

Omar Alcántara Islas*
Es poco probable que los países americanos, fastidiados de las tropelías estadounidenses, nos lleguemos a organizar para cambiar el nombre a nuestro continente, pero lo que se puede hacer, en lo inmediato, es dejar de llamar «americanos» a los «estadounidenses», por más que ellos insistan en usar el término para designarse a sí mismos.
Y «estadounidenses», si tanto ellos como nosotros somos amables, porque de otro modo, la mayor parte de los latinoamericanos conocemos la palabra «gringo», de discutida etimología y cuyas numerosas acepciones en México ni siquiera son registradas por la Academia española de la lengua. Por cierto, también hicimos bien en dejar de nombrar como «Real» a esta última institución lingüística, al menos en tierras americanas, donde, desde hace algún tiempo, nos deshicimos de las execrables monarquías.
O al menos así parecía, porque una de las características de los actuales ultracapitalistas y cuyas decisiones tienen en vilo al mundo entero, es sentirse elegidos por el Dios Dinero para guiar los destinos de la humanidad. A pesar de lo dicho, alguna vez los Estados Unidos fueron un modelo de república y de democracia, aunque fuera solo en el cine; cómo no recordar Mr. Smith Goes to Washington de Frank Capra (1939), entre otros filmes.
Y así como destacaron en el arte cinematográfico, es innumerable la cantidad de música que, de una u otra forma, nos sigue ligando a su cultura, solo por mencionar un par de aspectos encomiables de esta nación moderna a la cual muchos nos sentimos cercanos mediante esa emoción que a falta de un término mejor podemos seguir llamando amor-odio.
Por otra parte, cuando se escribe «nación moderna» en relación con los Estados Unidos, se piensa en una cultura que tiene poco más de doscientos años, a diferencia de aquellas culturas milenarias, entre las cuales podemos incluir a las mexicanas, las chinas, las indias o las persas, entre otras, a las que este país quiere dar clases de imperialismo en el mejor de los casos, o en el peor, del funcionamiento de la rueda.

Un síntoma de su crisis creativa, es que a los grandes logros del cine –incluyendo la épica western mediante la cual podemos trazar parte de su idiosincrasia– se sucedió el género de superhéroes, a veces fascinante, sin duda, sobre todo cuando fuimos atrapados por esas historias siendo niños; pero, las más de las veces, no deja de ser un registro aburrido de ese individualismo acendrado de la cultura contemporánea que ve los logros personales, y nada más, como la apoteosis de la realización plena.
Sin duda, en situaciones como las actuales se tienden a exacerbar los nacionalismos, un tema que también obsesiona a los estadounidenses, la diferencia es que estos últimos, en una buena proporción, siguen empeñados en el racismo, llegando a un punto en el cual, a semejanza de la película Dr. Stranglove de Kubrick (1964), pero sin la comicidad del filme, a los supremacistas blancos cada vez les cuesta menos reprimir la fuerza de su brazo extendido.
Pero como cantan los Tigres del Norte en «Somos más americanos», nadie lo es menos que aquellos que siempre han rechazado a las culturas autóctonas de este continente. Ni nos aceptaron en el pasado ni nos quieren ahora en lo que ellos llaman América. Y la nuestra es también en buena medida una nación moderna, qué duda cabe, pero su riqueza consiste en ser una mezcla de europeos y de otras cien etnias distintas que, hasta ahora, en las buenas y en las malas, hemos sabido convivir.
Ojalá que nuestro país nunca se contagie por completo de ese individualismo desbocado y que al supremacismo blanco sepamos oponer la solidaridad con todos los seres humanos, vengan de donde vengan; pues a pesar de todos nuestros problemas, sin esa solidaridad estamos condenados como sociedad a convertirnos, en vez de los Estados Unidos Mexicanos en los Estados Unidos de América.

Finalmente, nos quedan muchos nombres por cambiar para entendernos de otra manera con la realidad y en algún momento, acaso, podamos tener un continente inclusivo sin distinciones raciales o étnicas. O incluso nacionales, pero mucho de esto depende de que los estadounidenses sobrevivan –y nosotros podamos sobrevivirlos– a su última crisis de identidad.
*Doctor en letras
