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El mes en que florecen las revoluciones feministas

 

Marzo es un mes de memoria, resistencia y lucha. Desde el 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres, hasta la llegada de la primavera, este es un tiempo en el que las voces feministas sacuden al mundo, exigiendo justicia y dignidad.

No es coincidencia que en este mes también se conmemoren otras fechas que nos recuerdan que la desigualdad de género sigue marcada en cada aspecto de la vida: el Día Mundial del Agua, el Día de las Trabajadoras del Hogar y el Día Internacional de Recuerdo de las Víctimas de la Esclavitud y la Trata Trasatlántica de Esclavos. Cada una de estas fechas nos obliga a mirar las revoluciones que buscan transformar la vida de las mujeres, esas que, a pesar del sistema, siguen dignificando el mundo con su lucha.

El 22 de marzo, en el Día Mundial del Agua, es inevitable pensar en las mujeres que sostienen la vida con el trabajo invisible de acarrear cubetas desde distancias interminables y senderos peligrosos. Ellas son las guardianas del agua, la recolectan, la administran y la protegen, aunque sean las menos escuchadas cuando se toman decisiones sobre este recurso. Pero mientras las grandes transnacionales sigan saqueando ríos y acuíferos sin límite, poco importará que reciclemos el agua de la regadera si, en un solo minuto, una empresa embotelladora extrae lo que una familia necesita para sobrevivir en un día entero. La lucha por el agua es también una lucha feminista, porque sin acceso a este recurso, no hay vida digna posible.

Y en este mes de memoria, el 25 de marzo nos confronta con una de las violencias más brutales que han marcado la historia: la esclavitud y la trata transatlántica de personas. Pero la esclavitud no es un capítulo cerrado; sus vestigios siguen vivos en la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual. Enfrentar esta realidad desde el feminismo significa reconocer que no existe prostitución “voluntaria” en un sistema que empuja a las mujeres a la pobreza y la vulnerabilidad extrema.

La abolición de la prostitución y la trata es una deuda histórica con todas aquellas que han sido reducidas a mercancía. No hay libertad posible, ni igualdad sustantiva real en un mundo que permite la compra y venta de cuerpos.

El 30 de marzo, el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, nos recuerda que este es uno de los trabajos más precarizados, feminizados y racializados del mundo. Son millones de mujeres, muchas de ellas indígenas y migrantes, las que sostienen los hogares ajenos mientras sus propios derechos son ignorados. El feminismo no puede avanzar sin reconocer y dignificar el trabajo doméstico. Exigir contratos justos, acceso a la seguridad social y condiciones laborales dignas no es un favor, es un derecho.

Mientras tanto seguimos luchando por la justicia y la dignidad, también enfrentamos retrocesos. No podemos bajar la guardia ante decretos misóginos y de odio, como la propuesta de prohibir a mujeres y personas afrodescendientes de participar en misiones espaciales. ¿Qué sigue? ¿Volver a los años 40? ¿Hacer realidad distopías donde nuestros derechos sean anulados uno a uno? Estas decisiones no son solo un ataque aislado, son intentos sistemáticos de quitarle al progreso su vocación emancipadora y devolvernos a un pasado que no aceptaremos

Marzo nos convoca a la memoria, pero también a la acción. Las revoluciones que florecen en este mes nos recuerdan que la lucha por la dignidad de las mujeres es innegociable. Porque si la primavera es sinónimo de renacer, entonces que renazca la justicia, la igualdad y la vida libre de violencias para todas.

Denisse B. Castañeda