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  • A 106 años de su muerte, la pobreza en el campo morelense demuestra que repartir la tierra no basta.
  • 99% de los ejidos y comunidades de Morelos tiene la mitad de su superficie sin disponibilidad de agua: RAN.
  • Persiste la presión de inmobiliarias para comprar terrenos a los campesinos, mediante cambio de uso de suelo.

Antimio Cruz

Tuvieron que armar una celada, para hacerlo bajar a Chinameca. Tuvieron que matarlo por la espalda, con siete disparos militares. Tuvieron que fotografiarlo muerto, para obligar al Ejército Libertador del Sur a deponer las armas. Así perdió la vida el campesino, revolucionario y General morelense Emiliano Zapata Salazar; conocido hasta hoy como El caudillo del sur. Tenía entonces 39 años.

Sin embargo, todos los artificios, tretas y traiciones, articulados el 10 de abril de 1919, por órdenes de Venustiano Carranza, engendraron un mito y un referente ético que colocó a Zapata, en el inconsciente de millones de personas, como un hombre honesto; un tipo de mártir vernáculo que sacrificó su vida por los más débiles, que no buscó ser gobierno y que persiguió una reparación justa a los agravios y despojos sufridos durante siglos por las comunidades indígenas y campesinas.

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“Estuve tranquilo hasta que se levantó el sur”.

Palabras de Porfirio Díaz, quien gobernó México 31 años y abandonó el cargo el 25 de mayo de 1911, en medio de la naciente revolución, seis días después de que Emiliano Zapata tomó Cuautla.

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El legado positivo de Zapata: La lucha y pensamiento del revolucionario nacido en Anenecuilco, en 1879, hizo que 27 mil hombres se unieran a su ejército revolucionario, que estuvo en armas 8 años, entre 1911 y 1919. Pero más allá de las acciones militares, su planteamiento ético y político impulsó la reforma agraria que hizo que, entre 1915 y 2024, el gobierno mexicano entregara 107 millones de hectáreas de todo el territorio nacional a 32 mil 251 poblados de ejidatarios y comuneros.

La traición histórica a Zapata: La reforma Constitucional de 1992 al artículo 27 constitucional, impulsada por el expresidente Carlos Salinas de Gortari, permite dividir y vender partes del ejido y comunidades, si una asamblea acepta transformarlas en propiedad privada. Este cambio jurídico ha provocado un retroceso social, pues en 2007 había 107 millones de hectáreas reportados como propiedad de ejidatarios y comuneros, pero para 2024 ya sólo 99.5 millones de hectáreas estaban en manos de esos grupos.

En síntesis: 7.5 millones de hectáreas que el gobierno entregó a poblados rurales a raíz de la Revolución, ahora están en manos privadas; una contracción de 7%.

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“Que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la tiranía y de la justicia venal entrarán en posesión de estos bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos correspondientes de esas propiedades, de las cuales han sido despojados”.

Palabras del Plan de Ayala. Punto 6º. 28 de noviembre de 1911

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El legado inconcluso de Zapata: una revisión estadística, jurídica e histórica de lo que ha ocurrido en los últimos 106 años, presenta a la vista agravios no reparados, miserias no superadas, nuevos despojos, nuevas tretas, y nuevas traiciones que se viven en el campo.

Ejemplos de nuevas injusticias hay muchas: más de la mitad de los ejidos del país no posee un tractor propio, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI); en muchos terrenos de propiedad social la disponibilidad de agua es poca o casi nula, como reporta el Registro Agrario Nacional (RAN); los subsidios a los insumos desaparecieron casi totalmente durante las décadas del llamado neoliberalismo, entre 1982 y 2018; durante más de 100 años han persistido los coyotes o intermediarios que pagan precios miserables por los productos del campo, y en lugares con fuerte presión demográfica, como el estado de Morelos, hay coerción de grupos inmobiliarios a los ejidatarios para cambiar su régimen de propiedad y así poder comprar terrenos con agua y suelo fértil para construir campos de golf, casas de lujo o unidades de interés social.

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99.9% de la propiedad social en Morelos (ejidos y tierras comunales) presenta superficie con más del 50% sin disponibilidad de agua.

Palabras del Atlas de la Propiedad Social de la Tierra en México, 2024. Registro Agrario Nacional (RAN)

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Emiliano Zapata es el padre del régimen de tenencia de la tierra que actualmente se llama propiedad social. Este incluye a los ejidos y comunidades, que son tierras y aguas entregadas por el gobierno a núcleos de la población, para que sean trabajados y administrados como propiedad colectiva, mediante asambleas y decisiones por votación.

A pocos días de que se cumplan 106 años de la emboscada que causó la muerte del General Zapata en la entrada de la Hacienda Chinameca, una revisión de los datos del Atlas de la Propiedad Social de la Tierra en México 2024, permite ver que la búsqueda de la repartición del suelo agrario sí fue una realidad alcanzada: en toda la República mexicana más del 50% del suelo nacional ya está registrado como ejido o bienes comunales: de las 196.4 millones de hectáreas que abarca el territorio continental mexicano, 99.5 millones de hectáreas están registradas como ejido o bienes comunales.

Según el mismo Atlas de la Propiedad Social de la Tierra, 2024, elaborado por el Registro Agrario Nacional (RAN), en Morelos el 71% del territorio está bajo el régimen de ejido o propiedad comunal. En la entidad, el 79.9 por ciento de la tierra de origen social corresponde a ejidos, mientras que el 20.1 por ciento pertenece a comunidades.

