loader image

 

Seguimos en la constelación de Andalucía

(Segunda parte)

 

Recuerden, estimados lectores, hace ocho días Laura y yo estábamos por conocer la Gran Taberna en Granada. El muchacho que nos la recomendó esa mañana no exageraba. Al entrar al lugar y ver la barra con sus bancos que recorre todo el lugar, y sus mesas de madera, además del entrepiso donde hay más mesas -que se ven desde abajo-, al instante se siente el “saborío’” de esta taberna granadina.

Apenas nos sentamos yo pedí una caña y Laura un café y, de inmediato, la persona que atendía la barra puso frente a nosotros sendos platos de tortilla de verduras, especialidad del lugar y una maravilla que nunca habíamos probado, y nos explicó que se elabora con verduras de la región y que uno de sus secretos es que lleva un toque de comino. Ahí, en esa taberna, disfrutamos lo que sigue siendo una fantástica tradición de las tabernas andaluzas, ya que sin parar te ofrecen tapas increíbles -vale decir que todas gratis y sin necesidad de pedir nada más de beber-. Una fue de pan tomate con jamón, otra de chorizo y queso, una más que recuerdo perfectamente era de carne deshebrada, “Es otra especialidad, la llamamos carne de piedra”, señaló el camarero con su acento claramente andaluz. Todo lo que probamos era para ‘flipar’. Sin embargo, por lo basto de ese “tapeo” me vi forzado a cambiar la hora de la reservación que ya teníamos hecha en un lugar para comer el clásico salmorejo servido con virutas de jamón y huevo duro, y donde tampoco debíamos perdernos sus famosas croquetas de rabo de toro, es decir, en Los Manueles cuyo letrero a la entrada lo dice todo: “Estamos aquí desde 1927”.

Pero los encuentros y sorpresas no acabaron ese día, mientras Laura hacía el recorrido por la ciudad en el Turibús yo caminé por los barrios del Sagrario y la plaza de la Reina Isabel hasta dar con otra taberna a la que nada más con leer su nombre estaba obligado a entrar: La Castañeda. Los lectores de mi generación sabrán por qué llamó mi atención, pues en mis tiempos ese era el nombre de un manicomio en la Ciudad México.

En esta taberna, fundada en 1953 y donde todo es de madera -sus mesas, algunas de las cuales sólo son antiguos barriles; las sillas, los bancos, la decoración en las paredes-, pedí un vermut de barrica y me senté a gozar uno de mis placeres cuando tomo algo y estoy solo: observo a las personas de las otras mesas y, si puedo, escucho algo de lo que platican o, mejor aún, invento sus historias.

En ese ocioso placer estaba cuando me levanté y pasé por una de las mesas donde las risas revelaban un ambiente festivo. Luego, de regreso de los sanitarios, bajando por las escaleras me crucé con uno de los comensales de aquella mesa. Él subía y le comenté algo que me había parecido gracioso, entre risas le platiqué que en el tapanco donde están los servicios hay algo así como un burladero de plaza de toros donde uno se puede recargar mientras espera a que el sanitario se desocupe. Al volver a su mesa, Arturo -después supe que así se llamaba- a carcajadas les contó esto mismo a sus amigos quienes, muy cariñosamente, creo que, debido a mi comentario, me invitaron a sentarme con ellos.

Charlamos “del mar y sus pescaditos”, como suele decirse de esas conversaciones ligeras, pero divertidas y al mismo tiempo interesantes. Como media hora después, es decir, luego de dos vermuts llegó Laura a acompañarnos. La tertulia continuó por un buen rato, nos hicimos invitaciones a visitarnos y quedamos en programar ellos un viaje a México y nosotros a Cartagena, su ciudad, la cual se ubica en el corazón de Murcia. Antes de despedirnos nos propusieron seguir la fiesta en un lugar donde ofrecen cachimba, conocida también como ’shisha’ -como dijo uno de ellos-. Les dimos las gracias y les dijimos que no fumábamos tabaco, pero fue José Luis quien con mirada pícara repuso: “¡No, nosotros no la probamos con tabaco, la nuestra tiene duende!”, subrayó con una franca carcajada.

Nos despedimos en la puerta de La Castañeda. De camino al hotel le comenté a Laura que estos nuevos amigos, Mario, Fidel, José Luis, Arturo, Tobi y Quique, estos hombres locamente divertidos no eran murcianos, sino marcianos que nos habían demostrado de forma vívida que el gusto de conversar en las tabernas y cafés con desconocidos y hacerlos amigos es posible en muy pocos lugares como no sea en uno llamado España.

El increíble y mágico encuentro que nos esperaba al final de la noche merece una crónica aparte, a la cual los invito en las próximas Vagancias de este viaje.

*Bailarín tropical, apasionado de viajes, bares y cantinas, que desea que estas Vagancias semanales sean una bocanada de oxígeno, un remanso divertido de la cotidianidad.

Jorge “El Biólogo” Hernández