Yo me formé como físico y tengo ya 25 años ejerciendo esta profesión. Puedo asegurar que en la carrera científica las mentiras no sólo son mal vistas, sino castigadas con severidad. Desde que somos estudiantes y como parte de nuestra formación profesional, a los científicos se nos enseña a detectar mentiras y no tolerarlas. Es una técnica conceptualmente muy sencilla pero muy poderosa, se llama Método Científico y consiste en confrontar la evidencia observada con las declaraciones de los científicos. Si la evidencia no es consistente con las declaraciones, entonces los científicos están equivocados o están diciendo mentiras. La realidad no se equivoca ni miente, los científicos sí.
Desde muy jóvenes a los científicos se nos entrena para reconocer cuando una gráfica de datos está alterada, cuando la fotografía de algún experimento está manipulada o cuando un cálculo matemático está mal hecho. En ciencia, como en cualquier otra actividad humana, existen personas mentirosas que alteran los datos y quieren engañar a la comunidad para obtener un beneficio propio (tal vez una posición académica de mayor jerarquía o más dinero para desarrollar un proyecto de investigación). Pero gracias al Método Científico, que traemos grabado en el alma y en los huesos, los científicos tarde o temprano nos damos cuenta de las mentiras y cuando las descubrimos, los mentirosos son castigados con severidad. No es que seamos más listos que otras personas, simplemente es que hemos sido educados para esto. Existen muchos casos notables en la historia de la ciencia en los que algunos científicos quisieron pasarse de listos, pero al ser descubiertos en sus mentiras fueron destituidos con gran deshonor e incluso encarcelados por fraude.
Tal es el caso de Jan Hendrik Schön, un joven científico alemán que en el año 2000 trabajaba en los Laboratorios Bell y quiso engañar al mundo diciendo que había descubierto un nuevo tipo de transistor orgánico que podía hacer que las pantallas de celulares, laptops y tablets fueran elásticas y pudieran enrollarse como se enrolla una hoja de papel. Otro caso notable fue el de la científica japonesa Haruko Obokata, quien en 2014 mintió diciendo que había encontrado una forma para que células de bazo pudieran fácilmente convertirse en células madre pluripotenciales capaces de desarrollar cualquier otro tipo de tejido. Al descubrirse sus mentiras, ambos científicos fueron destituidos y ahora viven en la clandestinidad debido a la gran vergüenza que sus mentiras ocasionaron no solo a ellos, sino a sus respectivos equipos de trabajo. Eric Poehlman, científico estadounidense, falsificó datos respecto a la relación entre obesidad y menopausia para obtener financiamiento del Instituto Nacional de Salud de EE.UU. En 2005 fue sentenciado a un año de prisión por estas mentiras.
Los científicos mentirosos, al ser descubiertos, lo pierden todo: su reputación, su trabajo, sus grados académicos, su libertad o hasta la vida. La Universidad de Constanza le retiró el grado de doctorado a Jan Hendrik Schön después de que se descubrió su fraude (compárenlo con el caso de la ministra plagiaria). El Dr. Yoshiki Sasai, investigador en jefe del laboratorio donde trabajó Haruko Obokata, se suicidó en las escaleras del instituto donde trabajaba (el Riken Cencer for Developmental Biology) debido a la vergüenza que sintió por no haberse dado cuenta del fraude cometido por su estudiante Obokata. No quiero darle a la ciencia un baño de pureza y decir que los científicos no mienten. Claro que sí lo hacen, pero cuando son descubiertos, lo pierden todo y en algunos casos no sólo ellos, sino también sus colaboradores.
En la política no ocurre lo mismo. En política, al menos en México, hemos normalizado la mentira y la vemos como un aspecto cotidiano, casi inevitable, del quehacer político. Nuestros gobernantes nos mienten a la cara sistemáticamente sin ninguna consecuencia y cuando son descubiertos, argumentan que los fraudes de los que son acusados son meras calumnias de sus adversarios. Con este argumento cínico y barato evaden cualquier responsabilidad por haber mentido. El último informe de gobierno del presidente (un acto oficial de su profesión), fue una cadena de mentiras.
Tomemos como ejemplo la afirmación de que él había logrado que el sistema de salud mexicano sea mejor que el de Dinamarca. Por mucho menos que esto a un científico lo hubieran despedido con gran deshonra. En cambio, al presidente le aplaudieron sus secuaces y seguidores sabiendo que esta afirmación era una vulgar mentira. A Poehlman lo metieron a la cárcel porque obtuvo unos cuantos millones de dólares para sus proyectos de investigación utilizando datos falsos. Por el contrario, el presidente de México, que durante seis años ha tenido a su disposición todos los recursos del Estado Mexicano, sistemáticamente nos brinda datos falsos sobre el sistema de salud (“mejores que Dinamarca”), seguridad nacional (“la delincuencia ha disminuido y ya no hay masacres”), el Tren Maya (“no se talará ni un solo árbol”), economía (“la gasolina no ha subido»), corrupción (“en mi gobierno ya no hay corrupción”) y muchas otras cosas más, sin ninguna consecuencia.
Pero no sólo es el presidente de México. También el Gobernador de Sinaloa nos dice que en su estado la vida es normal mientras los cadáveres se apilan a su paso y los narco-bloqueos mantienen aterrorizada a la población. Una alcaldesa de Guerrero y el entonces flamante gobernador de Morelos afirmaron que no habían pactado con criminales aun cuando fueron filmados y fotografiados en eventos privados conviviendo con algunos de los capos más poderosos de la región. La ministra plagiaria negó hasta el cansancio haber plagiado su tesis incluso ante la evidencia contundente del plagio. Los legisladores morenistas nos dicen que la reforma judicial es para mejorar el sistema de procuración de justicia de México cuando en realidad lo que quieren es someterlo para proteger su trasero.
La lista de mentiras en el quehacer político nacional e internacional es interminable, pero estamos tan acostumbrados a que los políticos mientan, que sus mentiras las vemos como parte inherente al “oficio político”. Sin embargo, imaginemos que lo mismo ocurriera en medicina (un médico sistemáticamente miente a sus pacientes diciendo que están sanos cuando en realidad están muriendo por enfermedades perfectamente curables), o que un ingeniero civil nos diga que un puente peatonal aguanta el peso de cien personas cuando en realidad sólo aguante el peso de diez. En cualquier otra profesión las mentiras se castigan severamente porque tienen consecuencias graves para la población. Los mentirosos son destituidos, desterrados o encarcelados. No entiendo por qué en la política (y en el fútbol), las trampas y las mentiras no se castigan con la misma severidad. Mientras sigamos permitiendo que los políticos nos mientan mirándonos a los ojos, estaremos condenados a padecer el desastre que genera su corrupción.
*Instituto de Ciencias Físicas, UNAM / Centro de Ciencias de la Complejidad, UNAM.
Imagen cortesía del autor