Existen 232 núcleos agrarios; 26 comunidades y 206 ejidos. Estos últimos se concentran en el centro y norte del estado. Los más representativos, en cuanto a superficie se encuentran en Huautla, Tlaquiltenango, Yautepec y Tepalcingo.

Si se toma en cuenta que uno de los objetivos centrales del levantamiento armado de Emiliano Zapata y el Ejército Libertador del Sur era hacer realidad el principio de que “la tierra es de quien la trabaja”, es posible decir que se ha avanzado enormemente hacia cumplir con ese objetivo, plasmado en el Plan de Ayala, que fue firmado el 28 de noviembre de 1911, por los representantes de los campesinos morelenses levantados en armas.

Sin embargo, la tierra por sí sola no basta; hace falta agua, semilla, herramientas, insumos, y precios de garantía. En 2007 el INEGI reportaba que menos del 49% de los ejidos poseía un tractor propio; en 1991 casi el 90% era sujeto de algún crédito, a través de Banrural, pero ese banco ya no existe, y el ya mencionado Atlas 2024 del RAN informa que en estados como Morelos el 50% del territorio ejidal no tiene disponibilidad de agua.

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Zapata conoció desde niño los problemas de su natal Anenecuilco, un pueblo de origen prehispánico que se había quedado sin tierras, debido al avance de las Haciendas de Coahuixtla, El hospital y Mapaztlán. Sus habitantes se habían visto obligados a trabajar para las haciendas o alquilar sus tierras. A mediados de 1910, cuando la Hacienda de El hospital se negó a rentar sus tierras, la situación de los campesinos llegó al límite. Emiliano Zapata, quien ya era autoridad de Anenecuilco, decidió ocuparlas por la fuerza.

Palabras de la Biografía de Emiliano Zapata. Editorial Clío.

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En Morelos, ser dueño de tierra fértil no es suficiente para salir de la pobreza. Al cumplirse 106 años de la muerte de Emiliano Zapata, los suelos más fecundos del estado que fue cuna de su movimiento revolucionario ya no producen alimentos.

Miles de hectáreas que en los años 70s y 80s del siglo XX producían altos rendimientos de caña de azúcar, arroz, maíz y flores de ornato, como rosales, hoy son territorios de inmobiliarias. Basta tomar la autopista o la carretera federal de Cuernavaca a Acapulco para constatar que de aquellas grandes extensiones agrícolas hoy sólo quedan grandes bloques habitacionales de tabique o monobloc, deshuesaderos, locales comerciales abigarrados y basura urbana.

Existen municipios poseedores de manantiales, como Jiutepec, Temixco y Emiliano Zapata, donde el 80 % de la tierra que fue cultivable hoy es zona habitacional, y con deficientes servicios públicos. Esto es resultado de la reforma constitucional de 1992, que permitió flexibilizar la tenencia de la tierra para privatizar terrenos ejidales.

El desastre social se materializa en ejemplos como el Paraíso Country Club, del municipio Emiliano Zapata, donde una casa de 450 metros cuadrados cuesta 13 millones de pesos y una de 900 metros cuadrados cuesta 25 millones de pesos. Esos son terrenos que la desarrolladora inmobiliaria compró a los ejidatarios, hace 20 años, a precios de entre 60 y 300 pesos el metro, como explica un ex campesino y actual dueño de un restaurante a orillas de la carretera.

“Nadie aguanta un cañonazo de 50 mil pesos”, decía Álvaro Obregón, revolucionario y enemigo militar de Emiliano Zapata. Y ese mismo dicho fue aplicado por las inmobiliarias contra los campesinos morelenses a principios del siglo XXI. Con cheque en mano, desarrolladoras de condominios, de lujo y no lujo, como Casas GEO, Vive ICA u Hogares Unión, pagaron a los campesinos cheques que parecían jugosos, pero pocos años después les hicieron ver que el efectivo se va como agua y hoy no tienen ni tierra ni dinero.

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“Con la reforma del artículo 27 constitucional se pulverizó el ejido con las ventas de terrenos para fraccionamiento y esto ha generado la aparición del Neolatifundio de empresarios y políticos. Aún el ejido se conserva, pero está olvidado por los gobiernos que se han establecido después de la muerte de Emiliano Zapata. Aún hay organizaciones civiles que conservan y difunden el legado zapatista como la Fundación Zapata que en el 2023, fue reconocida por la UNESCO como Memoria del Mundo de México”

Palabras del historiador Edgar Castro Zapata, investigdor y bisnieto de Emiliano Zapata, en entrevista con La Jornada Morelos Plaza.

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El Paraíso no fue concebido para los campesinos, al menos el Paraíso Country Club, del municipio Emiliano Zapata, Morelos. Este es un ejemplo de lo que actualmente provoca la privatización paulatina del ejido. La tierra es una riqueza, pero sin agua, sin herramientas y sin semillas, es tierra inerte. Y si a eso se suma la falta de protección para que los frutos del campo tengan precios de garantía y se acabe con los intermediarios, se entiende que los agravios no han terminado y la lucha zapatista continúa.

Cuando los campesinos marchan en México, gritan: “¡Zapata vive, la lucha sigue!”. Hay un sentido profundo detrás de ese grito, pues si zapata viviera, al ejido y la comunidad defendiera.

La Jornada Morelos