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Mercedes Pedrero Nieto

El periodo comprendido entre 1940 y 1965, históricamente se ha denominado el Milagro Económico Mexicano, en el cual la tasa de crecimiento del Producto Interno Bruto siempre estuvo por encima de 6%; sólo para ubicarnos en la actualidad tenemos que en 2024 creció al 1.5%. Los trabajadores que hicieron posible ese milagro entonces tenían entre 15 y 60 años, así que para el año 2000 su edad superaba a los 60 años, de los cuales sólo el 16% contaba con autonomía económica porque vivían principalmente de su pensión de trabajo, también una minoría contaba con ahorros, otros con renta empresarial o pensión de viudez; es decir los trabajadores no fueron beneficiarios de tal Milagro.

Si contrastamos con el presente, la situación es aún más dramática pues menos del 20% de los trabajadores formales mantienen estabilidad laboral a lo largo de 5 trimestres, no sabemos cuantos de ellos podrán llegar a tener lo 24 años de cotizaciones con trabajo subordinado, que es lo que exige el derecho a la jubilación contributiva.

Lógicamente la situación de indefensión en que actualmente se encuentran las personas de la tercera edad en situación precaria se podría resolver con voluntad política, más allá de las pensiones del “bienestar” que sólo cubren una pequeña parte de sus necesidades, si se aplicara una política fiscal que aminorara la desigualdad económica y social que prevalece en México. Porque de acuerdo con la Investigación de Oxfam México del 23 de enero de 2024, la desigualdad extrema de la riqueza en México no deja de aumentar. La fortuna total de los 14 ultrarricos mexicanos, aquellos con más de mil millones de dólares de riqueza, aumentó hasta casi duplicarse desde el inicio de la pandemia. Ciertamente, entre la cascada de reformas que se aprueban día a día, no se vislumbra una reforma fiscal, porque ahí si no funciona eso de “primero los pobres”.

Sin embargo, a nivel personal, todas las personas nos debemos preguntar de qué nos beneficiamos a nivel personal de las personas mayores, más allá de lo recibido de nuestros progenitores y la propia familia. Tenemos que ser solidarios con los hoy ancianos precarios, ya que de ellos recibimos muchos beneficios por su trabajo barato.

Sólo un ejemplo: Toda persona mexicana, o extranjera que haya vivido algunos años en nuestro país, se ha beneficiado del trabajo mal pagado de los hoy ancianos; esta afirmación surge del hecho de que todos hemos comido tamales, los cuales son baratos gracias al reducido pago que recibe el campesino por producir el maíz y el pago mínimo del trabajo de quien elabora el tamal (baratos aún con el costo que incrementan los intermediarios). Así, que, si disfrutaste este 2 de febrero de ricos tamales, piensa de lo que por siempre te has ahorrado al no contribuir al fondo de pensión y menos a ahorros de quien, por décadas los han producido, hoy ancianos quienes no pueden ser autónomos económicamente.

La Jornada Morelos