
Cenando en la Barranca
Al leer el segundo número de La Plaza de La Jornada Morelos, dedicado en buena medida al tema de las barrancas de Cuernavaca, su deterioro y el abandono en que las tienen las autoridades, de inmediato recordé una memorable cena a la que fui invitado hace años por el alcalde de la ciudad.

Tuvo lugar en una especie de terraza o explanada que se encuentra en el paseo ribereño de la Barranca de Amanalco. La cita fue al atardecer en el Puente Porfirio Díaz y, cuando el pequeño grupo estaba completo, bajamos todos juntos por una larga escalera hasta el andador y caminamos al sitio previsto para el ágape.
La cena en sí misma fue buena (no extraordinaria; podría haber sido mejor), más la experiencia fue fantástica. Como acababa de terminar la temporada de lluvias, el río había lavado su cauce y no había malos olores.
Los acantilados de la barranca, iluminados discretamente con luces indirectas de color natural, ostentaban como si fueran lianas esas larguísimas raíces que cuelgan desde arriba y casi tocan el fondo, raigambre de los árboles superiores. Y otras especies arbóreas, sobre todo amates, lucían, desafiando la gravedad, abrazadas de las paredes prácticamente verticales.
La barranca esconde en su entraña un oasis insospechado. Afuera prevalecen los guayacanes, laureles de la India, las buganvilias y demás vegetación originaria e introducida que adorna con profusión nuestra urbe, desarrollándose felizmente gracias al clima incomparable que disfrutamos (no es gratuito el apodo humboldtiano de la ciudad de la eterna primavera). Pero adentro, en la barranca, es otro mundo: cambia el clima, la flora y la fauna, aunque a esta última no la veamos con facilidad. Es un microclima subtropical feraz y exuberante. De manera increíble y sorpresiva, después de unas cuantas decenas de escalones, el entorno cambia por completo. Y todas esas maravillas siguen ahí…

No sé quien asesoró a las autoridades para llevar a cabo la atinadísima construcción de ese paseo ribereño en el fondo de la barranca, pero fue un visionario con mirada de artista. El andador estuvo abierto durante años y era muy visitado por cuernavacenses y turistas, quienes lo recorríamos boquiabiertos. Incluso había un “turibús” de dos pisos que incluía en su recorrido por nuestra capital morelense, una escala en la Barranca de Amanalco, muy bien planeada: los turistas se bajaban en el Puente Porfirio Díaz para bajar al paseo ribereño y los recogía una hora después en la salida del andador, unos 300 metros aguas abajo, en el puente de la calle Carlos Cuaglia, en el sitio que llamaban Los Lavaderos. Allí sube otra escalera desde el río hasta la calle.
Pero algo sucedió. Quizás la eterna envidia de los políticos en contra de todo lo hecho por sus antecesores, aunque sean grandes aciertos. Lo cierto es que, hace ya años también, que el paseo ribereño está cerrado.
Mis sucesivos y diferentes trabajos, y la suerte, me llevaron a conocer muy buena parte del mundo y puedo afirmar que, barrancas tan bellas como la de Amanalco, debe haber muchas en otros países. Mas con un andador en su interior, no son tantas. ¡Pero en pleno centro de una ciudad no hay otra igual! Los lugareños suelen olvidarse de las cosas notables que tienen, porque les son cotidianas. Ya no se percatan de sus prodigios locales, les pasan desapercibidos. Ello les sucede a los gobiernos.
Morelos es un estado eminentemente turístico y Cuernavaca lo es aún más: clima formidable, arte virreinal admirable, importantes vestigios prehispánicos, museos notables, activa vida cultural. Y una barranca sorprendente con un andador en su seno que la hace única a nivel mundial ¡¡¡cerrada al público!!! Increíble. Decepcionante. Aberrante.
La inversión completa ya está hecha desde hace décadas. El camino volado, su cimentación, sus amarres, sus puentes y escaleras. Se usó con éxito durante años. ¿Qué pasó? Que si el terremoto, que si la seguridad, puros pretextos. Hace poco se restauró lo necesario para reabrir el paseo al público y un desafortunado accidente hizo que se clausurara el mismo día de su reinauguración. Si algo hizo mal el contratista, compónganlo, pero no priven a la ciudad de esta maravilla. Que supuestas y muy equivocadas consideraciones políticas no prevalezcan sobre el bien común.
Reabrir el andador ya construido podría ser el primer paso para continuarlo. ¿Se imaginan qué experiencia insólita e impresionante sería bajar por una escalera al fondo de la barranca desde el Paseo del Conquistador, atrás de Walmart y la Lasalle, y caminar cómodamente por un corredor aguas abajo, pasar junto al manantial de El Túnel por debajo de la ciudad y conectar en el Puente Porfirio Díaz con el paseo ribereño actual? Sería uno de los atractivos turísticos más llamativos del país. Y ya tenemos la primera parte lista…
Claro, hay que fajarse los pantalones. A mediano plazo resolver las descargas clandestinas de aguas negras a la barranca y, sobre todo, de inmediato, garantizar la seguridad. Como hoy solo hay dos accesos, no puede ser algo imposible. Solo hay que proponérselo.
* Historiador.

