

Hace unos días leía en el muro de José Manuel Galván Leguizamo, “Topo”, un teatrista morelense de aquellos que trotaron al lado de Mariano Leyva, su preocupación por el compañero actor Fernando Hernández Silva, mejor conocido por su nombre de batalla: “El Fantasma”. Con casi 80 años, este artista de la escena vaga por el centro de la ciudad de Cuernavaca con problemas varios de salud en una evidente situación de calle. Se le suele encontrar de manera reiterada cerca del quiosco de la Plaza de Armas y calles circunvecinas. La tragedia de una batalla largamente sostenida contra el alcohol y la desazón de la intermitencia laboral han llevado a nuestro colega a un pozo profundo que requiere de atención y contención.
Fernando Hernández Silva, “El Fantasma”, lleva casi 60 años de actividad teatral en el estado de Morelos desde aquel legendario grupo Mascarones que desde las luchas de izquierda buscaba transformar al país. La búsqueda de justicia social los llevó por caminos del teatro político y popular que no en pocas ocasiones fue perseguido, censurado o ignorado por la cultura oficial. Su trabajo, lo dicen sus compañeros de lucha, fue de peón sobre el escenario, de actor constante que nunca dejó las tablas, de soldado de trinchera en épocas en que levantar la voz era una condena al ostracismo para las políticas públicas. El teatro político y popular de los años 60s y 70s también amplió los caminos para un movimiento de teatro comunitario campesino morelense que se ha consignado en la historiografía de manera insuficiente.

En la revista PASODEGATO se dedicó el perfil del número 84, abril-junio 2021, a Fernando para homenajear una vida dedicada al teatro. Galván Leguizamo y Raúl Silva lo recuerdan así en una entrevista que le hicieron: <<Literalmente, un machetero siempre firme en el escenario, con sus textos completamente aprendidos, incluso con la disciplina de mantener el libreto en la mano, minutos antes de la función, repasando líneas complicadas para darle “con todo arriba del tablado”. Motivado por el profundo deseo de “participar en la trinchera de la lucha cultural”, que lo mantiene aún “jirito”, pasando desapercibida la horade comida hasta terminar la tarea o desvelándose continuamente,ofreciendo material cercano para sostener económicamente lo fundamental, convicción que se fue forjando a lo largo de las constantes funciones realizadas en los lugares menos pensados, adquiriendo las mentadas “tablas escénicas” de una manera popular. Tantasrepresentaciones, en suma, que bien podría poner una cadena demadererías. En pueblos apartados, en los montes, en las sierras; en escuelas rústicas, cárceles, jardines de niños, atrios de iglesias, calles de colonias marginadas, en esos lugares catalogados regularmente como “puntos rojos” y, a veces, hasta en cómodos edificios teatrales del interior y exterior del país.>>
El tema de la seguridad social para los artistas ha estado en la agenda de Secretaría de Cultural federal gobierno tras gobierno sin terminar de aterrizar en qué significará eso y cómo se pondrá en práctica. El programa piloto de Incorporación Voluntaria al Régimen Obligatorio del Seguro Social de Agentes Culturales Independientes está en marcha, pero desconocemos hasta ahora los resultados. A nivel estatal también es un reclamo no atendido que sería buen momento de retomar ahora que la nueva Ley de Cultura y Derechos Culturales tendría que entrar en vigor de manera práctica. Recordamos todavía al mimo Paktú que ha pasado por episodios prácticamente de indigencia y que ahora se presume está en un asilo en Iztapalapa, CDMX, después de haber sido parte del diario vivir de la ciudad de Cuernavaca. Sería importante que estos asuntos se retomen, así como otros concernientes a los derechos de los artistas en nuestra entidad.
El Fantasma, Fernando Hernández Silva. Foto: Cortesía del autor
