loader image

 

 

Hace unos días, el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco halló un campo de exterminio en un rancho ubicado en Teuchitlán, Jalisco. Ahí, entre cenizas y restos humanos, se encontraron cientos de zapatos. No hay una cifra exacta, pero las imágenes muestran pilas de calzado, acumulado, separado de los cuerpos que alguna vez cubrieron. Lo que deseo resaltar en esta colaboración es la forma en que las lógicas modernas de tecnificación fueron utilizadas para la eliminación sistemática de seres humanos y el adiestramiento de nuevos perpetradores del horror.

Lo inquietante de este hallazgo no es sólo la magnitud de la violencia que implica, sino la forma en que el espacio estaba organizado. Según los reportes del colectivo y diversas notas periodísticas, el lugar tenía áreas destinadas a funciones específicas: una zona para cautiverio, otra para tortura, otra para el exterminio. No se trata de un espacio improvisado y organizado de forma caótica. Estamos ante un sitio diseñado para ejercer la violencia de forma ordenada, racionalizada, que opera bajo principios de eficiencia. Se trata, en suma, de una tecnificación del horror.

Cuando hablamos de violencia en México, muchas veces se la describe como irracional, desbordada o sin sentido. Pero lo que este campo evidencia es algo distinto: un uso calculado y una infraestructura del horror con base en una lógica precisa, funcional y eficiente. De esta forma, me parece que no está demás traer a la mesa la reflexión sobre que la modernidad no sólo ha traído orden y “progreso”; también ha permitido que ese mismo orden se utilice para fines de destrucción sistemática, ya no únicamente de la naturaleza (lo cual es en sí mismo grave), sino de nosotros mismos y nuestras corporalidades.

Se ha dicho mucho, pero me parece que es verdad: la imagen de las pilas de calzado recuerda a otros episodios históricos; los campos de concentración nazi, ciertamente, pero también las miles de tumbas de las víctimas bosnio-musulmanas durante la guerra yugoslava, la enorme cantidad de huesos del genocidio en Ruanda y, recientemente, los intentos de aniquilación sistemática del pueblo palestino. En todos estos casos, no se trató de estallidos de brutalidad espontánea. Fue más bien el resultado de procesos planificados, de estructuras diseñadas para ejercer violencia extrema desde prácticas metódicas.

El horror no sólo está presente en la magnitud cuantitativa de las víctimas. También se encuentra en la forma en que se les trata: como desechos, como partes de un proceso productivo donde se extraen los elementos útiles (mano de obra, información, miedo) y se elimina “lo que sobra” o ya no es explotable. Eso es, entre otras cosas, la tecnificación del horror: una transformación de la violencia en un mecanismo eficiente, en un sistema con engranajes bien aceitados y con funciones específicas.

Para ir finalizando, no quiero dejar de mencionar que una manera de resistirse a ello es no normalizarlo, rechazar la idea de que estamos ante realidades ineludibles y, sobre todo, luchar en contra de que el horror termine normalizado por el peso abrumador de lo cotidiano. Porque uno de los triunfos de esta tecnificación es dejar de verla como lo que es: una forma extrema de deshumanización que, por más eficiente que se vuelva, no es inevitable y mucho menos aceptable.

* Profesor de Tiempo Completo en El Colegio de Morelos. Doctor en Estudios del Desarrollo por el Instituto Mora

Fotografía: Fiscalía de Jalisco. Cortesía del autor

Cuitláhuac Alfonso Galaviz Miranda