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Hace unos días recibí el correo del señor Lichtinger comunicándome el lamentable deceso de su madre, la humana, gentil, calurosa y brillante Tere Waisman. Murió el pasado 20 de noviembre a la edad de 83 años.

Tuve la fortuna de conocerla y trabajar con ella hace diez años, cuando edité su libro Por qué mata el hombre. Fue por años profesora en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y era una persona de sumo entendimiento. De plática amena, siempre atenta y risueña, me sorprendía cómo podía contar historias tanto asombrosas como dolorosas con la parsimonia de alguien que se sabe a salvo o, por lo menos, de alguien que trataba de entender los recovecos y oscuridades de la mente y el comportamiento humanos.

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Se me quedó grabada la historia de uno de sus parientes que había estado en un campo de concentración nazi. Tere se maravillaba de la mente humana pues, contaba, su familiar creó un mecanismo mental tan fuerte por verse varias veces a punto de ser asesinado; esta práctica consistía en hacerse el muerto cada vez que sentía una amenaza mortal durante el cautiverio. Yo me imaginaba que era una técnica parecida a la de ciertos monjes budistas, entre otros, donde bajan de manera intencionada sus pulsaciones y su respiración hasta los mínimos niveles que cualquier persona frente a ellos pensaría que están, efectivamente, muertos. Sucedió entonces que a su familiar le quedó tan aprendida esta técnica que cuando en efecto, muchos años después y desde luego ya en libertad, se viera de cara a la muerte, los médicos no pudieran creer que por varias ocasiones “regresara” a este mundo. Los fantásticos mecanismos que puede generar la mente frente a la muerte, decía.

Así que ese fue también el leitmotiv de su libro. En él, Tere constantemente se pregunta qué impulsa a los seres humanos a arrebatarle la vida a los otros; siendo sus iguales. Pasa por diversas explicaciones, desde genéticas, neurológicas, sociales, culturales, políticas, etc., y en todos y cada uno de sus razonamientos no deja de pensar que es solo el despertar de la consciencia lo que puede hacer posible un cese de la tragedia, de los genocidios (sin importar el grupo de pertenencia, político, religioso, etc.) y de las guerras para que esta especie sobreviva: “Entender la razón por la cual criminales de guerra u otra clase de matadores en serie o no, rara vez sienten contrición o pena por sus aberrantes acciones, es de gran trascendencia para la conservación y para la superación de la sociedad humana. Tan sólo se pretende despertar una nueva consciencia sobre la amenaza y el peligro de sucumbir si no realizamos cambios sustanciales a nuestras mentalidades, a nuestra cultura y a las formas de vida que ya no tienen vigencia”.

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Pero pareciera que la humanidad, particularmente ciertos personajes de las élites políticas, están dispuestos a seguir comprometiendo la supervivencia de la especie, si lo vemos en los términos de Waisman. Condenados a repetir los ciclos de la barbarie bajo diferentes banderas, tendremos que seguirnos preguntando, como lo hizo Tere, por qué mata el hombre. Si bien sabemos que no ha habido, lamentablemente hasta el momento, suficiente explicación que les alcance a quienes perpetran crímenes del tamaño de genocidios, es importante seguir haciéndonos la pregunta como testimonio de las consecuencias que puede generar el odio.

Mientras tanto, agradezco y honro la memoria de humanistas como Tere Waisman, quien no solo veneró a la vida, sino que puso su intelecto al servicio de aquella. Hasta el próximo encuentro.

*El Colegio de Morelos/Red Mexicana de Mujeres Filósofas

Alicia Valentina Tolentino Sanjuan