

El viernes 25 y el sábado 26 de abril se celebró en Tepoztlán, en su Nuevo Mercado Municipal, el IV Encuentro Nacional de Escritores en la Montaña. Coordinado, como los tres anteriores, por la poeta Silvia Tomasa Rivera, el encuentro congregó a un público entusiasta y nutridísimo. El día 25 leí unos cuantos cuentos y me tomé un montón de selfis con diversos asistentes. Abrí la sesión del 26 a las once de la mañana, con otros cuentos, y después leyeron Alejandro Campos Oliver, Armando Alanís, Benjamín Nava y Gerardo Bustamante; a las doce –no hubo tiempo para selfis– salí de volada en automóvil –el fidelísimo Martín al volante—porque a las dos de la tarde debía estar en “El libro y la rosa”, en CU, en otra mesa, ésta para conmemorar los 65 años de “Voz viva de México”. Tuve el honor de compartir ese espacio con Ana Lorenzano, Rosa Beltrán y Myrna Ortega. Ahí no leí nada; ahí hablé liberado de la escritura, con voz viva.
Y hubo fotos a montón. Como si estuviera reponiendo las que no había podido tomarme en Tepoztlán esa misma mañana. Estos acontecimientos tuvieron consecuencias anímicas que debo ordenar. De momento lo más grave es que por tres días no me fue posible cumplir con la gozosa tarea que me he impuesto durante ya casi ocho años, de poner en circulación un poeta al día. Hoy reanudo este venturoso ejercicio:

PRIMERA CARTA DEL DESIERTO
Un país de ozono
y una selva que era virgen
al fondo de una copa verde

desde allí surge
de vez en cuando
un vapor turbio y espeso
que nos habla

de la imperiosa necesidad
de abandonar estas tierras
nos habla de la abeja
del viaje y la colmena

pues el que quiere miel –dicen–
ha de salir del panal
y nosotros
que un día escuchamos la queja

manando a borbotones
de la soñada entraña
no fuimos distintos
quemamos las vetustas naves
con todo y los mascarones de proa
y olvidamos las respuestas
pero construimos otras
el mundo estaba listo para darnos la espalda
desde el clamor de las células
hasta el silencio de los altares y los cultos
así que no hicimos muchas promesas
y dejando los simulacros de lado
intentamos cumplirlas todas
desde las que no nos dejaban ver la luz
hasta aquellas que no dejaron de ver la luz
tal vez se trataba de mirar con desapego
el escaparate de la discordia
pero nuestros amigos y nuestros padres
supieron en el acto
que algo se había roto
en las alas del trueno
al cuarto para las doce
en el ritmo de los motores
o en la dilatada curva bajo el cielo
y cuando nos fuimos
comenzaron a hacerse
insoportables las preguntas
¿quién apagó las lámparas
en las pupilas doradas de las águilas?
¿quién desorientó los radares
en las escuelas de ballenas y delfines?
y entre los ladridos del silencio
¿quién dijo que las preguntas
sólo estaban allí para preguntar?
la oscuridad vació poco a poco de recuerdos
el dolor de ser uno
en estas altas planicies
donde permanecer juntos
parecía ser lo único importante
pero nunca dejó de estar claro
que es el dolor
lo que nos ha unido siempre
como una viga decrépita
donde las moscas del verano se posan
en una oscuridad más alta
sin oro ni petróleo ni dinero
hay un lugar para nosotros
un oasis de clorofila celeste
donde se asombran las palmas
de las manos
así que salimos a buscar
nuestro consuelo
más allá de los campos parchados
con banderas de tizne
y la basura de las hordas por venir
salimos a buscar
salimos a buscarnos
más allá de de los nombres
salimos a buscar
y desde entonces
sólo buscamos salir
————
SEGUNDA CARTA DEL DESIERTO
No recuerdo ya cuántos caminos cavilamos
ni cuántas noches dimos vueltas
alrededor de la misma mesa
en la misma cocina
que tantas veces nos había visto
brindar hasta la madrugada
por la buena vida
¡ah la buena vida!
hasta que llegó una mano
con su pastilla de sombra
ofreciendo lo necesario
para sobrevivir
esa imagen es el león
de la ausencia
esa idea es la mosca
de la eternidad
una ceiba negra
con el tronco quemado
por una centella que gime
dando el peso y la medida
el oro y el meteoro
el santo y la seña
y aunque la fiesta continuó
ya era imposible disfrazar
la magnitud de la catástrofe
así que salimos de allí
ofuscados
ennegrecidos
buscando un significado
para aquella aparición
buscando un sentido
a nuestros remordimientos
y al impulso de construir
un refugio para el último día
y las puertas selladas
y las ventanas de la resurrección
desde entonces no dejamos de preguntarnos
¿qué pasó?
¿o quién pasó?
si lo que había de pasar
ya había pasado
y nada de lo pasado
resultó ser una sorpresa
entre los alambres de púas reptan
las víboras del caduceo
y en las monedas anida
el águila de la contrariedad
así que nos fuimos
de pronto súbita
frecuentemente nos fuimos
a buscar un hogar entre las nubes
y sus mapas cambiantes
de un momento
a otro nos fuimos
¿qué importa ya que las gargantas
permanezcan secas con el estío?
¿o que los cristales de sal
sean más afilados que la razón?
hay una verdad
más allá del horizonte de la poesía
hay un lugar que nos espera
con la paciencia de todos los astros
y el corazón lo sabe
allí hemos de volver
tarde o temprano
para partir de nuevo
con el cuerpo colmado
por nuevas interrogantes
las montañas recién hechas
bajando de las nubes
como animales dorados
aunque por ahora
se nos ha servido
el vino de la incertidumbre
y ya no podemos estar seguros de nada
ni siquiera de las mañanas despertando
en el despejado centro de la noche
Alberto Blanco (1951) Canto desierto. poesía Hiperión, 832. Madrid, 2024
