“Educación ambiental para tiempos aciagos”. Reflexiones sobre el más reciente libro de ecosofía de Luis Tamayo*
Héctor Tomás Zetina Vega**
El pasado 9 de octubre se presentó el libro Ecosofía, educación ambiental para tiempos aciagos, en el auditorio de la UPN, Morelos. En el texto, Luis Tamayo nos invita a reflexionar sobre las contradicciones de la interioridad humana y el pretendido distanciamiento moderno de la naturaleza; distanciamiento que, paradójicamente, es ilusorio, puesto que somos parte de ella y nos rigen sus leyes.
A pesar de las promesas sobre futuros habitables en Marte o en la Luna, Tamayo advierte que la vida humana no puede sostenerse sin su vínculo esencial con la Tierra. La Tierra es nuestra madre; sin ella, simplemente dejamos de Ser. Enfrentar esta realidad exige una profunda introspección que nos lleve a cuestionar quiénes somos y cuál es nuestro lugar en el mundo.
En este contexto, la ecología adquiere una relevancia fundamental, recordándonos que todos los seres vivos estamos interconectados en una red compleja de relaciones y que nuestras acciones tienen repercusiones tanto en los ecosistemas como en nuestra propia supervivencia. La idea de que los humanos somos solo una parte de un sistema ecológico más amplio desafía el antropocentrismo que ha dominado el pensamiento moderno, el cual nos ha llevado a una explotación desenfrenada de los recursos. Reconocer la finitud de los recursos y la capacidad limitada de los ecosistemas nos obliga a cambiar radicalmente nuestra relación con la naturaleza a partir de los principios de interdependencia, ciclo de la energía, ciclos biogeoquímicos, homeostasis del ecosistema, diversidad biológica, capacidad de carga y sucesión ecológica. Espero tener la oportunidad de ahondar en estos en una próxima entrega.
Tamayo subraya que el capitalismo global, a través de las corporaciones, ha alienado la cultura, el espíritu y ha degradado tanto la naturaleza como las narrativas que nos conectan con el mundo. La pérdida de biodiversidad, acelerada por las prácticas extractivas, amenaza la viabilidad de la especie humana. Sin biodiversidad, la vida es insostenible; no obstante, las megacorporaciones, centradas en la maximización de beneficios, continúan destruyendo los ecosistemas de los que dependemos. Es aquí donde la ecología se convierte en una herramienta crucial para entender las consecuencias de nuestra desconexión con la naturaleza.
Un aspecto central de este análisis es el papel de la educación. Cuando es crítica y transformadora, la educación puede ser un motor de cambio que empodere a las comunidades para resistir y adaptarse a las crisis ecológicas y sociales.
La resiliencia es otro concepto clave en este diálogo. Las comunidades que valoran y protegen sus recursos naturales y culturales son más capaces de adaptarse a los desafíos climáticos, sociales y económicos. Esta visión evoca el pensamiento de la extraordinaria Vandana Shiva, quien aboga por un cambio en la manera de producir y consumir, en armonía con la naturaleza. La resiliencia implica aprender de aquellas comunidades que han sabido vivir de manera sostenible, respetando los ciclos naturales y protegiendo la biodiversidad.
La crisis ambiental actual no se limita a los daños ecológicos; es, en gran medida, una crisis de valores. La sobreexplotación de los recursos, el crecimiento económico ilimitado y la pérdida de biodiversidad son síntomas de un sistema que ha priorizado el beneficio económico a corto plazo sobre la sostenibilidad a largo plazo. Frente a esta realidad, surgen corrientes de pensamiento que promueven la soberanía alimentaria, la justicia social y la protección de la biodiversidad; elementos fundamentales para imaginar un futuro diferente.
Desde mi perspectiva, la intersección entre la ecología y el colonialismo ofrece una lente crítica para analizar las dinámicas de poder que configuran nuestra relación con el medio ambiente. La descolonización del conocimiento y la revalorización de las prácticas locales y ancestrales son pasos principales hacia la construcción de un mundo más equitativo y sostenible. Estas prácticas, marginadas históricamente por el capitalismo global, proporcionan soluciones sostenibles que respetan tanto la vida humana como la no humana.
Tamayo nos llama a asumir nuestra responsabilidad colectiva hacia el planeta y las generaciones futuras. Este desafío no solo implica un cambio en nuestras prácticas individuales, sino también un cuestionamiento a las estructuras de poder que perpetúan la explotación y la injusticia. La educación, la soberanía alimentaria y la defensa de la biodiversidad son herramientas poderosas para construir un futuro más justo y equitativo.
La sostenibilidad no es simplemente un objetivo a alcanzar; es un compromiso con la vida, con la Tierra y con las futuras generaciones, que también tienen derecho a decidir, y no solo a adaptarse a condiciones de riesgo inminente. Este compromiso depende de nuestra capacidad para trabajar juntos, reconociendo la interdependencia que nos une y actuando de manera solidaria para proteger los recursos finitos de los que depende nuestra existencia.
En última instancia, la crisis civilizatoria que enfrentamos requiere una respuesta global y profunda. Nos obliga a mirar más allá de las soluciones tecnológicas superficiales y a replantear nuestra relación con el planeta. Solo un cambio radical en nuestros valores, impulsado por una educación crítica y una conciencia ecológica, nos permitirá afrontar los desafíos del siglo XXI, y más allá.
¡Alto al genocidio en Palestina!
¡Alto a la guerra contra los pueblos zapatistas!
*Ecosofía. Educación ambiental para tiempos aciagos. Lengua de diablo editores
**Coordinador de Sostenibilidad de la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Morelos
Coordinador del Observatorio Ciudadano de la Calidad del Aire de Morelos
Foto: Héctor Zetina. Río Apatlaco.