La migración que me llevó al bosque
Para mis compadres Miguel Ángel y Lupita
Testimonios irrefutables de hombres y mujeres verdaderas, es decir los primeros caminantes que atravesaron el estrecho de Bering, aseguran que el primer Hernández, de segundo apelativo Cortez fundó el primer ingenio azucarero en Cuernavaca, así fue su migración comentaron, obligado por su esposa porque ya la antigua Tenochtitlan, estaba muy poblada.
Eso de los movimientos de las especies llevan su tiempo. Algunos siglos después los otros Hernández llegamos a la Luna, perdón quiero decir a la capital del estado de Morelos.
Los desplazamientos de parte de mi familia tuvieron ritmos y razones distintas. Permítanme en esta entrega intentar hacer un recuento del mío.
¿Cómo fui a dar ahí? A esa casa que es un atrevimiento. La respuesta está en la obstinación, el empeño, y el deseo sorprendente de Laura de sentarse a vivir como se debe en un lugar fantástico, si no me creen vengan a Sabino 117.
Esta expedición también llevó su tiempo, y yo diría sus recorridos minuciosos para encontrar ese hábitat predestinado. Debo confesar que nunca participé, es más no deseaba esa transmutación de mi casa de la palmera a ningún lado, pero con la complicidad de mis hermanos y mi compadre Miguel Ángel, Laura hurgó, investigó por años, casa por casa, hasta el encuentro final de nuestra migración. Lo que cuento está documentado con fechas, direcciones y con una descripción casi arqueológica de cada inmueble visitado, prueba de ello está escrito en una libreta marrón, que más bien es una bitácora una guía de navegación terrestre.
Este cuadernillo tiene un título en su portada que al calce dice: 2010 Queremos Casa en Cuernavaca. De su contenido he intentado hacer una descripción de cartógrafo, de estudioso de documentos históricos que justifiquen mi llegada ese lugar, al barrio donde a un señor se le ocurrió montar un ingenio hace siglos.
En sus páginas aparecen nombres completos de los o las propietarias, sus teléfonos de casa, sus Nextel, sus celulares, personas que no conocí, pero estoy seguro de que Laura las recuerda, Lourdes Borbolla, Lilia. A. Figueroa, y muchos otros, por su puesto los lugares, las colonias, los precios, Nueva Francia, Rancho Tulipanes, Acapatzingo, en él se registran tres páginas más de la geografía de Cuernavaca y sus alrededores, con todo y un mapa pegado con Prit en una de sus hojas.
Este documento también da cuenta de notarios, de posibilidades de pago, de consultas con abogados y arquitectos amigos, de dudas, de interrogantes, sobre si había que migrar de esa manera.
Ese camino siguió, la última vez conmigo a cuestas, y con la absoluta complicidad de mi hermano Pino recorrimos como cuatro inmuebles, yo ya harto pero aguantando, me obligaron a visitar uno más que según ellos era increíble y que lo habían visto tiempo antes, entramos estaba en ruinas, yo pensé, bueno vámonos a tomar un trago, pero ahí aparece el azar ese duende serendipy, mientras yo estoy refunfuñado en el coche, harto del recorrido ellos van a ver otra casa. Diez minutos después regresa Laura con su fuerza e intensidad como si acabara de cantar, y con su voz de contralto me dice: «recuerda esta dirección: Sabino 117 aquí vamos a vivir «.
Hoy escribo aquí en este lugar que es como un caleidoscopio, como un dodecaedro, como muchas casas distintas al mismo tiempo y en un mismo lugar, envidiadas por mi hermana, apacibles para mi hermano y su mujer, sorprendentes para mi suegra Oma y alucinantes para todos los amigos que todavía no se atreven a conocerla.
A estas migraciones familiares yo no vine, me trajeron a esperar las madrugadas, a sentir sin culpa alguna que todos los días son feriados, a gozar el aperitivo como si estuviera en un crucero en un bosque tropical y a caminar como flotando como un nuevo fantasma en su territorio, por mis tres bares y bibliotecas personales a mis anchas.
*Bailarín tropical, apasionado de viajes, bares y cantinas que desea que estas Vagancias semanales sean una bocanada de oxígeno, un remanso divertido de la cotidianidad. (elbiologony@gmail.com)
Imagen cortesía del autor