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Despatriarcalizar nuestra forma de amar

 

La categoría “Lo personal es político” le prendió fuego a las estructuras patriarcales que se aferraban al conservadurismo como doctrina para mantener supeditadas las libertades de las mujeres. Llegó la hoguera donde quemamos los mandatos de todos los tipos y modalidades del patriarca (entendido como sistema), si un padre viola a su hija es un tema político, si un esposo viola a su esposa, es un tema político, nadie en nombre del “amor” tiene ni la libertad ni mucho menos el derecho de ejercer violencia.

Con esta declaratoria lo personal es político se derrumbó el dicho de “los trapos sucios se lavan en casa”, pues las mujeres no somos trapos, y no pertenecemos a un solo espacio, lo que les sucede a las mujeres en los espacios personales es un tema político, de salud pública, de presupuesto público, de poner al servicio tanto a las estructuras gubernamentales como a las instituciones públicas para construir una vida libre de violencia contra las mujeres. Los cuerpos y las vidas de las mujeres no están a disposición de los mandatos patriarcales y sus violencias feminicidas, no le pertenecemos a nadie, salvo a nosotras mismas. Durante mucho tiempo fuimos tratadas como animales domésticos, desposeídas de derechos humanos fundamentales, desposeídas incluso de un nombre propio. Bajo esa lógica patriarcal, nuestro cuerpo no era nuestro, sino un objeto a disposición y uso para los otros.

Había que radicalizarlo todo. Radical proviene del latín radicalis que significa relativo a la raíz, lo que contribuyó a evidenciar la raíz de los problemas de desigualdad, temas que, hasta finales de los años sesenta, se consideraban privados o naturales, las feministas dicen ¡no! Lo personal es político y tiene que ver con procesos socioculturales, económicos y de poder, no de la naturaleza o lo divino.

Todo pasa por y desde nuestro cuerpo de mujer, como lo señalaron Kate Millett y Germaine Greer —mucho antes de que Michel Foucault criticara la hipótesis represiva o creencia de que la sociedad se limita a reprimir la libido—, junto con otras pensadoras feministas radicales habían identificado la construcción patriarcal del deseo y su objeto. Fue esa hoguera la que nos ha permitido ver, tal como lo ha problematizado Germaine Greer, cuando señala que la opresión patriarcal se ejerce en y a través de sus relaciones más íntimas, empezando por la más íntima de todas: “La relación con el propio cuerpo”. Arranquemos de raíz las ataduras patriarcales, prendamos fuego a las “relaciones asimétricas de poder”. Digamos hoy, y hasta que sea necesario, “Mi cuerpo es mío”, ni del estado, ni de la iglesia ni de un marido (Puleo, 2010).

Todo lo anterior se lo comparto, pues, en días pasados tuve una conversación con una persona de -18 años, quién me decía, – “pero así es el amor, no?” -para saber que estás amando, debe dolerte-, Claro que yo no quería pero si le decía que no, él iba a pensar que yo no lo amo, cómo sea, él me ama, y en diciembre vamos a casarnos.

Por qué, porque seguimos viendo amigas, sobrinas, conocidas, seguir confundiendo violencia con amor romántico, ¿qué ha pasado que la hoguera de lo personal es político, que aún no llega a todos los rincones, alumbrando otras formas de amar? ¿será que los detractores del cambio las apagan, para no ser descubiertos? Espero en la próxima entrega, conversar sobre el tema que más daño nos ha hecho amar sobre todas las cosas incluso sobre nuestra salud, nuestra economía, sobre nosotras mismas, el mandato de amar no como una consecuencia natural de la ternura, del gozo, del cuidado, del acompañamiento, sino de la subordinación y las violencias.

Mientras tanto le invito a que despatriarcalizemos los besos, la forma de tener relaciones sexoafectivas, la cocina, y el espacio público, arranquemos de raíz la violencia en nombre del amor, seamos radicales cada vez que nuestro cuerpo, nuestra salud, nuestra economía o nuestra paz este de por medio, prendamos fuego (simbólico) a las frases, actitudes y creencias que sustentan y alimentan que el amor sea sinónimo de muerte, pues me permito recordarle que el 75% de los once feminicidios en México, son cometidos por las parejas o exparejas románticas de las víctimas.

Si usted como varón que vive su masculinidad al margen de las violencias, invita a sus pares, a dejar de mandar pack, o en el transporte público ve a un hombre masturbándose o tocando a alguna usuaria, o a su mejor amigo casado conquistando a su alumna veinte años menor, usted no sabe la capacidad transformadora que un acto que parece pequeño y cotidiano puede impactar. Urge despatriacarlizar incluso las formas en que generamos lazos de amistad, despatriarcalizar el modelo de la paternidad que otorga a unos permisos y libertades y otras vigilancia y prohibiciones. Despatriarcalizar nuestras formas cotidianas de vida nos brinda la promesa de historias de vida más amorosas, justas y equitativas, ¿qué dice, se anima?