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Hace ocho años que escribí La cosificación virtual de las mujeres (Viceversa, 2016) derivado de una investigación de tiempo atrás. Y es que desde que estudiaba la licenciatura en sociología me percaté de las transformaciones que ya se daban en el terreno de la comunicación con las redes sociales. Iniciaba Facebook pero ya existían otras que no tuvieron éxito, como Second Life.

Recuerdo que la dinámica de Second Life era utilizar un avatar que hiciera las actividades cotidianas, como ir al gimnasio, hacer las compras, tomar un café pero todo en la virtualidad. Desde luego que el avatar podría configurarse de cualquier modo. Ahora es algo ya muy utilizado, pero en ese momento implicaba “confeccionarse” a sí mismo con características que no necesariamente tuvieran una fidelidad con lo que “somos”, estéticamente hablando. Esto para mí ya era un hito: ¿una representación de mi representación en el mundo? Bien, con el auge de las redes sociales como escaparate de la sociedad esto se volvió la cotidianidad.

Pero para ese momento, una de las rutas importantes de la investigación me llevó a Judy Wacjman, socióloga australiana de la London School of Economics cuya obra El tecnofeminismo fue determinante para pensar lo que sucede con nosotras/os con y dentro del prolongado uso de la virtualidad. Debo decir que entonces los estudios más prominentes y avanzados en la materia eran de teóricas anglosajonas, pues en sus respectivos países el internet ya tenía la suficiente penetración como para analizarse en términos de fenómeno social.

La propuesta de las tecnofeministas, entre otros muchos aspectos interesantes, señalaba que el espacio virtual se perfilaba como una oportunidad de erosionar las cadenas con que el cuerpo de las mujeres había vivido históricamente, a razón de la ya conocida justificación biológica que la ha remitido a la esfera doméstica durante siglos. Se trataba desde luego de una propuesta no solo innovadora, sino esperanzadora: liberarse de la opresión del cuerpo.

Lo anterior no quiere decir que el cuerpo se dejara de lado y que la virtualidad fuera un espacio únicamente mental. No. Se trataba más bien de desestabilizar las referencias simbólicas con que tradicionalmente se ha concebido al cuerpo de las mujeres, para luego materializar y encarnar otras posibilidades de libertad, tanto en la vida online como offline (o en el espacio físico cotidiano).

Sin embargo, y tras continuar con la investigación, me encontré con que el espacio virtual estaba siendo construido con los mismos referentes tradicionales que tenía la sociedad: las usuarias, que en este caso constituyeron el grupo de investigación, habían interiorizado las representaciones del cuerpo de las mujeres, el erotismo, las formas estéticas, incluida la propia cosificación.

A través de un productivo análisis con el uso del método ASBI (Análisis Semántico Basado en Imágenes) encontré que era difícil, al menos en aquel momento, hablar y darle otros usos tanto a la imagen propia como a la de otras mujeres. Puesto que la sociedad en general, tanto hombres como mujeres, no tenían en mente ninguna otra representación del cuerpo de las mujeres que no fuera de carácter objetual para el consumo y para el deseo. Es tarea pendiente averiguar si esto se ha mantenido así desde entonces, o si ha habido algún avance en el proyecto tecnofeminista.

Por lo pronto, La cosificación virtual de las mujeres ha encontrado su propio recorrido y se me ha invitado a charlar sobre la imagen virtual de las mujeres en el Centro Cultural Mexiquense Bicentenario, en el espacio violeta de la biblioteca “Marcela González Salas y Petricioli” el próximo miércoles 28 de agosto. Esto es en Texcoco, estado de México. ¡Por allá nos vemos!

*Red Mexicana de Mujeres Filósofas