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(Nuestras Raíces)

Sobre el Día internacional la Lengua Materna

(Itlocpa hueltetlatol ilhuitl)

Roberto I Rodríguez Soriano*

El pasado día 21 de febrero se conmemoró el “Día internacional de la Lengua Materna”. La expresión “lengua materna” refiere a la lengua que aprendemos a hablar después de nuestro nacimiento, a través de la cual definimos nuestra primera relación con el mundo: con las personas, con el tiempo, con los espacios, con la vida. Es la primera instancia con la que formamos, reconocemos y nombramos nuestros afectos y vínculos, pero también aquella que da nombre y representación a nuestros primeros disgustos y aversiones.

Se le llama “materna” porque se asume que la recibimos de la madre, quien ha sido culturalmente designada como depositaria y trasmisora de la tradición y de la cultura. Sin embargo, esta idea encierra una multiplicidad de violencias históricas. Durante mucho tiempo, se ha asumido que la lengua materna define nuestra identidad en términos esencialistas. Es decir, que la lengua que hablamos determina quiénes somos y hasta dónde podemos llegar. En sentido negativo, también se ha utilizado para trazar límites sobre quiénes no somos y quiénes son podríamos llegar a ser.

Desde la etnología, la antropología y la filosofía se ha promovido la idea de que la lengua revela el carácter esencial de los grupos humanos. Alexander von Humboldt, el influyente historiador y viajero alemán del siglo XVIII y XIX, por ejemplo, sostenía que la lengua era la expresión del alma de un pueblo. Bajo esta concepción, los pueblos indígenas han sido históricamente definidos por sus lenguas. En el caso de México, cuando un grupo indígena deja de hablar su lengua, también deja de ser considerado indígena.

Desde la conformación del Estado mexicano en el siglo XIX, el proyecto nacional se pensó en términos modernos y europeos, lo que implicó la imposición del español como lengua nacional. Se asumió que esta lengua contenía valores y principios más avanzados, y así se implementaron políticas de desindianización que iniciaron con la erradicación de las lenguas indígenas. Estos procesos estuvieron cargados de violencias extremas: las lenguas indígenas fueron perseguidas, marginadas y exterminadas. Antes de la colonización española, se hablaban alrededor de 350 lenguas en el territorio que hoy es México. Para 1820, el 60% de la población mexicana hablaba alguna lengua indígena, pero para 1930 el porcentaje cayó al 16%. En 2020, solo el 5.8% de la población hablaba una lengua indígena. Se estima que en los últimos siglos han desaparecido al menos 282 lenguas.

La pensadora mixe Yásnaya Aguilar sostiene que las lenguas no mueren, sino que se matan. Esto ocurre no solo cuando se persigue su uso, sino también cuando se despojan los territorios de quienes las hablan y se asesina a quienes las defienden. Paradójicamente, el mismo Estado mexicano que ha contribuido a su exterminio también ha insistido en la conservación de estas lenguas como parte del discurso nacionalista del mestizaje. Sin embargo, este esfuerzo ha sido en gran medida simbólico y museístico, buscando fijar las lenguas indígenas en un pasado inmutable en lugar de permitir su dinamismo y cambio.

Así, la celebración del “Día Internacional de la Lengua Materna” en México se convierte en un acto de contradicción: mientras se conmemora la diversidad lingüística, se perpetúa un sistema que sigue marginando y aniquilando las lenguas indígenas. La lengua materna no solo es un vínculo afectivo con el mundo, sino también un campo de disputa política e histórica donde se juega la sobrevivencia de pueblos enteros.

*Posdoctorado de la Universidad Autónoma de Morelos

La Jornada Morelos