Y si no cuento esta experiencia hasta el final, contribuiré a oscurecer la realidad de las mujeres y me pondré del lado de la dominación masculina del mundo.
Annie Ernaux
–¿Por qué y para qué escribe?
–Pero señor, es obvio. Porque alguien (cuando yo era pequeña)
dijo que la gente como yo, no existe.
Rosario Castellanos
Según Virginia Woolf, feminista es cualquier mujer que cuenta la verdad sobre su vida. Así de simple, pero al mismo tiempo, así de complicado. A pesar de los avances, de los excesos, de la altura de la cresta de la cuarta ola de nuestros feminismos, contar nuestra verdad con mínimos detalles, con gestos cotidianos que resisten o no al abuso machista, es una tarea difícil. La verdad sobre nosotras es un entramado con cegueras debido a la normalización patriarcal de las violencias pequeñas o a mayúsculas escalas. Con esa reflexión me acerco a Vuelo de letras, escritoras de Tlaxcala, una antología de cuento y poesía, coordinada y seleccionada por Minerva Aguilar Temoltzin, donde el camino de la emancipación de la mujer supone una autoexploración de la memoria, de cómo nos contamos a nosotras mismas para reconocernos soramente, es decir, para hermanarnos con las peripecias, las cicatrices, los errores de nuestras tramas irresueltas.
He ahí una de las cualidades de esa obra: la honestidad de sus confesiones, la revelación de una ruta en libertad que vía lenguaje rompe cautiverios. Esa propiedad tiene la palabra de la mujer que ennoblece el acero de su espada con la cual escribe. Siempre he pensado que el feminismo entraña, en su lenguaje, en la estética de la liberación, un silencio y un misterio que sólo las mujeres cuando escriben, descubren. La Nobel rumana, Herta Müller, dijo que ella escribe para entender la vida. Esa comprensión de una misma es posible si una no se pone del lado del agresor callando o convirtiéndonos en cómplice. Todos y cada uno de los textos en estas páginas operan en sentido contrario: ahondan en la reflexión que visibiliza el ser mujer, esa condición que cuestiona y, tal como señala Simone de Beauvoir, se crea, se va moldeando mediante pedagogías de la crueldad para que la noción de jerarquía entre los sexos no se deconstruya. La intuición de las autoras que aquí escriben desarticula esa enseñanza mezquina, ese castigo inmemorial a la que dice basta o la que se fuga para salvarse. Agrego que van más allá los poemas de Citlalli H. Xochitiotzin, Ignacia Muñoz, Isolda Dosamantes, Marisol Nava y Tzuyuki Flores, ya que también honran sus genealogías o el matrilinaje de que las define.
Sólo salvadas somos existentes, no seres humanos de segunda clase. El trazo de esa ruta de la heroína de su propio instante; de su poética que toma las fotos del antes y el después, es la única posible. Por eso el feminismo como lámpara, escudo, como camino que colectivamente nos arropa. Cada vez que se publica una antología de textos literarios con énfasis en la libertad las mujeres, todas y todos somos, efectivamente, un poco más libres. Se trata de una verdad ineluctable. Por eso cuando me invitan a glosar o presentar una iniciativa de esta clase, aplaudo, leo, indago, observo las palabras como pliegues o paisajes, reviso las historias y encuentro arquetipos, es decir, la universalización de un yo femenino que se repite en sus iniciaciones para negarse a ser borrada, para implantar y sembrarse en el mundo para florecer fructificando.
Lo anterior persiste en Vuelo de letras trazando una línea de fuga acuática porque “el agua borrando lo que va dictando el fuego”, en palabras de Sor Juana, ya que el lenguaje es un campo de fuerza y, si se pronuncia junto a otras, si nos leemos para abrazar nuestros miedos, para domar a las bestias que nos callan, para romper las celdas de nuestra voz, la palabra cumple su cometido y se concretan algunas de las tareas más importantes de las escritoras feministas: decirle al mundo que con su imaginación les basta y orientar a otras para que transformen su dolor en poder.
*Escritora