

Vapes: mucho más que vapor de agua
A finales de diciembre de 2024, la Cámara de Diputados aprobó una adición a los artículos 4º y 5º de la Constitución Política para prohibir cigarrillos electrónicos, vapeadores (vapes) y fentanilo ilícito. Las reformas, que entraron en vigor el sábado 18 de enero de este año, desataron una infinidad de reacciones: desde las que aplaudían hasta las que juzgaron la medida de “totalitaria”.

Una historia parecida, con sus variaciones, ya se había vivido 10 años antes, cuando en 2014 la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitió un informe en el que pedía a los países que prohibieran los cigarros electrónicos o vapeadores (su nombre técnico es «Sistemas Electrónicos de Administración de Nicotina»), debido a la preocupación por el aumento en su uso y por los daños a la salud asociados.
¿Por qué la OMS y países como México están optando por la prohibición de estos dispositivos? Por varias razones, una de ellas es que los vapes no son inocuos, ya que producen un vapor nocivo para la salud, un vapor que tiene mucho más que solo agua.
Aun cuando no existe combustión, el vapor de un vape contiene una combinación de sustancias químicas —algunas incluso presentes en los cigarros convencionales—, entre las que se encuentran nicotina, propilenglicol, glicerina vegetal, polietilenglicol, agua y saborizantes artificiales. Según la OMS, dependiendo de la marca este vapor puede contener sustancias tóxicas y compuestos carcinógenos (como acrilaldehído, formaldehído, acetona y otros carbonilos) en menor o igual magnitud que en el humo de cigarro. El vapor también transporta partículas muy pequeñas (ultrafinas) que pueden afectar a la salud, estas partículas son de las mismas magnitudes que el humo de tabaco, pero en menor cantidad. Otras investigaciones han encontrado en el vapor partículas de estaño, plata y níquel, principalmente; así como de hierro, cerio, lantano, bismuto y zinc; esto debido a que los cigarros electrónicos contienen un filamento o resistencia que se calienta hasta vaporizar el líquido.
Aunado a esto, existe una preocupación de los especialistas por el uso de saborizantes considerados seguros en los alimentos, pero de los cuales se desconoce su potencial riesgo a la salud al ser inhalados. Tal es el caso de la exposición de los trabajadores que fabrican palomitas de maíz para microondas, los cuales pueden llegar a desarrollar una grave enfermedad pulmonar (bronquiolitis obliterante constrictiva) por inhalar constantemente químicos aromatizantes con diacetilo (como el aromatizante de la mantequilla usado en palomitas).

El cigarro electrónico basado en nicotina tiene su origen en el continente asiático, específicamente en China, donde el farmacéutico Hon Lik lo desarrolló y patentó en 2003, para luego entrar al mercado estadounidense en 2007.
Los cigarros electrónicos se comercializan y promocionan como una opción menos dañina que el tabaco, como una forma para dejar de fumar e incluso como una manera “saludable” de fumar; no obstante, en los últimos años su uso se ha intensificado, sobre todo entre la población joven. En solo tres años, los jóvenes estadounidenses que usaron cigarros electrónicos aumentaron su consumo en más de 300%, pasando de 79,000 en 2011 a 263,000 en 2013, según datos de la Encuesta Nacional de Tabaco en Jóvenes de Estados Unidos.
De hecho, las estrategias de publicidad y mercadotecnia utilizadas por los fabricantes de cigarros electrónicos son consideradas como una nueva versión de las estrategias que la industria tabacalera utilizaba para promover sus productos antes de las restricciones a la publicidad. Es decir, utilizan imágenes de realización y libertad, diversión y éxito, sobre todo dirigido a un público joven, el que precisamente es más susceptible a esta clase de mensajes; además de asociar el uso de cigarros electrónicos a los famosos, al glamour, al estilo, a estar a la moda. Esta actividad de promoción a los jóvenes se ve reforzada a través de la gran cantidad de sabores que se ofrecen, los cuales van del tabaco regular hasta banana split, algodón de azúcar, chicle y un largo etcétera (según el profesor Jonathan Samet, existen cerca de 7,000 sabores disponibles).
A través de la publicidad aspiracional, de la oferta de sabores “divertidos” enfocada a jóvenes y de la exaltación de la posibilidad de usar vapes en sitios donde no se podría fumar tabaco, el mercado de los cigarros electrónicos pone en riesgo los esfuerzos internacionales por controlar el consumo de tabaco y podría derivar en la renormalización del fumar.

Aunado a esto, existe una preocupación internacional por la promoción que se hace de los cigarros electrónicos como dispositivos auxiliares para dejar de fumar. Sin embargo, su eficacia no ha sido demostrada sistemáticamente y la evidencia hasta el momento parecería indicar que los vapes no funcionan como opción contundente para dejar de fumar.
También he escuchado voces que apelan a la libertad de elección y que aseguran que el Estado no debería coartar las libertades individuales. Sin embargo, ¿es realmente una decisión libre la que se toma al usar un vape? O es una decisión mediada por la publicidad y por los intereses comerciales disfrazados de libertades individuales…
*Comunicador de ciencia / Instagram: @Cacturante
