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Seguimos en la constelación de Andalucía

Primera parte

 

Para Luis Miguel Aguilar y la Bióloga Soto quienes pronto flotarán por esta galaxia.

Ante los sabores y el saborío de sus tabernas y restaurantes, así como por las grandes emociones producidas por los encuentros de “imán y limadura” que tuvieron lugar en Granada, mi pluma apenas alcanza a dibujar unos trazos, algunas estampas de esos días que Laura y yo pasamos en esta, la tierra de artistas, poetas, músicos y cantaores.

La primera sorpresa fue cuando supimos en dónde estábamos hospedados. Nuestro hotel quedaba en una de las calles empedradas del barrio del Albaicín, exactamente en Cuesta de los Aceituneros número 6. Su nombre, queridos amigos que gustan de la historia, les puede dar una pista: Hotel Casa del Capitel Nazarí.

La mañana del primer día, luego de una caminata de algunos minutos por el costado izquierdo de la Plaza Nueva y por recomendación de la hostess del hotel, llegamos a Los Diamantes -cuyos ventanales miran a la plaza- para encontramos con una barra llena y todas las personas frente a ella de pie, hasta que hubo un momento en que mientras esperábamos a sentarnos ubiqué un espacio.

Preguntamos por una mesa y un camarero nos contestó: “Donde vean que alguien se levanta, ustedes la ocupan”. No pasó mucho tiempo y logramos sentarnos en una mesa larga donde había cinco personas: dos parejas y una muchacha con quienes abrimos conversación de inmediato. Las parejas eran de Murcia y la muchacha de Cádiz. Al ver lo que comían no dudamos y pedimos lo mismo: una orden de navajas, otra de gambas, algo de pulpo con pimiento bañado en aceite de oliva y, para cerrar, el plato que pasaba por todas las mesas que más que un plato era una charola llena de surtido de pescado, calamares y boquerones, todo frito a la usanza andaluza. Ese festín nos lo dimos en el restaurante Los Diamantes-Pescado Frito, fundado en 1942, en el Corazón de Granada.

Esa noche, después de andar las calles y callejones del barrio judío del Realejo, ya estábamos preparados para recorrer parte del Sacromonte y conocer las cuevas donde, siglos atrás, grupos de mujeres y hombres inventaron con sus palmas, sus zapateados, las guitarras y sus voces esa música universal llamada flamenco. La emoción de escuchar esos cantes se repitió, aunque con mayor fuerza, durante nuestro último día en esta ciudad y cuya crónica guardo para el final de las entregas de estos recuerdos de Granada. Fue tan conmovedor que espero que mi mano al techar pueda transmitir la experiencia a cabalidad.

El segundo día fue planeado desde México. Cuando Laura compró los boletos fue necesario asentar en ellos un documento oficial y nosotros registramos los pasaportes, tema muy importante porque a la entrada el encargado coteja el documento con los boletos y si no coincide no te permite el paso. Así, con pasaportes y boletos en mano, un poco nerviosos por lo excitante de lo que nos esperaba, abordamos el taxi que nos llevaría a la Alhambra.

Como ya he confesado en párrafos anteriores, para describir lo que vimos y sentimos al recorrer esos salones, pasillos, espacios y su Fuente de los Leones no tengo palabras propias, prefiero las de Francisco de Icaza y Breña, poeta mexicano nacido en la Ciudad de México y autor del verso plasmado con letras negras en la pared blanca que engalana la entrada a la Alhambra:

“Dale limosna, mujer

Que no hay en la vida nada

Como la pena de ser

Ciego en Granada”.

Tocados para siempre por lo vivido esa mañana, volvimos a la Plaza Nueva donde Laura buscaría un lugar para tomar algo mientras yo regresaba al hotel a guardar los pasaportes, detalle relevante porque nos permitió encontrar en el camino una de las mejores tabernas. Le preguntamos al encargado de los turibuses que recorren la ciudad por algún lugar para picar algo; sin titubear, el joven señaló la esquina de donde estábamos y sugirió: “No tengan duda, vayan al mejor lugar, se llama La Gran Taberna”.

Queridos amigos de estas Vagancias, los invito la próxima semana a entrar conmigo a esa Taberna, la mejor de Granada. Preparen el paladar.

*Bailarín tropical, apasionado de viajes, bares y cantinas, que desea estas Vagancias semanales sean una bocanada de oxígeno, un remanso divertido de la cotidianidad.

Jorge “El Biólogo” Hernández