

Sabes que los meses se acortan, que pronto serán segundos los que midan el trayecto entre la entrada del fraccionamiento y la puerta de tu apartamento. Has estado lejos. Por años te fuiste muy lejos. Viajaste por calles infinitas, rozaste la comisura de muchos labios. Fuiste un náufrago —el mar, tu único hogar—. Y te gustaba la idea: “vivo en el mar”, lo decías con orgullo, como si fuera un título nobiliario.
Pero ahora, en tierra firme, no hay velas ni brújulas. Solo pasos inciertos de Airbnb en Airbnb. Tu hermana es un refugio. Tus padres, también. Date cuenta: ellos siempre han sido tus mejores amigos. Te ofrecen, con ternura, un espacio para que te levantes. Agradece. Agradece de verdad.

Es tiempo de volverte alguien común.
Y qué ganas tienes de eso: de saludar al tendero mientras cae la tarde, de jugar con tu gato (de tener un gato), de bromear con tu peluquero (de tener un peluquero), de cuidar una planta, de no correr.
El mundo desfiló ante tus ojos como un menú interminable. Y ante tanto, ¿cómo elegir? ¿Cómo no dudar frente a la inmensidad?
Hace unos días alguien leyó tu numerología. Te dijo: “siempre estás en busca de algo más, pero no sabes qué”. Sentiste vergüenza. Fue demasiado certero. Como un anillo al dedo. Siempre quieres más. Por eso viajaste. Por eso cruzaste cielos y acentos desconocidos.
A veces crees que nunca vas a detenerte, que necesitas respirar la amplitud de muchas vidas, que podrías ser feliz en Tokio como en Madrid.
Pero sabes que no.
Sabes que amas tu país.
Y te contradices, entonces citas a Whitman: “yo soy inmenso, contengo multitudes”.
Lo entiendes. Lo usas para justificarte. Pero tú no eres Whitman.
Te toca centrarte.
Buscar un trabajo. Uno que te mantenga. No el más brillante. Uno que sostenga tus semanas, que te dé espacio para seguir creando.
Invierte todo.
No escondas nada bajo el colchón.
Juega el juego. Aunque te fastidie.
Emprende. Habla con esa poeta que te conmovió. Haz música con ella.
Manda correos. Llama. Negocia esa presentación. Publica algo, que la gente sepa que estás en México. Aunque te canse el escaparate de las redes. Aunque ya te hayas acostumbrado ya a fingir.

Organiza ensayos. Trata bien a los demás. Vuelve a nadar. Reconoce que necesitas ayuda.
Invierte en ti.
Sal menos.
Disfruta más.
Una buena conversación. Un buen cóctel. Nada más.
Sé amable.
En la bondad habita Dios.
No apagues tu enojo.
Lee más. Siempre lee más.
¿Cómo te atreves a escribir más de lo que lees?
Escríbele a tu viejo amigo.
Dile que lo extrañas.
Rompe ese pacto absurdo que impide el cariño verbal entre hombres. Que te dé igual si lo incomoda.
¿Te diste cuenta? El momento más luminoso de tu semana fue jugar con tu sobrina.
Estás atravesando una crisis de identidad. Pero sabes que no será eterna. Y eso, por ahora alcanza para calmarte.
Primero edifícate.
Suelta el miedo.
Suéltate de ti, de esa parte de ti que no te deja ser tú.
Abraza tu zona de confort.
¿Hace cuánto que no estás ahí? De verdad, ¿Hace cuánto que no estás ahí?

Todas las personas que amas están bien.
No pidas mucho más que eso.
Probablemente te equivoques. Y rehagas esta lista.
¿Y qué?
De verdad, ¿qué importa?
Si la vida es solo este ratito.
