Donald Trump ha sido acusado de fascista, y es comprensible que millones de personas compartan esta opinión. Aunque simpatizo con el sentimiento detrás de la palabra, Trump no es verdaderamente fascista. Esto no significa que su ascenso al poder no sea un peligro que deba evitarse a toda costa, ni que las narrativas que promueve no contribuyan al avance de ideologías fascistas.
En el año 2000, Trump se postuló para la presidencia por primera vez. Esta campaña no es muy recordada, ya que no tuvo éxito y abandonó la contienda rápidamente. Lo que destaca de esa campaña es su plataforma ideológica, que incluía ideas progresistas para la época. El fracaso de esta campaña es evidente, ya que el Trump de 2024 no se parece al de aquel entonces.
En la campaña de 2016, cuando comenzó la radicalización derechista que conocemos hoy, Trump tampoco era tan discriminatorio y odioso como lo es actualmente. Cuando se le preguntaba si empleaba a personas trans, respondía que probablemente sí, mostrando indiferencia hacia el género de quienes trabajaban para sus compañías. Cuando fue cuestionado sobre si las personas trans podían usar los baños de su preferencia, respondió que todo el mundo siempre ha usado el baño que prefiere y que el sistema funciona. Sin embargo, sus posiciones sobre esta y otras disidencias se fueron radicalizando a lo largo de la campaña hasta llegar al odio y racismo que propagó durante su presidencia.
Es claro que Trump hará lo que sea necesario para aferrarse al poder. No le importa ningún objetivo fascista; su conexión con colectivos fascistas se debe a que la adoración al líder, común en estos movimientos, es el único mecanismo social y político que le proporciona la admiración y el clamor que cree merecer. Es evidente que Trump jamás podría creer en una ideología que impulse el bien de cualquier colectivo. Trump cree en lo que sea que le gane más votos, porque lo único en lo que verdaderamente cree es en sí mismo.
Trump es algo mucho peor y más difícil de entender que un fascista. Queremos encasillar las cosas en lo que conocemos, y esto a menudo es útil. muchos seguidores de Trump y funcionarios del Partido Republicano son evidentemente fascistas. Trump, intencionalmente o no, les abrirá las puertas hacia el control que necesitan para llevar a cabo sus objetivos sesgados y moralmente indefendibles.
Trump es la máxima expresión de los valores fundamentales de Estados Unidos y el capitalismo: la lucha egoísta por el propio beneficio. No tiene ninguna compasión moral; si las encuestas indican que algo le dará más votos, Trump lo adoptará como una creencia fundamental. Ha fomentado intencionalmente un culto de adoración que recuerda al fascismo. Aunque no planea estar presente cuando los seguidores de la supremacía racial y cultural le pidan cosas, sabe que están ahí, arrodillados ante él como si fuera un dios. Trump busca fanáticos y, si el fanatismo por causas conservadoras y fascistas puede ser dirigido hacia él, hará todo lo posible para convertirse en el símbolo de esas causas.
La ideología estadounidense y capitalista promueve que luches solo por ti mismo, que destruyas a quienes se opongan a ti y que asegures tu lugar en la cima. Los fascistas, en cambio, buscan el bien de un colectivo a expensas de otros. Trump nunca podría luchar por ningún colectivo. Aunque no es fascista en el sentido estricto, esto no lo hace menos peligroso. Trump ejemplifica cómo las ideologías capitalistas y culturales estadounidenses pueden abrir la puerta al fascismo y lo difícil que es para las personas de esta cultura resistirse a la atracción de los ideales fascistas.
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