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Omar Alcántara Islas*

Hasta donde sé (y por eso no ganan más votos), no existe en la plataforma de ningún partido político en México, la idea de reducir la semana laboral en nuestro país a cuatro días, sin que se reduzca el salario, por supuesto. Y no se ha terminado de escribir el primer párrafo de esta opinión cuando ya se escucha la acusación: «¡vaya reflexión para huevones!»

Por supuesto, hemos introyectado hasta la médula la idea de que la vida existe solo para trabajar, porque así nos lo enseñaron la Biblia y nuestros padres. En la primera, solo se considera el descanso para el séptimo día, al tiempo que se condena al primer hombre a ganar el pan con el sudor de su frente. Para nuestros progenitores, en cambio, valieron más, en muchos casos, las penas corporales que las palabras.

No es para menos, en español la palabra «trabajo» proviene –según la mayoría de las fuentes–– del latín tripalium, un objeto de tres piezas donde se colocaba a una persona para ser torturada, ¿no merecemos reducir ese acontecimiento a solo cuatro veces por semana? Aún con lo anterior, sigue siendo la mayor parte del tiempo, pero por algo se empieza. Hay empresas o instituciones en países como Islandia, Alemania, Nueva Zelanda, Reino Unido, Japón, Estados Unidos y Brasil, donde ya se ha implementado esta idea con resultados positivos, incluyendo una mejor producción, beneficios para la salud y relaciones más satisfactorias entre colegas.

El alemán Max Weber es el gran referente para pensar en el tema. En el ya clásico La ética protestante y el espíritu del capitalismo examina cómo está anidada la carga ideológica del espíritu mercantilista en la cultura angloeuropea, de la cual –quizá para mal, pues a unas sociedades tan relajadas como las mexicanas las quisieron hacer a toda costa lucrativas– somos herederos. Así lo entendían también los nazis, los cuales colocaron a la entrada de Auschwitz la leyenda: Arbeit macht frei («el trabajo te hace libre»), con lo que expresaban que quien entraba ahí, de cierta forma colaboraba, claro, de la manera más miserable, con el gran capital.

No se ha llegado al quinto párrafo sin que el amigo capitalista frunza el ceño y sin salir indemne de todo tipo de acusaciones, piense el lector en las más ofensivas, aquí solo enumero algunas: «huevón, flojo, haragán, pachorro… ¿no te ha costado trabajo pensar en una semana laboral de cuatro días?» Para quien no gusta de la lectura o del pensamiento, el trabajo mental no cuenta, es otra forma de la holgazanería, por lo cual la columna estaría pidiendo no sólo algo absurdo sino también un sinsentido.

Una paradoja, pues para ellos el que trabaja con ideas o con palabras no trabaja, entonces, no tiene derecho a pedir menos trabajo. No estamos de acuerdo con estas formas de no pensar, por más arraigadas que estén en nuestra cultura, mas lo importante es llegar a comprender que la vida no se hizo para trabajar, por más que el lugar común se esfuerce en demostrar lo contrario. Es más, no sabemos para qué se hizo la vida –aunque algunos convencidos dirán que lo sabemos, pero allá ellos–.

¿Por qué, entonces, no darnos más tiempo –lo más valioso que tenemos– para realizar lo que redunda en un beneficio más profundo que el trabajo? Me refiero al ocio y a lo que cada quien quiera hacer con él: pensar, mirar más películas, leer más libros o periódicos, hacer más ejercicio, jugar, pasar más tiempo con la pareja o la familia, bailar, aspirar a la alegría… Recuerdo a mi padre diciéndome que un día descansaría del trabajo para siempre; sin duda, ese destino es inflexible, aunque aquí se insiste, ¿debe dedicarse la mayor parte de la vida a trabajar? Perdóneme el adicto al trabajo por esta ofensa.

Sin embargo, para obtener los placeres del ocio se necesita el dinero. Pero si esto es escandaloso, en otra ocasión hablaremos del ingreso básico universal o de cómo cada ciudadano debería recibir una renta básica que le permita vivir dignamente con independencia de quién sea o a qué se dedique.

No obstante, en nuestro país sigue congelada la iniciativa para la reduccción de la semana laboral de 48 a 40 horas, así que algo más parece utópico, por lo cual, es necesario seguir presionando a nuestros representantes para que se apruebe ese pendiente, ya que es irremplazable comprobar en la realidad que «los tiempos están cambiando», como cantaba Bob Dylan (otro perezoso).

 

*Profesor de literatura (sin trabajo)