En Morelos se nos juntaron los problemas: el bosque se queda sin árboles y la gente sin dinero. De sus 234 mil hectáreas de bosques o selvas, apenas quedan 34 mil bien conservadas; el resto ya está dañado o quemado. Y, mientras tanto, el salario promedio para un trabajador formal ronda los 2 mil 570 pesos al mes. Así, ni bosque ni bolsillo aguantarán mucho.
Aunque parezca que ambos temas no tienen mucho que ver entre sí, en la realidad tienen preocupantes vasos comunicantes que no siempre son evidentes: la precariedad laboral empuja a la tala clandestina; la degradación ambiental encarece el agua, reduciendo el ingreso disponible, la productividad agrícola y la factibilidad industrial. Se trata de un círculo vicioso donde la pobreza sirve de combustible para la deforestación y ésta profundiza la pobreza.

El monte no se quema solo. Solo en 2024 se quemaron 4 mil 600 hectáreas; en 25 años van más de 4 mil incendios de importancia; un talador clandestino gana aproximadamente 4 mil pesos por cada pino, lo que significa que con cuatro árboles talados gana más que todo un mes en un empleo formal, y, como si hicieran falta, además están las plagas como el escarabajo descortezador que también hace estragos, aunque parece que a nadie le preocupa.
Por otro lado, el trabajo no alcanza. Casi la mitad de quienes tienen un empleo no ganan lo suficiente para comprar la canasta básica, esto, aunque uno de cada cuatro trabajadores labora más de 48 horas a la semana, promedio muy superior a lo que establece la ley y, si usted es mujer, peor: gana, en promedio, 21 por ciento menos y tiene muchas probabilidades de no gozar de ninguna prestación pues prácticamente 7 de cada 10 trabajadoras están en la informalidad. Y la justicia laboral es muy lejana pues resolver los 22 mil expedientes que ya tiene, le podría llevar 40 años al actual aparato judicial.
Así, no es difícil entender por qué alguien entra al negocio de la tala ilegal: simplemente porque paga mejor y más rápido que cualquier fábrica o tienda. La falta de empleos dignos alimenta la deforestación, y la deforestación disminuye el agua y el turismo que podría generar empleos dignos. Se genera un círculo vicioso con sello morelense.
Entre las alternativas que existen para remediar esta situación, los que saben, proponen cosas como pagar por cuidar el bosque, que siempre es mejor que alguien pague por destruirlo; acelerar la justicia laboral para evitar caer en la tentación de alternativas lucrativas aunque ilegales para buscar el sustento; involucrar a las comunidades en capacitaciones verdes que incluyan nociones de ecoturismo y que los gobiernos sean quisquillosos cuando se fomenten alternativas productivas para privilegiar los negocios que, además de crear empleos formales, conserven el agua y el suelo, en lugar de fomentar la informalidad y agotar los recursos.

Si seguimos como vamos, para 2050 podríamos tener un estado seco, con salarios de sobrevivencia y bosques convertidos en memoria. La alternativa es darle la vuelta: pagar salarios dignos, cuidar el monte y garantizar el agua. Las dos cosas van juntas o no funcionarán. Sin árboles no hay agua; sin sueldos, no hay futuro. Y, sin ambos, la eterna primavera de nuestro estado podría no resultar tan perenne.
