Desde las elecciones de 2020, Donald Trump ha negado los resultados y ha impulsado una campaña ideológica entre sus seguidores y el Partido Republicano para sembrar las semillas de desconfianza en el proceso electoral. Sus alegatos de fraude han sido desmentidos en innumerables ocasiones, pero a pesar de ello, su narrativa sigue ganando tracción entre millones de personas.
Inmediatamente después de las elecciones de 2020, el equipo legal de Donald Trump presentó decenas de demandas para anular la victoria de Joe Biden. Cuando estos esfuerzos fueron denegados por las cortes, Trump comenzó a presionar a oficiales estatales para alterar los votos, culminando finalmente en los eventos del 6 de enero de 2021, cuando Trump llamó a sus seguidores a Washington, D.C., para tomar el Capitolio y prevenir la certificación de la victoria de Biden en el Congreso. Este fue un claro intento de subvertir los resultados de una elección democrática y justa; hubieran logrado anular la victoria de Biden de no ser por las acciones de una serie de legisladores que protegieron los votos certificados frente a los fanáticos de Trump, mientras que el vicepresidente Mike Pence, a pesar de la presión por parte de Trump para actuar en mala fe, cumplió con su deber constitucional y confirmó la victoria de Biden.
A pesar de que el atentado de Trump y sus seguidores fracasó, demostró lo frágil que es la democracia, pues de haber logrado persuadir a algunos funcionarios públicos selectos, los resultados hubieran sido muy distintos. Desde entonces, Trump y sus aliados han continuado esparciendo mentiras sobre la legitimidad de las elecciones, creando una realidad peligrosa, ya que millones de ciudadanos verán las elecciones como ilegítimas si el resultado no se alinea con una victoria para Trump. Convenciendo a los constituyentes, Trump ha creado un clima de presión para gobernadores y legisladores que, a diferencia de en las elecciones anteriores, podría llevarlos a colaborar con los deseos de Trump y sus fanáticos.
Las consecuencias de esto pueden ser catastróficas. Con muchos miembros del partido repitiendo alegatos de fraude y otros bajo intensa presión por parte de Trump y sus constituyentes, podríamos llegar a una crisis electoral. Si suficientes estados se rehúsan a certificar la victoria de algún candidato en base a estos alegatos o se ven retrasados en el proceso a causa de los ataques legales de Donald Trump, podríamos enfrentar un escenario donde ningún candidato obtenga los 270 votos requeridos en el Colegio Electoral para ganar. Si esto no se soluciona a tiempo para confirmar a un ganador e iniciar el proceso de transición, la 12.ª enmienda de la Constitución dicta que caerá sobre el Congreso la tarea de seleccionar a un presidente, dándole un voto a la delegación de cada estado. Esto quitaría la decisión de las manos del electorado americano y se la daría al partido con mayoría en el Congreso, el cual, aunque también será alterado en estas elecciones, ha tenido históricamente una mayoría republicana.
Este no es un escenario hipotético, pues las acciones de Trump en el pasado, especialmente los eventos del 6 de enero de 2021, han demostrado su deseo y apoyo para desmantelar las instituciones democráticas y consolidar el poder en sus manos. En este contexto, la importancia de la próxima elección se vuelve crítica. La candidata demócrata Kamala Harris no solo debe buscar una victoria electoral, sino que debe hacerlo de manera aplastante, asegurando así la protección y legitimidad del sistema electoral. Solo a través de un mandato sólido puede garantizar que las voces del pueblo prevalezcan sobre las manipulación y desinformación perpetuada por el partido republicano.
Imagen cortesía del autor