este tipo de afección de acuerdo con la OMS (2023). La ansiedad generalizada y el trastorno de pánico son dos de las condiciones prioritarias del Programa de Acción Integral para Superar las Brechas en Salud Mental (Mental Health Gap Action Programm mhGAP, por sus siglas en inglés), cuyo objetivo es fortalecer los servicios de salud mental, incluso a través de personal no especializado (OMS, Trastornos de ansiedad, 2023).

En lo que respecta a la depresión, se calcula que afecta a 280 millones de personas en el mundo y es hasta 50% más frecuente en mujeres que en hombres. Cada año más de 700 mil personas mueren por suicidio, lo que representa un sufrimiento humano y familiar. El suicidio es hoy la cuarta causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años y aunque existen tratamientos eficaces, la OMS advierte que más del 75% de quienes padecen estos trastornos en países de ingresos bajos y medios no reciben atención (OMS, Depresión, 2023).

En nuestro país los datos no son menos preocupantes; según el INEGI (2021), cerca de 35 millones de personas han experimentado algún episodio depresivo. La Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado (ENBIARE, 2021) reveló que el 19.3% de la población adulta presenta síntomas de ansiedad severa y otro 31.3% manifiesta ansiedad en distintos grados.

De acuerdo con la Secretaría de Salud (2024) los trastornos mentales más atendidos son precisamente la ansiedad (52.8%) y la depresión (25.1%), no obstante, muchas personas siguen sin buscar ayuda debido al estigma social, el miedo a ser juzgadas, discriminadas o etiquetadas como “enfermas mentales”, lo que las empuja al aislamiento y al sufrimiento en silencio. Este estigma no solo retrasa el diagnóstico y el tratamiento, también perpetúa la desigualdad en el ejercicio del derecho a la salud mental. (Infografía de Comisión Nación de Salud Mental y Adicciones).

El impacto de los trastornos mentales en la infancia y adolescencia es cada vez más visible y preocupante. La OMS (2024) han advertido que 1 de cada 7 personas menores entre 10 y 19 años padece alguna alteración relacionada con la cognición, las emociones o el comportamiento. Estos datos coinciden con el creciente número de diagnósticos de depresión y ansiedad en este grupo etario, muchos de los cuales permanecen sin tratamiento adecuado (OMS, La salud mental de los adolescentes, 2024).

El Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) en México, estima que entre 60% y 80% de las y los infantes diagnosticados con depresión moderada o grave tienen antecedentes familiares de trastornos afectivos. En niñas y niños de entre 7 y 11 años los síntomas pueden manifestarse como pérdida de interés en el juego, cambios notorios en el peso o presencia de dolores sin explicación médica. Para el caso de adolescentes, las señales se tornan más alarmantes: ideas de muerte, desesperanza, intentos suicidas y aislamiento social. Esta realidad no solo implica un grave problema de salud pública, sino un llamado urgente a garantizar el derecho a la salud mental desde la infancia (Amexi ,Vida y Estilo, Alarma el incremento de la depresión infantil en México).

De acuerdo con Revista Global UNAM (2024), las causas de la depresión infantil suelen dividirse en dos grandes factores: la predisposición genética y los factores ambientales. En esta segunda se incluye experiencias de violencia en el hogar, pérdida de seres queridos o situaciones de abandono emocional. No atender estas señales bajo el falso argumento de que “se les pasará con la edad” puede desencadenar efectos graves en la vida adulta tales como consumo de sustancias inadecuadas, conductas delictivas, dificultades para establecer relaciones afectivas, abandono escolar, etcétera (UNAM, Revista Global Depresión infantil: cómo detectarla y abordarla 2024).

Reconocer la salud mental como un derecho humano desde la infancia no solo representa una medida de prevención estructural, sino una acción urgente y necesaria para construir una sociedad más empática, resiliente y justa. Asegurar servicios accesibles, integrales, de calidad y libres de estigma es indispensable para hacer frente al creciente número de personas, especialmente niñas, niños y adolescentes, que padecen trastornos mentales. En México persisten múltiples carencias y deficiencias en el sistema de salud: escasez de personal especializado, atención centralizada en zonas urbanas, baja inversión en salud mental y una cobertura fragmentada, sobre todo en zonas rurales y marginadas. Estas limitaciones, aunadas al estigma social, dificultan el diagnóstico oportuno y perpetúan la invisibilidad del problema.

El actuar del Estado mexicano ha sido insuficiente, aunque existen planes y compromisos internacionales que reconocen la salud mental como parte integral del derecho a la salud, su implementación en el país ha sido limitada, sin políticas públicas robustas, transversales, ni una coordinación intersectorial efectiva. En el marco del próximo 30 de abril, Día de la Niña y el Niño, esta reflexión se vuelve más urgente: proteger su salud mental es garantizar su presente y también su futuro.

* Profesor universitario y especialista en derechos humanos

Ismael Eslava Pérez