
Francisco Javier González Quiñones
Adjetivar una literatura tan prodigiosa como la de Roberto Bolaño es un atrevimiento que es necesario asumir, para intentar descifrar el universo literario de un narrador que escribió con el corazón de un poeta. Bolaño fue un escritor que se nutrió de poesía, que respiró poesía y que transpiró estrofas poéticas que transfiguradas en su narrativa dieron vida a cuentos, novelas, ensayos y artículos periodísticos que conmueven y sacuden al lector que se atreve a sumergirse en la literatura creada por este autor.
La profundidad de esa literatura brinda la pauta para experimentar la gloriosa experiencia de flotar entre el espacio de extraños linderos intratextuales. Espacios limítrofes de un universo literario pleno de sutiles laberintos y resquicios por los que aparecen y desaparecen, como alucinaciones, espejismos y evocaciones, los personajes bolañeanos que deambulan entre deslumbrantes urbes, variadas campiñas y vastos desiertos. Escenografías algunas veces reiterativas, pero necesarias para respirar las atmósferas vitales de cuentos como El gusano, La vida de Anne Moore y Sensini; y de novelas como Estrella distante y Los detectives salvajes. Textos poderosos y fascinantes que no se agotan con una primera lectura.
Roberto Bolaño fue un gran caminante de la ciudad de México, primero con sus propios pasos y después arropado por la magia de la literatura y en simbiosis con Juan García Madero, imberbe estudiante que renuncia a la Universidad, a la familia y a todo convencionalismo social para hacer de la poesía su forma de vida.
El diario de este joven poeta es parte fundamental de la estructura y el argumento que da vida a la novela Los detectives salvajes, una obra maestra de 609 páginas divididas en tres capítulos. El primero y tercero conformados con el diario de García Madero y el segundo integrado por una serie de testimonios centrados en descifrar el derrotero y el peregrinaje de Ulises Lima y Arturo Belano, protagonistas y trotamundos cuyo merito principal es el de ser ambos los fundadores del realismo visceral, movimiento de vanguardia poética que remite a Cesárea Tinajera como la madre y piedra angular de esta vanguardia.
En Los detectives salvajes el escenario es el mundo y las escenografías y atmósferas se tornan variadas y contrastantes, grandes metrópolis y ciudades desoladas y polvorientas, todas inundadas de espejismos y de vergüenzas de la humanidad, cómo la marginación, el desplazamiento forzado, el exterminio, el tráfico de personas, la corrupción, las guerras absurdas y un largo etcétera.

Varios personajes que vagabundean a sus anchas entre las páginas de Los detectives salvajes provienen de otras obras de Bolaño, a ellos les resulta familiar el universo multidimensional de este autor y por eso se desplazan entre sus resquicios intertextuales. García Madero se percibe como el joven que acompaña al sicario protagonista del cuento El gusano. Abel Romero, uno de los testimonios que aparecen en Los detectives salvajes, es el policía encargado de encontrar y ultimar al siniestro Carlos Wieder, protagonista de Estrella distante y personaje emblemático del mal. Iñaki Echavarne, es un curioso enemigo de Arturo Belano y también es el crítico literario que aparece en Los detectives salvajes y en Estrella distante. La penetrante mirada de Bolaños sobre el norte de México, es persistente en su obra.
Otro de los temas que se percibe claramente en Los detectives salvajes es el exilio. El peregrinaje de Ulises Lima y Arturo Belano como trotamundos ─reconstruido con los testimonios del capítulo dos de Los detectives salvajes─ es un exilio poético, que los obliga a ser como judíos errantes expulsados de la poesía prometida. Esa terrible sensación de estar en lejanos lugares que no pueden suplir los misterios de sentirse arropado con el abrigo del terruño, es una angustia compartida por todos los exiliados. Juan Stein, Diego Soto, Abel Romero y Sensini, son algunos de esos personajes que encarnan literariamente diferentes facetas del exilio, ya sea en novelas o en cuentos: Los detectives salvajes, Estrella distante y Sensini.
Los detectives salvajes son relatos desprendidos de vidas intensas. Vidas de apogeo y ocaso. Todos los real visceralistas, como el Ángel caído, sucumben ante las tentaciones del paraíso poético y desfallecen. Ulises Lima y Arturo Belano, como judíos errantes, vagan en busca de la tierra prometida, pero a diferencia del hijo pródigo regresan al hogar sin causar regocijo y sin ser portadores de buenas nuevas para los real visceralistas.
La centenaria urbe que los vio nacer como poetas los recibe de nuevo, sin embargo, su cobijo ya no es el mismo. Todos se pierden en las entrañas de la ciudad en la que se difumina el ombligo del mundo. Por momentos se alejan de su bendita vocación de poetas, pero, entre la lucidez de la locura y el desencanto renuevan sus anhelos de alcanzar una tierra de inéditos frutos poéticos. Durante su peregrinaje, las alucinaciones y el asombro son insuficientes para guiarlos en ese afán, desconcertados, los real visceralistas se convierten en náufragos que navegan en la inmensidad oceánica de la poesía.

En Los detectives salvajes la poesía es la armadura que portan los real visceralistas para enfrentar la vida, pero también es el maná del poeta errante. El poeta consume lecturas pero se nutre de lo que sus ojos, sus oídos, su tacto y su olfato le permiten ver, oír, sentir y oler. La mirada se pierde en la vastedad del océano y del desierto, los ojos parpadean ante el deslumbramiento de las ciudades. Los oídos escuchan el sonido del silencio que retumba con el eco de misteriosos murmullos. Los sentidos se regocijan con el placer de hacer el amor y se lastiman con el dolor del exilio. El olfato devuelve el olor del recuerdo y los aromas de la nostalgia. Todo esto bajo el impulso y el aliento de creer en algo o en alguien.
Vivimos aferrados a ese aliento, consciente o inconscientemente nos aferramos a los pulsos de quienes amamos o a las manifestaciones de lo que nos asombra y para Roberto Bolaño la poesía fue su asidero de vida, conmovido por ella, la abrazó hasta el final de su existencia.
