

Periplo potosino o volver a los caminos de polvo
Este fin de semana volví a San Luis Potosí. A recorrer sus caminos de polvo y rocas, a ver sus plantas xerófilas y su hipnótica fauna. San Luis es para mí ese lugar al que vuelvo siempre. Es el estado del país que más veces he visitado (no cuento CDMX porque ahí viví y trabajé algunos años) y, sin duda, el que más disfruto.

San Luis Potosí tiene ecosistemas diversos, debido a la gran variación de relieves, geologías, climas y tipos de suelo. La vegetación en el estado, según la Comisión Nacional para el Conocimiento y uso de la Biodiversidad (CONABIO), está ocupada principalmente por “matorral (41% integrado por los tipos desértico micrófilo, desértico rosetófilo, crasicaule y submontano), seguida por pastizal (11% natural y cultivado), bosque (7% pino, pino-encino, encino-pino, encino, táscate y mesófilo de montaña) y selvas (3.5% baja caducifolia, mediana subperennifolia y alta perennifolia)”.
La Huasteca Potosina, quizá la zona más visitada de la entidad incluye ecosistemas desérticos y selváticos. Ahí, en Xilitla, está el famoso jardín surrealista de Edward James (un artista inglés que llegó a San Luis en 1944 y vivió intermitentemente entre México e Inglaterra hasta su muerte en 1984). Aunque la Huasteca es tan famosa, yo no la conozco. No lo digo con pesar porque para mí San Luis Potosí es sinónimo de desierto.
Desde hace mucho, alrededor de 15 años, comenzó mi interés por las plantas desérticas; primero todas las familias y poco a poco fui cayendo hasta las cactáceas, específicamente las cactáceas mexicanas, y cuando uno habla de cactáceas de México San Luis Potosí es inevitable. Este estado concentra la mayor diversidad de cactus no solo en el país, sino en el continente (podría decirse incluso es el más diverso en el mundo, pero es una afirmación tramposa debido a que la familia cactaceae es originaria de América).
Ese interés rayano en la obsesión me llevó a conocer a otras personas interesadas en cactus. Conocí gente de Nuevo León, de CDMX, del Estado de México, de Coahuila y claro, de San Luis. Quiso el Hado que mi primera visita al desierto fuera en San Luis Potosí, no a Real de Catorce como podrían imaginarse, no, sino en Soledad Diez Gutiérrez. Mi interés no era de turista enteógeno, sino un interés, pensaba ingenuamente, como el de los naturalistas del siglo XIX.
El primer cactus que vi en hábitat fue un Ferocactus latispinus, con sus imponentes espinas rojas y curvadas. Ese día, esa tarde, al ver el Ferocactus sentí algo que me cuesta mucho describir racionalmente. Una especie de fascinación, de sorpresa, de inconmensurabilidad, de gozo… cuando lo contaba decía: fue como el develamiento del que habla Heidegger. Un darse cuenta, una sensación que me enganchó al desierto y que hasta hoy sigue firme, fortalecida cada vez que vuelvo al desierto.
Este fin de semana dos días salí en bicicleta con Eva hacia el semi desierto. El viaje no tenía la intención de buscar cactus ni aves, pero salir con una observadora de aves implica siempre “pajarear”. Los caminos de terracería, las grandes planicies, las yucas y los cactus, las gobernadoras y las aves, todo eso, además en bicicleta, hizo de los recorridos un deleite.
El último día de mi viaje allá fuimos a Soledad Diez Gutiérrez, ese lugar donde mi fascinación comenzó. Buscamos Ariocarpus kotschoubeyanus sin éxito. Constatamos la devastación de la zona después de la construcción de una carretera. Solo había algunas Opuntias y únicamente logré ver un agonizante Echinocereus.
Decidimos regresar y mientras pedaleábamos de vuelta Eva dijo: párate. Ahí, al lado derecho estaba posada un Cathartes aura, conocido como zopilote cabecirrojo. Es como un zopilote de los que abundan en Morelos pero con la cabeza de un rojo intenso y el plumaje de la parte inferior más claro. Aunque también se distribuyen en Morelos, jamás había visto tan cerca un aura. Tan majestuosa, tan imponente con esa cabeza roja que seguramente ha hurgado las entrañas de cientos de animales, tan hermosa… Volví a sentir esa sensación de aquellos años, ese pasmo indescriptible, esa develación.

El viaje, cuya intención era otra, acabó siendo un recordatorio de por qué el desierto es un lugar sacro para mí. Volver a San Luis es volver a los caminos de polvo… ¿acaso no somos polvo y en polvo nos convertiremos?
*Comunicador de ciencia / Instagram: @Cacturante
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