

Ciento cincuenta pasos de un viaje en el tiempo
Guiado por mi olfato afinado, luego de años de travesías, llegué al bar del Hotel Menger de San Antonio, el más antiguo del estado de Texas, el cual abrió sus puertas por primera vez en 1859. Me senté en la barra y mientras bebía un vodka martini seco con olivas me trasladé al pasado, pensando por un momento que me encontraba en este histórico lugar que alguna vez visitó Oscar Wilde, según se puede observar en una placa fotográfica, y ocupando la misma silla desde la cual debió pedir su copa. Otras fotografías me emocionaron de igual manera, ya que muestran a personajes históricos de mi deporte favorito. Entre otros, frente a mí aparecía, con su uniforme de los Tigres de Detroit, Heine Manush, campeón de bateo en 1926. En otra placa pude apreciar la figura inconfundible ni más ni menos que de George el Bambino Babe Ruth quien, en 1930, vino a esta ciudad para participar en un juego de exhibición entre sus Yankees y los Indians de San Antonio. Ante ese inmortal de la pelota me puse de pie y le di el segundo sorbo a mi martini.
Al dirigirme a la salida del hotel para encontrarme con mi entrañable amigo Raúl Lomelí, quien me había invitado a cenar ese día, los pasillos del lugar me llevaron una vez más al pasado. Al dar sólo unos pasos me vi flanqueado por cuatro atemporales casetas telefónicas de madera, con sus aparatos de monedas y sus puertas plegables que daban intimidad a las llamadas que hace muchísimas décadas se hacían desde ahí. Incluso sobre una mesita cercana a la puerta había dos aparatos telefónicos negros de hace más de cien años, de esos que sólo se ven en las películas, con su disco que había que girar para marcar los números. Salí emocionado del lugar sin saber lo que me esperaba.
Caminé con Raúl 150 pasos desde el pasado hasta el estacionamiento, donde estaba su vehículo de color azul metálico y cuya silueta me gustó. Mi amigo me dijo que no hacía mucho lo acababa de comprar y estaba orgulloso de haberlo hecho. Al abrir con su celular la portezuela me pidió que subiera al auto y empezó mi viaje al futuro, dejando atrás los tiempos evocados en el bar Menger.
Ya sentados en la nave -digo esto sin metáfora alguna- Raúl empezó orgulloso a mostrarme las virtudes de su auto. Mis reacciones fueron primero de curiosidad, después de asombro, incluido el temor a lo desconocido, y más tarde de incredulidad por lo que veía y sentía. Sólo se me ocurrió una frase en defensa propia y exclamé: “¡Raúl, no me chingues! Esto es diabólico”.
A medida que avanzábamos me sorprendía cada vez más ante lo que parecían pases de trucos de magia que Raúl hacía con su auto, haciéndome parecer como un habitante de Macondo frente al descubrimiento del hielo.

Si usted no se ha subido a una auto marca Tesla eléctrico de última generación, permítame compartir mis sensaciones.
Me acomodé en el asiento del copiloto, enfrente se desplegó una pantalla más grande que mi iPad en la que ahora escribo. En ella mi amigo y piloto me mostraba las imágenes de cada una de las ocho cámaras que ofrecen “una visibilidad de 360 grados y un alcance de hasta 250 metros”, tal como subrayaba muy ufano Raúl. Sin más explicaciones puso en marcha el motor y con voz de astronauta, como si hablara con Houston, dio dos instrucciones: “Quiero escuchar canciones cantadas por Javier Solís” y “Nuestro destino es el Brasserie Mon Chou Chou, en el Pearl District”. Con toda tranquilidad tomó el volante y condujo hacia la salida del estacionamiento.
Al salir, Raúl suelta el volante con el carro en movimiento y, sin bajar la velocidad, se voltea hacia mí y continúa la conversación que teníamos, incluso me da la mano como saludándome. Yo, pasmado, lo miro mientras él esboza una sonrisa y me dice: “Tranquilo, Biólogo, este gran auto se maneja solo, es decir, no tengo que hacer nada, por sí solo nos llevará a cenar. Tiene un piloto automático, mira cómo se detiene en los semáforos ante la luz roja”. Unas cuadras adelante siento que frena un poco porque otro coche quiere rebasarnos, lo deja pasar y se incorpora a un freeway -como les llaman por allá a estas vías rápidas- a la velocidad de crucero permitida. Todo ello sin intervención alguna del conductor quien sigue conversando conmigo con su jovialidad acostumbrada, como si estuviéramos en un bar.
Al llegar a nuestro destino el SUV Tesla modelo Y se detiene en la entrada del estacionamiento, espera a que la pluma metálica se levante y sigue su camino; con absoluta autonomía encuentra los lugares de aparcamiento para autos eléctricos y se estaciona perfectamente, puedo decir incluso que con delicadeza, en el cajón indicado.

De vuelta al planeta Tierra me pedí un martini seco con olivas rellenas de queso azul y compartí una docena de ostras Blue Point antes de deleitarme con mi boeuf bourguignon. A la hora de los postres en ese gran restaurante francés Raúl me pregunta: “¿A dónde quieres ir a tomar la última copa de la noche?”. Mi respuesta no la dudé: “Adonde digas, Raúl, pero primero quiero que me des otra vuelta en tu coche para llevarme al futuro un ratito más”.
*Bailarín tropical, apasionado de viajes, bares y cantinas, que desea que estas Vagancias semanales sean una bocanada de oxígeno, un remanso divertido de la cotidianidad.