loader image

 

El disfraz universal de lo masculino

 

“Nos han dado cultura masculina disfrazada de cultura universal”. La frase, atribuida a Ana López Navajas, está mencionada en un post reciente de Radiojaputa (podcast feminista radical con base en España) y refleja con pasmosa fidelidad cómo la participación de las mujeres ha sido borrada de la historia de prácticamente cualquier área del conocimiento: de las ciencias a las artes, pasando por la filosofía y la arquitectura, hasta la medicina y la “cualquier-otra-disciplina”.

Borrada, eliminada, invisibilizada u obviada, la presencia de mujeres en la historia (y sus aportes) es innegable. Pensando en esto, hice una pequeña lista de mujeres en literatura y periodismo. La lista no pretende ser exhaustiva, pero con suerte puede tener el nombre de alguna autora desconocida para quien la lea.

Marguerite Duras es una novelista francesa cuyas obras suelen tener personajes turbulentos y desesperados. Sus últimas novelas tienen un lenguaje sintético, parecido a los libretos de teatro. Su obra el coreano ha sido traducida por Choe Yun, quien tiene una colección de tres novelas llamada El vigila a su padre, una de ellas inspirada en el universo que conforman El Vicecónsul y El arrebato de Lol V. Stein de la Duras, en esta última, Lola Stein enloquece. La loca de los sargazos es un poemario de Valentine Penrose, autora surrealista que también escribió La condesa sangrienta, en la que habla sobre Erzebeth Bathory. Alejandra Pizarnik también escribió una versión de La condesa sangrienta, aunque se le conoce más por su poesía. Otras poetas fundamentales son Emily Dickinson (recomendable la antología Crónica de plata); la argentina Alfonsina Storni, (Mascarilla y trebol fue su último libro en vida); Marina Tsvetáyeva, rusa exiliada después de la revolución de aquel país, y la estadounidense Sylvia Plath, de quien destacan el poemario Ariel, la colección de cuentos Johnny Panic y la biblia de los sueños y la novela La campana de cristal. También estadounidense es Angela Carter, cuya obra de ciencia ficción (desafortunadamente poco conocida) incluye dos novelas distópicas: La pasión de la nueva Eva y Héroes y villanos donde hay una historia de amor postapocalíptico. El amor es un elemento desarrollado por Slavenka Draculic en El sabor de un hombre, aunque ese amor se convierta en un canibalismo casi ritual. En la línea de la ciencia ficción también están Ursula K. Le Guin con Los desposeídos, La mano izquierda de la oscuridad. También es autora de una saga de fantasía llamada Mago de Terramar, en la que se narran las aventuras de Gavilán, un joven que descubrirá que es un poderoso mago (esta obra se publicó 30 años antes que Harry Potter). Otra autora que exploró la ciencia ficción y la fantasía fue Marion Zimmer Bradley: El viaje interminable trata sobre la colonización a otros mundos; la serie de Avalon es fantasía artúrica y la saga de Darkover es una exquisita mezcla de ciencia ficción y fantasía. Octavia Butler merece una mención especial por ser la máxima representante del llamado afrofuturismo, con La estirpe de Lilith, cuya nueva edición al español requirió un intenso trabajo para ser traducida, debido a la presencia de un tercer texto dentro de la obra, que debió ser traducida usando lenguaje no binario. Otra autora que ha experimentado con el género es Ann Leckie en su saga Imperial Radch, cuya primera novela es Justicia auxiliar y en la que todas las personas son género femenino. Angelina Muñiz-Huberman es una ensayista y poeta naturalizada mexicana. Destacan el ensayo sobre la cábala hispanohebrea Las raíces y las ramas y la su antología de textos sefardís La lengua florida. Mexicana también es Carmen Boullosa, autora de Llanto: novelas imposibles, una metaficción histórica cuya estructura fragmentaria refleja la fragmentación del saber histórico, según la Dra. Anna Reid. La obra de Anaïs Nin, nacionalizada estadounidense pero de sangre española y cubana, es reconocida como una de las pioneras de la literatura erótica, entre las obras de ese género destacan Delta de Venus y Pajaritos. También en la línea de erótica está La historia de O de Pauline Réage, publicada en los 50 y llevada al cine dos décadas después. En esta historia O asume un rol de sumisa en una relación sadomasoquista. Hay dos “periodistas” inevitables de mención. Entrecomillo el término porque sus textos están en una frontera entre el periodismo, la crónica, la literatura, la entrevista y el testimonio. Hablo de la argentina Leila Guerriero y de la bielorrusa Svetlana Aleksiévich. Las crónicas de Guerriero están compiladas en varias antologías, pero tiene dos libros que para mí destacan: Los suicidas del fin del mundo y Una historia sencilla; el primero sobre una ola de suicidios en la parte más sur de Argentina y el otro, sobre un el malambo, un baile tradicional de los gauchos. Aleksiévich tiene una técnica de escritura muy singular: como periodista, ha ido recopilando una enorme cantidad de testimonios. Al momento de escribir un libro, ella hace un proceso de “curaduría” del texto, crea un discurso coherente, una historia con las voces de las personas, de ahí que a ese género creado por ella le llamen “novela de voces”. Podría decir que todo lo traducido al español es muy recomendable, pero creo que puede empezarse por Voces de Chernóbil, seguir con La guerra no tiene rostro de mujer, El fin del Homo Sovieticus y después cualquiera de los restantes.

Feliz vértigo de las listas.

*Comunicador de ciencia / Instagram: @Cacturante

Imagen cortesía del autor