“En el bosque los álamos están llorando”
Tres amigos recorren la ciclovía que conecta Chamilpa con San Juan Tlacotenco, dos pueblos de Morelos. Van de regreso a sus casas, luego de pedalear en sus bicicletas durante unos 30 km y desayunar gorditas en una de las cocinas familiares de San Juan. Es la mañana del 28 de septiembre.
No es la primera vez que el grupo de amigos pedalea ese camino. Cada fin de semana asisten religiosamente a recorrer los senderos, a menos que algo importante ocurra y les impida comulgar con el bosque. Entre esos amigos estoy yo.
La ciclovía, que cruza el bosque de Ahuatepec, incluido el Cerro de La Herradura, tiene una pendiente ligera pero continua durante todo el trayecto, así que cuando se va de San Juan Tlacotenco a Chamilpa, el viaje es una bajada refrescante, un paseo con todas sus letras. En otros años, el camino que hoy recorren ciclistas, corredores, paseantes con perros, familias y estudiantes de biología, fue la vía del ferrocarril que conectaba Morelos con Ciudad de México. Llegaba a lo que ahora es Polanco, cerca de Lomas Plaza; de ahí que una de las calles se llame Ferrocarril de Cuernavaca.
Esa mañana del sábado 28 de septiembre, después de tres días de lluvia sin parar, no había caído una gota. Estaba nublado y hacía un poco de frío, pero al ritmo del movimiento de las piernas el clima era inmejorable. Al volver hacia Chamilpa, un poco después de “las cuevas” (un par de cráteres a ambos lados del camino que son punto de reunión), unas cintas plásticas cortaban el camino. Eran tiras como las de “escenas del crimen”, lo que nos puso en alerta.
Nos acercamos a las cintas y vimos que tenían el logo de una H. Esa H, sabríamos después, es el logo de Husqvarna, una marca que fabrica motocicletas, incluidas de motrocross y enduro. Continuamos el camino y comenzamos a escuchar motores, el característico sonido atronador de las motocicletas. El camino siguió y en un punto encontramos una cuatrimoto cerrando el paso, rodeada por más cintas blancas. Metros más adelante, un motociclista ataviado con toda la parafernalia del motocross nos preguntó cómo salía de ahí. Las sospechas se confirmaban: había una carrera de motocicletas en el bosque.
Las carreras de motocicletas todoterreno son un grave problema para el medio ambiente. El impacto que tienen va desde el proceso de fabricación y suministro, hasta su uso en zonas rurales, bosques y áreas naturales. No solo se trata de las emisiones por la combustión que producen durante la conducción, también el ruido que generan, la erosión del suelo y el daño a la flora y fauna local.
No importan donde se construya una pista para la carrera, hacerla producirá cambios en la zona: los cauces naturales de agua se modificarán, habrá daño a la vegetación nativa y un deterioro de los caminos, lo que afecta a quienes caminan y a ciclistas (actividades con mucho menor impacto ambiental).
El ruido es otra de las características de los vehículos todo terreno que impactan negativamente los ecosistemas: los altos niveles de ruido pueden interrumpir los hábitos alimentarios, la reproducción y las rutas migratorias de los animales, o incluso provocar la extinción de las especies animales que viven en un entorno contaminado por el ruido. Por las características de la conducción de motocicletas y autos todoterreno el ruido puede ser altísimo. No es solo el sonido continuo del motor, sino un constante ruido por la aceleración intensa para lograr subir las pendientes o salir de los surcos en la tierra que se van formando con el paso de las motocicletas.
Quince días después de habernos encontrado con las cintas blancas en el camino, regresamos al bosque de La Herradura a recorrer los senderos. Cuando comenzamos a subir la primera pendiente nos pareció que el camino estaba mucho más accidentado. Seguimos subiendo y al llegar a la parte donde el sendero cae en pendiente, se hicieron evidentes los estragos del paso de las motocicletas: profundos surcos en el suelo laceraban la tierra. Continuamos. Cada camino que tomábamos se veían más surcos, más erosión y cintas plásticas que nunca fueron retiradas de las ramas, ondeando como banderines de basura, contaminando con más plástico el bosque.
Los efectos en el suelo que ocasionan los vehículos todoterreno van más allá de la erosión, también dañan las estructuras vegetales como raíces y follaje; además destrozan las costras biológicas, esas asociaciones de bacterias, hongos, líquenes, musgos y otros organismos que hacen posible fijar nitrógeno y carbono en el suelo, nutrientes indispensables para que las plantas prosperen.
Después de volver del paseo, todos estábamos molestos e indignados. Por el deterioro del terreno y por la basura que habían dejado. Me di a la tarea de buscar quién había organizado esa carrera para reclamarles la cantidad de cintas que había dejado; supe que fue la 7ma fecha del “Campeonato Sierras Poblanas” y que lo que escuchamos el sábado 28 de septiembre solo había sido el “reconocimiento de pista”. Si así nos pareció muy ruidoso, no imagino cómo se escuchó el bosque con decenas de motores rugiendo en cada subida, con decenas de neumáticos destruyendo el camino. Está muy bien divertirse, pero en qué punto el derecho a divertirse puede pasar sobre la integridad de un ecosistema y sobre los derechos de otras personas al disfrute de esos espacios.
Si el bosque hablara, ¿cómo nos hablaría? Con sonidos de aves: silbidos rápidos como relámpagos y cantos suaves como melodías. Murmuraría con el viento moviendo las hojas. Susurraría con el frotar de las patas de los grillos y con los crujidos de las ramas al caer. Hablaría suavemente, aunque a veces también gritaría. Gritaría con el rugir de motores; tosería asfixiado con el humo de los escapes; escupiría los plásticos que dejan en sus ramas y se lamentaría con el ardor de los neumáticos abriendo la tierra.
*Comunicador de ciencia / Instagram: @Cacturante
Imagen cortesía del autor