

La buena, la mala y la falsa feminista, feministómetro que el patriarcado inventó
Hay quienes se despiertan todos los días con una misión: decirnos si somos buenas o malas feministas. Hombres (y algunas mujeres también) que fungen como jueces del feminismo ajeno, señalando con el dedo tembloroso de la moral (patriarcal, por supuesto) cualquier desviación del manual imaginario que tienen en su cabeza machista sobre la feminista correcta. “¡Ah, pero bien que te depilas!”, “¡Eso no es sororidad!”, “¿No que muy feminista y tienes novio?”.

Y si me preguntan… pues sí, puede ser que yo sea una mala feminista.
Soy mala feminista cuando no respondo con una sonrisa al señor que me dice “adiós, guapa” en la calle. Qué descortesía la mía, no seguir el protocolo de agradecimiento al acoso callejero. Soy mala feminista cuando no justifico a mi agresor con un “es que tuvo una infancia difícil”. Soy mala feminista porque no me río con rabia de sus bromitas misóginas y luego le explico por qué no dan risa. Spoiler: no les gusta.
Soy mala feminista porque no tengo paciencia para “explicar bonito”. Porque no quiero hacer pedagogía constante con adultos que saben buscar tutoriales de Excel pero no de consentimiento.
No es que se nos cuele lo patriarcal de vez en cuando, como si fuera una pequeña mancha en una blusa blanca. Es que estamos todo el tiempo expulsando lo patriarcal, batallando con esas prácticas que se incrustan en lo cotidiano: en cómo nombramos nuestras cuerpas no hegemónicas, en cómo reaprendemos a desearnos entre nosotras sin culpa ni juicio, en cómo renunciamos —consciente y políticamente— a formar parte de esa corte cruel que evalúa a las otras por atreverse a vivir distinto.

Y no es una purga esporádica. Es un ejercicio constante, a veces silencioso, de despatriarcalizar nuestros deseos, nuestras elecciones, nuestras formas de vincularnos. Lo hacemos cuando dejamos de elegir a quien “nos conviene” y empezamos a elegirnos a nosotras antes que a nadie más. Cuando dejamos de medir nuestras relaciones con el reloj de la heteronorma y empezamos a escucharnos en nuestros propios tiempos. Cuando cuestionamos no solo lo que leemos, sino cómo lo leemos, desde dónde y para qué. Incluso cuando decidimos no leer nada y simplemente darle espacio a otra, sin correcciones ni jerarquías. Ahí también estamos desmontando el patriarcado. Aunque claro que existen las llamadas “falsas feministas” que no son nada más que mujeres patriarcalizadas, en su mayoría colonizadas, blanqueadas y confundidas.
Entonces, ¿qué es ser una “buena feminista”? ¿La que no se enoja, la que no se contradice, la que no baila reggaetón, la que no goza? ¿Con qué bases se define ser buena o mala feminista? Porque cualquier intento de convertir el feminismo en un manual corre el riesgo de volverse prescriptivo, petrificado, o de encasillar lo correcto y lo incorrecto en una lucha que es, por definición, contra las normas impuestas. Y yo, respecto al “”, ya le aviso: soy de las que lo dobla, lo pierde, lo usa de abanico o lo recicla para escribir poemas.
Porque, por si no lo ha notado, hay tantos feminismos como opresiones. Pero usted sigue creyendo que ser buena o mala feminista se trata de si usamos falda o si nos depilamos y no por los avances que como movimientos hemos logrado en materia de derechos humanos. En realidad, la pregunta que usted debería hacerse es ¿Soy buena persona? —frente a la violencia feminicida—¿O sigo participando, en silencio o con risas cómplices, en ese pacto patriarcal que normaliza la violencia feminicida?
