

El día de mañana se conmemoran 145 años del natalicio del general Emiliano Zapata Salazar en San Miguel Anenecuilco el 8 de agosto de 1879. Los ideales que justificaron la cruenta Revolución del Sur son considerados la lucha más genuina de la Revolución Mexicana, pues el anhelo zapatista de dotar a los campesinos de Morelos y otras regiones del centro de México de tierras para su labranza se fundaron en uno de los Derechos más antiguos y fundamentales del hombre. Sin embargo, el Caudillo del Sur no estuvo ni está exento de la polémica.
Las posiciones encontradas en torno a su figura están muy marcadas, la controversia entre detractores y apologistas es constante, los primeros le atribuyen excesos, atropellos, así como la destrucción de la bonanza azucarera que hizo del Morelos de finales de siglo XIX y la primera década del siglo XX uno de los territorios de mayor prosperidad en México. Los segundos ven en Zapata al Apóstol del Agrarismo y a un indiscutible líder moral y social que reivindicó al oprimido campesinado mexicano y cuya muerte en Chinameca el 10 de abril de 1919 lo elevó al martirio en el altar de los héroes mexicanos. Asimismo, los detractores de Zapata ven su muerte como producto de un ardid, elemento justificado en el arte de la guerra y sus apologistas como una traición que ha impuesto a Jesús María Guajardo, su victimario, el sambenito perpetuo de traidor.

Con la sangrienta jornada en la Hacienda de San Juan Chinameca, murió el hombre, pero surgió el mito. No en vano al día de hoy, Emiliano Zapata es el mexicano más conocido universalmente, su presencia está asociada a la imagen de México a lo largo y ancho del planeta. Ha sido recurrentemente fuente de inspiración para artistas plásticos, manifestaciones de arte popular, para la investigación documental e histórica, la literatura, el cine, las artes escénicas y bandera para movimientos políticos e ideológicos, algunas veces con justificación y otras con un oportunismo que el mismo caudillo con su carácter recio e intransigente hubiera censurado enérgicamente.
En su tierra natal, la memoria de Zapata ha construido un robusto referente de identidad, memoria histórica y orgullo local. Lo anterior no es cosa menor, pues la entidad ostenta el blasón de llevar el nombre del general José María Morelos y el recuerdo permanente de la epopeya de Cuautla en 1812. Sin embargo, la fuerza del legado zapatista ha hecho palidecer en el estado de Morelos las personalidades no solo del generalísimo insurgente sino de otros tantos próceres y personajes a lo largo de nuestra historia, el monopolio del reconocimiento entre los morelenses se lo lleva Emiliano Zapata.
Si bien Zapata representa una genuina y obligada presencia en la identidad local, indiscutiblemente la mayor, lo deseable sería no dejar en el olvido a otras figuras que han construido un orgulloso pasado en un territorio de pequeña extensión histórica, pero de enorme y milenario pasado.
El nombre de Emiliano Zapata lo encontramos a lo largo y ancho de nuestra geografía en el antiguo San Vicente Zacualpan hoy municipio que lleva el nombre del caudillo, en calles, avenidas, colonias, escuelas, auditorios, ejidos, asociaciones civiles, organizaciones y hasta sitios de taxis. En el discurso político local las menciones no son pocas y las fechas de su natalicio y muerte suelen ser la justificación para organizar sendas cabalgatas en las cuales destacan finos caballos y exóticas monturas y que más allá de refrendar el espíritu y la disminuida vocación agrarista de Morelos se han convertido en un vistoso escaparate para la polémica clase política morelense.

Actualmente el campo de Morelos, está olvidado y rezagado, a pesar de que el corazón de nuestro escudo estatal lo representa una planta de maíz, hoy los campesinos morelenses han dejado de cosechar el icónico cereal mesoamericano debido a los altos costos que representa su siembra. Un rayo de esperanza lo constituye la prioridad que el próximo secretario de agricultura federal, Julio Berdegué, anunció que dará a la producción del maíz. De igual manera se desconoce la trayectoria y esencia del zapatismo, solo se echa mano del nombre del caudillo para oportunismos políticos e incluso económicos. Ser zapatista morelense, no entraña calarse una texana, tan opuesta a los sombreros charros o de palma de los soldados zapatistas, o bien referirse a Zapata como “El Jefe”. Ser zapatista morelense es estar a tono con la obligación de conocer a fondo la historia y legado de la Revolución del Sur, desafortunadamente la situación del campo morelense, así como las poses y oportunismos antes referidos, no llevan a una cruda, pero necesaria reflexión: en Morelos, Zapata ¿vive?
*Escritor y cronista morelense.
Zapata de Víctor Gochez, colección del autor.
