loader image

(Nuestra raíz)

Retratos de un México mestizo

(To macehual Mexico ixcopinalme)

(Primera parte)

Miguel Gutiérrez Hernández*

Mi familia

En una imagen desgastada por el tiempo (1940s), mi madre de seis años mira curiosa la cámara. Detrás de ella, mi abuela Fidencia muestra rasgos mestizos, mientras que a su lado conviven su hermano Jerónimo, de facciones indígenas marcadas, y su hermana Candelaria, rubia de ojos azules. Todos hijos de la misma madre. Esa fotografía no solo captura un momento, sino la esencia de México: un país donde el mestizaje no es una teoría, sino un hecho vivido en cada familia.

Mi tío abuelo Jerónimo, con su sabiduría serena, me regaló una cotorina de lana que me abrigó durante años. Esa prenda, tejida con técnicas ancestrales, simboliza la herencia indígena que me protege y guía. En contraste, mi tío Clemente, hijo de Candelaria emprendedor incansable, me enseñó que la tenacidad no tiene color de piel. Cada familiar con sus diferencias, moldearon mi visión del mundo: el valor no reside en los rasgos físicos, sino en las acciones y las actitudes.

Como ven en mi familia hay rubios, morenos, emprendedores, artistas, y todos han contribuido a mi historia. ¿Acaso debo preferir a unos sobre otros? Sería como negar una parte de mí mismo. El mestizaje no es una suma de porcentajes raciales, sino un diálogo constante entre tradiciones, actitudes y afectos.

No sólo Benito Juárez, zapoteca, es para mí motivo de orgullo, Ignacio Manuel Altamirano, de origen nahua, mostró un gran carácter y deseo de saber que lo hicieron emigrar e ingresar al Colegio Nacional demostrando que la grandeza no se define por el origen. Juárez, al defender la República, no hablaba como «víctima», sino como líder. Altamirano, desde la literatura, demostró que la cultura indígena puede dialogar con el mundo sin perder su raíz. Su legado nos recuerda que reducir a los pueblos originarios a un papel pasivo es ignorar su poder transformador.

Hoy, algunos discursos insisten en fracturar a México: indígenas vs. europeos, pobres vs. ricos. Pero ¿qué país surge de esos opuestos? La verdadera riqueza está en reconocer que todos llevamos múltiples raíces. Mi familia, con su diversidad, me enseñó que la identidad no es una competencia, sino un tejido. Cuando se exalta solo una herencia —ya sea indígena o europea— se rompe el equilibrio que nos define.

Criticar la victimización no es negar las injusticias, sino rechazar que se nos encasille en roles estáticos. Los pueblos indígenas no son reliquias del pasado: son comunidades vivas, con capacidad de acción y progreso. Lo mismo aplica para quienes tienen ascendencia europea: no son «culpables históricos», sino mexicanos con sueños propios.

¿Por qué admirar a alguien por su sangre? La cotorina de Jerónimo vale por su calor, no por quién la hizo. Clemente no es memorable por sus ojos claros, sino por su ética de trabajo. La obsesión con lo genético sólo simplifica, banaliza y deshumaniza a las personas. México no necesita más divisiones, sino reconocer que todos pueden cooperar y aportar, sea un artesano de Oaxaca, una ingeniera de Monterrey o un maestro rural.

*Ingeniero y Tlayecanqui Miguel Gutiérrez Hernández

La Jornada Morelos