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Martín Cinzano

A estas alturas, escribir a mano aparece como una práctica cada día más arcaica. El placer o la tortura de pulsar teclas mientras se ven aparecer letras en la pantalla fue dejando a un lado el borroneo de la pluma sostenida por una mano, incluso si se trata de escribir un recadito o apuntar una dirección.

Pero llevar un registro más o menos continuo de anotaciones asoma como una actividad persistente a medida que las superficies de la escritura y la lectura se diversifican y expanden, no sólo si se piensa en el actual posteo posibilitado por el soporte electrónico o la mensajería instantánea, sino también cuando se escribe sin más o se reúnen citas para uno mismo. Curiosamente, el registro inmediato de una experiencia o de un pensamiento “sobrevenido”, “captado al vuelo” (es decir, acaecido cuando no se han predispuesto las condiciones para sentarse a escribirlo) ha persistido en cuanto modo de supervivencia tenaz de la escritura manual y de la de un objeto dúctil como el cuaderno.

En el metro, en la vereda o en los parques, por ejemplo, aún es posible ver a tipos o tipas anotando o dibujando (en algunos casos, frenéticamente) sobre un cuaderno abierto de par en par sobre las rodillas. Dan ganas de asomarse con cautela a ver qué es eso que los mantiene tan ocupados. ¿Será una tarea de exploración de la situación que los rodea? ¿Una especie de bitácora obsesiva del estado anímico? ¿O estarán sacando cuentas para llegar a fin de mes antes del desplome? Lo importante, al parecer, es mantenerse aferrados al cuaderno como quien se sujeta a una cuerda, para después encaramarse a la roca, quedar colgando o saltar al vacío.

Una entre las muchas prescripciones de Séneca en las Cartas a Lucilio tal vez se vincule con esto: anota, junta citas, abastécete diariamente de un soporte que luego puedas consultar y en torno al cual logres reflexionar acerca de lo que has hecho durante el día y también sobre lo que harás mañana. Por su parte, mucho tiempo después de Séneca (y sólo un poco más tarde que Zaratustra, el de “los pensamientos caminados”), Walter Benjamin recomendaba al escritor la “técnica” de portar siempre consigo un “cuaderno de notas”: “No dejes pasar de incógnito ningún pensamiento, y lleva tu cuaderno de notas con el mismo rigor con que las autoridades llevan el registro de extranjeros.”

Así, los cuadernos quizás tarden todavía un buen tiempo en desaparecer; es más: quizás permanezcan ahí, en blanco, cuando incluso ya no se escriba ni se lea nada de nada y la tinta y el papel sean materiales fósiles de una época lejana.

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