Los Mayas y sus ancestros han vivido en la región por más de 10,000 años. ¿Por qué querrían talar la selva que ha sido su jardín?
Anabel Ford y Ronald Nigh (El jardín forestal maya).
Hubo un tiempo, en el jardín de mi abuela, en que había hierbas aromáticas, medicinales y comestibles. Conviviendo al azar, sembradas en cuanto recipiente de hojalata encontraba, estaban en desorden la albahaca, menta, hierbabuena, ruda, epazote, hinojo, y más allá, un árbol de mandarina, siempre lleno de interminables filas de hormigas negras en cuidadosa simbiosis. La milpa, un poco más retirada de la casa de madera y lamina negra, crecía en el patio de atrás. Cercano a octubre, las mazorcas ya estaban a punto, y en noviembre las calabazas de todos tamaños asomaban entre la hierba, grandes y manchadas de amarillo. No había frijol en esa milpa, pero sí chile. Pollos y gallinas sin raza, distintos en color y tamaño, complementaban el ambiente rural de aquellos años, hoy absorbido por el crecimiento de la ciudad. Causaba risa ver correr un pollo de patas cortas, sambo le decían, tras los granos de maíz que le aventábamos.
En aquella ciudad, en algunas calles principales, muy de mañana, mujeres de las rancherías vecinas traían a vender jitomates y chiles de todas las variedades, piloncillo, frijol limpio y vainas de frijol tierno y maíz, y hasta pescado. Además, chayotes, naranjas, mandarinas, mangos, jobos, ciruelos, capulines, una larga lista de los frutos de temporada producidos en sus patios. La milpa y los huertos rurales procuraban alimentación a una población en expansión, cuya actividad ya no se dirigía al campo si no a la industria del petróleo, a la construcción y a los servicios públicos como salud y educación. Esta economía agrícola aún subsiste a pesar de los grandes super mercados donde los productos alimenticios vienen de otros estados de la república y de los Estados Unidos.
Repaso estos recuerdos que abarcan apenas un corto período de tiempo, pero que son una herencia milenaria de los pueblos mesoamericanos. Aunque no se sabe con precisión cuando comenzó la práctica de la milpa como sistema agrícola, datos arqueológicos la sitúan en tiempos precolombinos hace aproximadamente 4,000 años, poco después de la domesticación del maíz y el frijol por los habitantes de Mesoamérica. Probablemente, la milpa evolucionó con distintas variedades de plantas hasta establecerse en la forma que ya conocieron los conquistadores españoles, con el maíz, el frijol y la calabaza como plantas básicas. Una combinación que permanece hasta nuestros días, pero cuyo uso ya no es tan extendido.
Anabel Ford, renombrada arqueóloga norteamericana, que ha pasado su vida estudiando y conviviendo con los mayas que hoy habitan áreas selváticas de Guatemala, Belice y México, sostiene la tesis de que las interacciones de los antiguos mayas con la selva derivó en prácticas agrícolas y forestales sustentables de largo plazo, mismas que permitieron albergar poblaciones muy grandes en la región de Yucatán y Centroamérica. El modelo de la milpa iniciaba con plantas cultivadas de ciclo de vida corto, como el maíz, chile, calabaza y frijol. Después de unos años, agotados los suelos por los cultivos sucesivos, arboles frutales como la anona, el aguacate, el zapote, el cacao y de maderas como ceibas crecían hasta formar un entorno selvático cerrado con la concurrencia de otras especies de árboles y plantas en períodos de mas de 30 años. La selva maya a fin de cuentas es un entorno adaptado por el hombre para su subsistencia y adaptación, hoy amenazada por la introducción de ganado, granjas porcinas, y agricultura de monocultivos, y aún más por grandes obras turísticas y un tren, ejemplos de un desarrollo mal entendido.
Las lecciones de agricultura sustentable elaboradas a lo largo de milenios, estamos a punto de olvidarlas. Investigamos poco de nuestro pasado y de las prácticas acertadas de los pueblos fundadores. Sabemos que el frijol enriquece los suelos con nitrógeno aprovechable por otras plantas, como el maíz. A su vez, el maíz sirve de sostén al frijol, y la calabaza mantiene la humedad y suprime la presencia de algunos insectos. La milpa como hábitat ecológico aún tiene muchos misterios que revelar, y aplicaciones para la sustentabilidad de los pueblos de nuestro país, que no hay que perder de vista ni dejar de practicar.
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