A punto de ocuparme en este artículo de las aproximaciones de varias ciencias sobre la música, me detengo empujado por las barbaridades que ha expresado Trump en meses recientes, en congruencia con su postura de macho alfa, dominante, o pretendiente de serlo, ante el mundo. Sí, hay tantos como infinitos usos cultos de la palabra, que nos deparan tanto bienestar como más probabilidades de sobrevivir como especie, que sorprende, al menos a mí, que un próximo presidente de esa potencia mundial, la use de cuantas formas violentas como inventa a diario.
Podemos usar la palabra, por lo menos el lenguaje corporal, para pedir ayuda, para dar ayuda a nuestros vecinos, para coordinarnos y resolver las necesidades comunes. Eso es civilizado, y culto. Trump por su parte, nos ofende, trata de humillarnos amenazándonos respecto a temas como migrantes y comercio, esperando que nos hinquemos y hagamos sus caprichos de manera inmediata.
Usamos la palabra para compartir perspectivas, buscar acuerdos, ubicar diferencias y proponer vías para resolverlas. Eso es de personas y países cultos, civilizados. Trump, por sus pistolas, se burla de Canadá y de su ciudadanía, de su primer ministro, pretendiendo reducir a ese país a su subordinado estado número 51, a sus órdenes, sin derecho a réplica.
Es un gozo usar la palabra para expresar amistad, cariño, amor, para hacer paulatinamente de una persona extraña, una cercana, entrañable, construyendo una relación mediada por la riqueza de nuestras emociones y léxico amoroso, arribando a un estado superior, civilizado. Trump a su muy violento estilo, trata a Dinamarca como un obligado vendedor, sin voluntad ni principios, sin dignidad, intentando adquirir por cualquier vía, incluso por la fuerza, Groenlandia.
Pero tan grave como es ese lujo de violencia verbal y expresiva, corporal y simbólica hasta ahora, es que un volumen nada despreciable de pobladores de USA, incluso inmigrantes, le aplaudan sus humillaciones, sus maltratos a naciones e individuos, que por cierto saben bien que Trump es un evasor probado de impuestos, dentro y fuera de USA, que se le ha condenado por violación, que ha violentado procesos electorales, por supuesto con millares de cómplices a quienes les es extraña como a Trump, la democracia.
Trump como Milei, se dicen libertarios, confundiendo a capas incultas, sin formación política de sus respectivos paisanos. Pero hay que decirlo y repetirlo: uno y otro entienden por libertad, su libertad de acabar con quienes se oponen a sus caprichos; libertad de apropiarse de países a voluntad; libertad de imponer a sus empresas dispersas por el mundo; libertad de destruir el medio ambiente con tal de generar ganancias para sus asociados; libertad de someter mediante la guerra, incluso con apoyo de mercenarios, aquellas regiones del mundo de su interés “estratégico”, es decir, aquellas con riquezas que en lo inmediato o mediato, les permitirán continuar dominando en este mundo, mercados, países, regiones enteras. Eso no es culto, no es civilizado, no es cristiano, porque de repente se declaran cristianos, él y sus compinches.
Estamos con los pueblos de Dinamarca, de Canadá, con los migrantes amenazados, como en favor de otros tantos ofendidos. En tanto, preparamos parque para nuestras ligas, nuestras resorteras verbales, y vamos pidiendo asesoría a Vietnam el pequeño, que saliera victorioso ante el gigante USA, hace ya casi 50 años.