La reina de espadas* de Jazmina Barrera
I
La vida y la obra de Elena Delfina Garro Navarro son un acabado muestrario de la exuberancia y lo sinuoso. Tal para cual, no se puede entender la una sin el otro, porque son un implacable acto de complicidad que hizo posible la sobrevivencia de su autora y la creación de una inquietante suma literaria. La memoria es una maldición, pensaba ella en sus momentos más optimistas: «Enfrentarse al reflejo del pasado produce el exacto pasado y buscar el origen de la derrota produce la antigua derrota».
Internarse en ese mundo exuberante y sinuoso, buscando en sus huellas una imagen posible para definir sus razones de ser, debió ser un acto temerario para Jazmina Barrera. Esa minuciosa persecución de las huellas de una mujer, cuya “vida en fuga” se cristalizó en un mundo donde el porvenir es un caudal de recuerdos.
En La reina de espadas, un título que define plenamente la perseverante e indómita beligerancia de Elena Garro, Jazmina Barrera eligió el minimalismo como una estrategia para recorrer ese mundo pleno de murmullos y gritos, fantasmas y espíritus chocarreros, rebeldía y libertad, viajes y gatos, hermetismo y transparencia, querencia y desdén, esencias que han quedado tangibles en una obra que desborda los confines de la memoria.
No hay un afán biográfico en este libro predispuesto a lo breve y, al mismo tiempo, a lo contundente. No se propone Jazmina Barrera contar una vida, sino dialogar con Elena Garro y sus fantasmas, jugar a interrogarla, volverse cómplice de sus prácticas esotéricas, despepitar su literatura, sus delirios y sus fantasías.
La relación de Elena Garro y Octavio Paz es una entraña de este libro. A través de ella, Jazmina Barrera no solo nos asoma a las desdichas de una convivencia donde el poder, la prepotencia y el ego descomunal del poeta, chocaron catastróficamente con un espíritu que siempre se procuró una espada para defenderse. Esa confrontación bien podría ser una metáfora de lo que ocurre en el establishment cultural mexicano.
II
Seguramente fue el temperamento de Elena Garro, frágil y a la vez férreo, inestable y muy seguro, paranoico y sensato, lo que dinamitó sus experiencias políticas. Inspirada por el activismo de su hermana Devaki, se une a los campesinos de Ahuatepec, Morelos, en defensa de sus tierras. Por otro lado, la ambigüedad de su papel en el Movimiento Estudiantil de 1968 es un territorio nebuloso que no la dejó bien parada. Sin embargo, ninguna conclusión al respecto diluye la dimensión de su obra literaria. Hay en ella una obsesiva defensa de la libertad y de la imaginación, de ese tiempo por venir donde “lo perdido se convierte en algo precioso, en algo apenas entrevisto, evocado casi a voluntad, en la esencia más pura del presente.”
La reina de espadas de Jazmina Barrera es una visitación que se desborda por los confines de la obra de Elena Garro, entre las cajas de sus archivos en la biblioteca Firestone de la Universidad de Princeton, Estados Unidos, en las inquisiciones al Tarot, el I Ching y la astrología, buscando el misterio en el misterio. Toda una introspección y una plena exhalación de aire puro para convocar a todas las Elenas de Elena Garro.
Esta mujer indómita sospechaba que con la literatura podía cambiar su destino: «La memoria del futuro es válida, pero me ha fastidiado, y estoy cambiando los finales de todos mis cuentos y novelas inéditos para modificar mi porvenir». Esta creencia cándida e ingenua, de ninguna manera desmiente los poderes de la literatura, y particularmente aquellos que su obra enarbola como un incesante desafío a lo inexorable.
Conviene, me parece, cerrar este texto citando un fragmento de la “Advertencia” que Jazmina Barrera hace al principio de su libro: “La frase más famosa de Elena Garro dice así: «Yo solo soy memoria y la memoria que de mí se tenga». Los recuerdos que tenemos hoy de Elena Garro son confusos y contradictorios. Ocurre quizás con todos los muertos, pero un poco más con ella, porque con ella cuesta mucho trabajo separar los hechos de la mentira; la mentira, de la literatura, y la literatura, de los hechos. Es que los sucesos comprobados de su vida son muchas veces inverosímiles. Y es que a Elena le gustaba inventar historias (o contar mentiras, según fuera el caso) sobre otras vidas y sobre la suya propia. Y es que al gobierno represivo y corrupto de mitad del siglo XX en México, contra el que luchó y con el que también trató de aliarse, le daba por tergiversar la historia. Y es que en su vida solía toparse con los intereses de hombres poderosos, bien capaces de influir en las narrativas oficiales. Y es que cometió errores que cualquiera querría tratar de matizar o de ocultar. Y es que era común en los hombres de su época -y en varios de la nuestra, todavía- descalificar y negar los testimonios de las mujeres, en particular sus denuncias de violencia.”
*La reina de espadas, Jazmina Barrera. Lumen. Penguin Random House Grupo Editorial, abril de 2024.