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Nunca hay que ignorar las costumbres locales de los bares

 

El tañer campanas puede ser un asunto comprometedor, y la aventura que nos cuenta Raúl Lomelí es una prueba de esa afirmación.

Cuando formó parte del programa de intercambio académico con una preparatoria en Noruega, siendo estudiante de High School en California, un fin de semana, acompañado de un amigo noruego, decidieron irse a Copenhague. Como todos los estudiantes de esos programas, tenía un presupuesto muy restringido que había que cuidar rigurosamente. En sus cuentas siempre figuraban los gastos básicos y, por supuesto, uno de ellos eran las cervezas que podía beber por semana. El ahorro, ese hábito fundamental, le permitió a él y a su amigo decidir cuánto podrían gastar en ese viaje corto a Dinamarca. Fueron meticulosos ajustándose al presupuesto que les permitió conocer y divertirse en esa bella ciudad. Todo marchaba de maravilla, esa tarde habían comido ricos bocadillos callejeros típicos de Copenhague, y habían bebido vino y un aguardiente nórdico que los mantuvo en un estado placentero y por momentos eufórico.

En la noche, revisaron sus números y fueron felices al darse cuenta que les alcanzaba para tomar las últimas cervezas del día, así que decidieron ir a un bar. Encontraron uno, muy animado, que habían divisado antes, al pasear durante el día, y que quedaba en una de las orillas del canal que cruza toda la cuidad.

Raúl y su amigo entraron gustosos al lugar que estaba lleno a reventar; el bullicio festivo los contagió, se pararon en la barra y pidieron dos cervezas danesas. Conversaron algo con los vecinos de barra y pidieron otras dos más. Al terminar el segundo tarro, Raúl Lomelí, este joven de origen nayarita y ciudadano norteamericano, se da cuenta que sobre el centro de esa barra pendía una campana con un cordoncillo que colgaba del badajo. Sin pensarlo mucho, Raúl fue hacia ella y con su gran sonrisa en el rostro la tocó alegremente, talán-talán, sonó a gran volumen por todo el lugar, entre grandes aplausos de toda la concurrencia, e incluso recibiendo muestras de alegría de algunos parroquianos que se le acercaron.

Ante su sorpresa, el cantinero también lo felicitó, y explicó el porqué de la exaltada reacción de la gente: en perfecto inglés, le dijo —Congratulations, Sir, cuando alguien toca esa campana significa que está invitando una ronda de tragos a todos los presentes, incluido el cantinero. Su amigo noruego, recuerda Raúl, se puso más blanco de lo que era al caer en cuenta de lo que había ocurrido, pensando en la imposibilidad de pagar ya que en los bolsillos tenían sólo el dinero exacto de lo que ellos habían consumido, y ni un centavo más. Ambos, como si fueran grandes actores, fingieron con risas y contestaban amablemente las señales de afecto, mientras poco a poco se deslizaban acercándose a la puerta, por la que salieron corriendo, zigzagueando por las calles, sin voltear a sus espaldas, por el temor de haber sido seguidos por algunos en exigencia de su copa gratis.

*Bailarín tropical, apasionado de viajes, bares y cantinas que desea que estas Vagancias semanales sean una bocanada de oxígeno, un remanso divertido de la cotidianidad. (elbiologony@gmail.com)

Imagen cortesía del autor