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Alma Karla Sandoval*

Puedes dispararme con palabras,
puedes herirme con tus ojos,
puedes matarme con tu odio,
y aun así, como el aire, me levanto.

Maya Angelou

La latina se cae y sonríe. La gringa, para no resbalar, renunció a seguir saltando en Tokio 2020. La latina se tiñe el cabello de azul o rosa. La gringa, hasta hace poco, se dejaba trenzar por la madre. La latina se transforma en cometa. La gringa en una galaxia con su apellido. Alexa Moreno y Simone Biles, tan distantes, tan cercanas. Ambas sufrieron bullying. La primera en una región donde ser gimnasta es un milagro como el cuerpo de la brasileña Rebeca Andrade volando. La segunda, en un país con gimnasio donde hay un lugar con su nombre en el estacionamiento donde aparca su camionetón.

No importa cuánto ganes, quiénes sean tus patrocinadores o cuántas medallas tengas. Digo que da igual porque el hate habrá de alcanzarte. Analizarán con lupa cuál fue tu error: ser “gordita”, de cara muy redonda, o de plano estar loca, ser débil, no contar con lo suficiente para seguir e ir por todo en una competencia valiéndote un pepino tu salud mental. Las dos gimnastas, en las antípodas del éxito, se encuentran en el punto medio de un trabajo psicológico que han efectuado cabalmente. Sin ese ejercicio, tanto el triunfo como el fracaso enferman. Ya se sabe, pero no se asimila como debiera que, si no está bien la mente, nada funciona. No sólo somos los que pensamos o “si lo creemos, lo creamos” y todo ese discurso de pacotilla, toda esa autoayuda exitista que nos convence de seguir autoexplotándonos porque la verdad es que no basta con desear con todas tus fuerzas desear algo para obtenerlo.

La realidad es otra cosa, es la realidad y punto. Por más ideología que en el momento intente transformarla, eso no es posible. Por más ideas o intenciones de cualquier tipo, lo hechos mandan, aunque la posverdad imponga interpretaciones. Decía que los procesos históricos llevan tiempo. La realidad no se transforma en dos segundos. Una herida tarda en cerrar, de costra a cicatriz hay un camino que debe transitarse, un lapso que nos rebasa ante el cual debemos ser pacientes. No hay duelos automáticos. Todo atajo resulta pernicioso.

Simone Biles lo sabía, así lo cuenta en el documental que acaba de estrenar Netflix. La gimnasta comenta que pocos segundos antes de brincar, sabe si ese salto será un éxito o no. Es como si “adivinara”, debido al alto grado de autoconocimiento, los resultados de una actuación olímpica que, ya se sabe, dura menos de un minuto. Ese saber es pura intuición y Alexa Moreno también la tiene aunada a una resiliencia que el mundo no le aplaude, que los exitistas de hoy le condenan. Porque sí, se cayó en París 2024, pero no es el fin del mundo porque su vida no depende de ello. Alexa es una persona más allá del leotardo, quiero decir, es más que una atleta, una joven con otros intereses: amistades, hobbies, mascotas, estudios; con una vida que no debe atar al caballo deportivo como si fuera un potro de tortura medieval. Gracias a otros intereses, a decisiones serenas, un fallo capital es eso: un error importante, pero no el holocausto de una vida. ¿Te caes? No importa, te levantas. Si tu salud mental está en su sitio, sonríes, continuas. Después de todo, ningún deportista es eterno. Ninguna atleta puede competir por siempre.

Eso debió descubrirlo Biles quien se dio permiso para amar, casarse, comprar una casa donde vivir en pareja, en suma: abrir el camino a otros deseos más allá de la obsesión de las medallas. Por eso volvió a lograrlo, porque soltó la presión unilateral que la oprimía. Una vez completa en otros ámbitos, volvió a entrenar y saltar alineando la mente con el cuerpo. Por eso es una campeona, no sólo por las acrobacias perfectas que también llevan su nombre sino por el verso de Maya Angelou que lleva tatuado en la clavícula: Still I’ll rise. En español: “Y aun así me levanto.”

*Escritora