Vivo una crisis de lectura. Desde hace meses cada vez me cuesta más trabajo sentarme y dedicar tiempo a leer un libro. Es preocupante; sobre todo para alguien cuyas actividades están relacionadas con la lectura y la escritura. No es que no lea absolutamente nada, claro que no. Leo documentos, reportes, artículos científicos y de divulgación, sitios web, noticias, post, etc. Pero un libro completo de tirón… eso es un desafío. Mi preocupación es tan grande que la he compartido con personas cercanas. “Yo tampoco puedo leer mucho ya”, “Solo leo las cosas del trabajo y lo que necesito, pero nada por gusto”, “Uy, ya ni sé cuándo terminé un libro”, me han respondido. Es decir, en esta crisis de lectura no estoy solo. Más de una persona ha dicho “son las redes sociales”. También lo pienso, aunque no me parece que las redes sociales sean totalmente responsables, también la aparición, uso, hegemonía de los dispositivos móviles y, por supuesto, la dinámica de consumo, entendida no solo como el consumo de bienes tangibles, también de experiencias, información, sensaciones y hasta personas.
Es esa dinámica en la que vivimos, la del mundo frenético (y del capitalismo rampante) la que nos orilla a poner en x2 los mensajes de audio de WhatsApp, a construir agendas apretadas en los viajes para visitar tantos sitios como sea posible, a ir cada vez más rápido en el running y hacer personal records en Strava; a ver series haciendo tarea o escrolear Instagram durante una videollamada. El frenesí del “más-más-más” lo inunda todo: saltamos de una app a otra mientras tenemos una película en frente, respondemos mensajes privados mientras comemos, transmitimos en vivo mientras estamos en un concierto… y todo esto a través del teléfono.
Los dispositivos móviles están cambiando nuestra relación con el mundo. Lo digo en presente y no en pasado porque la transformación no ha terminado, porque es algo está que ocurriendo ahora mismo. Mucho se ha estudiado y se sigue estudiando al respecto. En la década entre 2000 y 2010 se publicaron los considerados estudios pioneros de las tecnologías de información y comunicación y cómo se incorporan en la vida y los cuerpos de quienes los utilizan.
Muchos años antes, en los 80, Jean Baudrillard desarrolló el concepto de “hiperrealidad”, explicándola como un estado donde las representaciones (a través de imágenes, medios, etc.) no solo reflejan la realidad, sino que la sustituyen, creando un simulacro. Para él las pantallas (de Tv en esos años) representaban cómo los medios no solo comunican información, sino que la reconstruyen y reinterpretan: las pantallas no solo muestran el mundo, sino que lo reconfiguran, convirtiendo eventos en espectáculos, en simulaciones. Basta entrar un poco a Instragram, por ejemplo a las publicaciones de algún influencer, para entender claramente a qué se refiere con el simulacro.
La transformación en la vida que están propiciando los móviles abarca nuestros hábitos de sueño, de interacción social; la manera en la que representamos el mundo e incluso está cambiando nuestro cuerpo (p. ej. tengo un callito en el dedo meñique por sostener el celular). El cambio que deviene de los móviles me hace pensar en otra gran transformación: la del libro.
Aunque hay una controversia entre eruditos sobre quién inventó la imprenta (que si Castaldi o Janszoon Coster o Mentelin), hay un consenso sobre el taller de Gutenberg como el centro desde el que se expandió la imprenta en el mundo, aunque la manufactura de libros sea mucho más vieja, explica Roberto Zavala. Los chinos imprimieron en 868 (Siglo IX) el primer libro del que se tiene noticia, usando planchas de madera, piedra y metal. Contrario a lo que algunas personas piensan, la Edad Media no fue “oscura” para el libro. En la Europa medieval los libros eran reproducidos manualmente, con todo el fenómeno que se desprende de eso (para muestra los conejitos guerreros en las márgenes de códices).
La mayoría de los libros medievales se escribieron en pergamino, que era fabricado con una de las capas de piel de corderos o terneras jóvenes o recién nacidos. Antes del pergamino, en Egipto del siglo 4 a.e.c. se usó el papiro, una planta (Cyperus papyrus) que se aplastaba para formar tiras prensadas para hacer hojas (de hecho la palabra papel viene de papiro). Una de las diferencias entre los soportes anteriores al papel y el papel propiamente dicho es que las fibras están desordenadas, explica Aina Erice en La Invención del Reino Vegetal: al moler y hacer una pulpa de celulosa para formar el papel las fibras se rompen y desordenan, algo que no ocurría con el papiro y menos con el pergamino o con los lienzos de una pintura, que mantienen sus fibras ordenadas, con la trama y urdimbre del tejido en los lienzos. Curiosamente hablamos de trama y urdimbre en los textos (texto viene de la palabra tejido), textos que van sobre papel con sus fibras desordenadas. Es un orden escrito sobre el desorden natural.
El libro, primero escrito a mano y después como un dispositivo impreso tuvo repercusiones enormes. No solo hablo del manido discurso del “acceso al conocimiento” a través de la impresión de libros, sino las repercusiones sociales y culturales. La página impresa, según Ivan Illich, se transformó de una “partitura para beatos bisbiseantes” a un “texto organizado ópticamente para pensadores lógicos”. La lectura dejó de ser una actividad que se realizaba en voz alta en compañía de otros y pasó a ser un acto personal, de intimidad y de silencio.
En Oralidad y escritura Walter Ong cita a Elizabeth Eisenstein para hablar sobre las repercusiones de la impresión. Entre esos efectos están el hacer del Renacimiento italiano como Renacimiento europeo, afectar el desarrollo del capitalismo, posibilitar las exploraciones mundiales de Europa occidental, producir la Reforma protestante y orientar la práctica del catolicismo, hacer posible el surgimiento de la ciencia moderna y en general modificar la vida social e intelectual.
Hoy los dispositivos móviles y la ubicuidad de sus pantallas, como dije, están propiciando un cambio de paradigma. ¿Hasta dónde llegará esta gran transformación de las sociedades? seguramente no lo sabremos nosotros. Pero se conocerá más adelante, cuando alguien historie nuestra época desde la larga duración.
Felices escroleos.
*Comunicador de ciencia / Instagram: @Cacturante
Imágenes cortesía del autor