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Un biólogo que dejó de ser chilango

(Texto resultado de una entrevista con el protagonista)

 

Nacido en 1949, en la Santa Julia, y callejero desde que comenzó a caminar, hoy ya no le gusta su cuidad. El Biólogo Hernández, ante ese drástico cambio sufrido, intenta encontrar el porqué de darle ahora la espalda a su placer de ser chilango y vagar a sus anchas en ese México Distrito Federal que describiría genialmente Chava Flores.

Ese proceso misterioso se fue dando de a poco, de forma imperceptible al principio. Como primera hipótesis de esta traslocación de su biografía, podría pensar en su llegada, en principio a regañadientes, a vivir los fines de semana en Cuernavaca. Durante diez años, Laura procuró con obstinación comprar una casa en esa ciudad; su periplo fue descrito con detalles en un capítulo de Andanzas [1], libro del propio biólogo que del que con el permiso de mi editor me permitiré compartirlo en la próxima Vagancia semanal.

La casa adquirida, que resultó fantástica y en un principio era visitada de viernes a domingo, por causa de un maléfico virus que obligó al mundo a guardase se convirtió en la casa de Laura y el biólogo durante toda la pandemia. En ese tiempo, subrepticiamente, el trópico empezó a hacer de las suyas, y como un encantador de serpientes fue haciendo que cada día resultara no solo soportable sino venturoso. Nació y fue creciendo un placer nuevo, el de gozar esa casa, su clima y sus dos jardines: uno está a la entrada, donde te reciben tres laureles de la India, muy antiguos, y tres palmeras kilométricas; el otro está al fondo, bañado con la música natural del riachuelo con que colinda. Ambos jardines son visitados por varias especies de aves que, en aquellos tiempos, fueron identificadas una a una con el apoyo de un joven ornitólogo, haciendo recordar al biólogo el origen de su apelativo

Esa tranquilidad botánica fue trasformando al biólogo Hernández en un hombre sedentario y casero, alejándolo cada vez más de su origen nómada. Él, que fue criado entre el ruido de cláxons, acostumbrado al tráfico como algo natural que lo hacía pasar horas en los trayectos en su coche, al llegar ahora a su antigua ciudad se siente como en otra dimensión, en la Ciudad Gótica de Batman, por ejemplo. Tanto ha sido así, que ha perdido el gusto de ir a restaurantes, a menos que lo espere una comida con amigos muy cercanos, pero evita a toda costa tener reuniones de trabajo para comer, menos aún para cenar. Y como sus lugares preferidos, las cantinas de verdad están muriendo, ya salir a las calles ha perdido todo encanto. Ya no existe el gozo de vagar por su cuidad.

Otra circunstancia que forma parte de esta hipótesis sobre ese cambio radica en la percepción de este biólogo, cada vez más ex chilango, de que el humor social ha cambiado para mal en los habitantes de la capital. Por ejemplo, del taxista, de los meseros, de los expendedores de los estanquillos, hasta de los que venden los boletos de los autobuses que llevan a Cuernavaca… siempre parecen estar enojados o molestos por alguna razón.

Lo único a que se ha atrevido para aliviar esos malestares ha sido a concurrir a reuniones placenteras con “amigos verdaderos”, como dice su ídolo Gil Gamés. Sin olvidar que una tarde, no hace mucho tiempo, tuvo el valor de abordar un Uber en compañía de su esposa Laura para asistir al Auditorio Nacional, que estuvo absolutamente lleno en el concierto de despedida -bueno, eso decía el programa- de Serrat, y que lo conmovió hasta las lágrimas de emoción.

Lo más preocupante de este cambio de vida del protagonista de estas confesiones es que ninguna de esas molestias y vicisitudes desagradables aparecen cuando ha estado en otras latitudes. En otras, ciudades vuelve con toda su intensidad el placer de recorrer las calles, se despierta el olfato de la vagancia que lo lleva al encuentro de bares, tascas y tabernas. En esos recorridos renace la necesidad de hablar con los cantineros, con los vecinos de barra, con los libreros en las librerías, incluso se despierta la curiosidad de visitar museos, el placer de sentarse en las plazas, de ir en busca de lugares visitados en otros viajes, o de perderse por no saber leer los mapas en ciudades nuevas para él.

Este placer de ser otra vez el Vendaval Hernández lo ha vivido en lugares muy diferentes: metrópolis como Buenos Aires, São Paulo, Madrid, Mallorca, Nueva York, Chicago, Praga y Copenhague. En ellas nunca se han presentado las sensaciones de inquietud y temor que lo volvieron un sedentario enclaustrado lejos de lo que fue por décadas su hábitat. En esos otros lugares, algunas veces aparecía como un escalofrío, como una llamada de atención mandado por la memoria, que lo hacía pensar que estaba cometiendo un acto de infidelidad con el lugar, como dice el huapango huasteco: “donde yo conocí la brillante luz del día, ay, la la la, la la “. Sin embargo, afortunadamente, ese pensamiento era borrado siempre por los placeres que esas grandes ciudades ofrecen.

En tiempos pasados era un placer regresar a México, ahora la neurosis, aumentada por la edad, lo ha vuelto poroso, como dijo alguna vez dijo Julio Cortázar, y eso le produce un resquemor por la realidad que va a encontrar. Prefiere entonces pensar en una imagen de la novela de su compadre Rafael Pérez Gay [2]:” el sueño de una casa con raíces”, y traza un plan de aterrizaje que lo debe llevar directamente a su casa de la palmera como cálida escala, antes de ir a la calle Sabino, en la colonia Rancho Cortés de la ciudad de la eterna primavera. Sin embargo, el amor que tuvo por su ciudad lo hace refugiarse cuando la visita en el microclima donde se siente a gusto y adaptado, y así como algunos de sus amigos que no salen de la Condesa, a menos que sea absolutamente indispensable, el biólogo no niega del todo su barrio y se da sus escapadas por los rincones de su Portales querido, en busca de una bocanada de su pasado chilango.

[1] Jorge El Biólogo Hernández, Andanzas, México, Cal y Arena 2021

[2} Rafael Pérez Gay, Todo lo de cristal, México, Seix Barral, 2023

*Bailarín tropical, apasionado de viajes, bares y cantinas que desea que estas Vagancias semanales sean una bocanada de oxígeno, un remanso divertido de la cotidianidad. (elbiologony@gmail.com)