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Andrés Uribe

“Vivo instalado en la exhalación, los días suceden a los días, las noches a las noches; estaciones de tren, puertas de embarque y urgencias pequeñas no son más que destellos sin simiente, mi sentir se hace chico”.

El día comienza tranquilo, el reflejo de la luz ámbar del baño se escapa por la rendija de la ventilación. Recojo un poco el cuarto y salgo hacia el centro de Tokio, me quedan unas 4 horas antes de volver al trabajo. Siempre siento la prisa bajo los pies, una constante agitación por encontrar la belleza en los lugares que vaya, no importa su tamaño o condición. Podría ser un buen café, un almuerzo caliente o un árbol que dé un poco de sombra, lo importante es salir de la cotidianidad, encontrar la diferencia de lo que uno comulga y presume ser.

Llevo cerca de 3 años viajando mucho, durante ese tiempo me he salvado a mí mismo de decir que el tiempo invertido ha estado lleno de experiencias increíbles: ver a un dragón de Komodo a los ojos, andar en motocicleta en Islandia, bailar salsa en Puerto Rico, bucear en el Caribe cerca de los restos de un barco holandés hundido, beber sake en Japón, comer fish and chips en Inglaterra, ver un Iceberg de cerca, pelearme con un bartender en Ámsterdam, comer tapas en Cadiz, visitar la arquitectura de Guadi en Barcelona, subir un rascacielos en Singapur, etc.

Y a pesar de que todas estas memorias resonaran con más dulzor en el futuro, he empezado el decline, el camino de vuelta. He decidido que éste será mi último año de viaje (2023), por lo menos durante un rato. Es una forma de cerrar, toda historia necesita un cierre y esta ha de ser la mía, la muerte da sentido a la vida, inclusive saber que todo esto se apagará por un tiempo me hace apreciar más este tiempo, esta vida ha sido un picnic del cual empiezo lentamente a recoger los platos y doblar el mantel.

Lo supe de golpe cuando salía de la estación de Shimbashi, y tal revelación se dio cuando torpemente buscaba transbordar en Ginza, en tanto, casi siempre voy escuchando música en forma aleatoria, y algunas veces los temas que aparecen encajan con mi sentir, salía de prisa y con el tiempo contado en busca de un buen restaurante de curry japonés, y mientras sentía esa ansiedad, Simple Kind of Life de No Doubt empezó a sonar por mis auriculares. La voz de Gwen Stefani hizo click con mi sentir, por un momento envidié esa forma apacible de vida que ella describe, una vida llena de cosas sencillas:

“And all I wanted was the simple things. A simple kind of life”.

Me imaginé en la anti-tesis de mi situación, una vida alejada de las ciudades y de su marea, de las prisas y los aeropuertos. Una casa apacible en medio del campo, dedicado al quehacer de los oficios, trabajando en línea y dejando la tarde para pasar revista a los deseos más triviales, la visita a los amigos, la búsqueda de la familia y el paseo de mi perro, y creo que esto sólo podría pasar si cambio de estilo de vida para construir un nuevo hogar más tranquilo, tal vez más sencillo, más íntimo.

Buscar lo infinito en otros lugares se volvió por un tiempo mi propósito, bañé mis ojos con el mundo para poder ver de cerca que en mi casa, cabían todos esos mundos.

Estación de metro Shimbashi, Tokio

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