Vida para todas
- Víctimas indirectas de feminicidio y desaparición narran su calvario frente a la inoperancia de las autoridades de procuración de justicia en el estado.
- La demanda de paz y castigo a los agresores de mujeres se mantiene en el estado que suma ya 108 feminicidios en lo que va de este año.
- Colectivas feministas marcharon para conmemorar el Día Internacional por la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres.
Los tambores volvieron a resonar por las estrechas calles del centro de Cuernavaca para acompañar la muy añeja, pero también ignorada demanda de las mujeres por una vida libre de violencia en un estado donde uno de los mayores riesgos, según colectivas feministas y organizaciones de derechos humanos, es haber nacido mujer.
Los carteles y mantas que las columnas formadas por ellas han trazado sobre la calle Matamoros evidencian esa verdad, con las demandas de justicia para las víctimas de feminicidios, Mafer, Dulce, María, y muchas otras que a la vez son todas.
Un papalote brillante con la leyenda “soy la niña que subiste a la fuerza”, pudiera resumir el ritornello de los tambores y de la demanda pendiente de atención, “paz, justicia y vida para todas”.
Antes de la caminata, Andrea Acevedo, de Divulvadoras, una de las organizaciones promotoras de la marcha, expuso que la idea de esta movilización fue que las colectivas feministas arroparan a madres víctimas indirectas de feminicidio y madres buscadoras… queremos hacer un llamado a la sociedad para que no sea indiferente, para que no justifique la violencia contra las mujeres, para que no fomenten y alimenten esos discursos que hacen pensar que las mujeres merecemos la violencia en la que vivimos”.
Andrea Acevedo recordó que la violencia contra las mujeres aumenta porque la sociedad es cómplice al guardar silencio y justificarla, y por autoridades que no hacen su trabajo y no tienen la voluntad política para sancionar cualquier forma de violencia contra las mujeres.
“Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente”, protestan con razón frente a los 108 feminicidios cometidos este año, y los otros cientos de los que nadie se acuerda y cuyos autores siguen impunes, la mayoría ni siquiera señalados por autoridad alguna.
“Justicia para las desaparecidas, justicia para las asesinadas, porque puede ser tu hermana, porque puede ser tu amiga, porque puede ser tu madre, porque puede ser tu hija. Ni una más, ni una más, ni una asesinada más”, claman ellas vestidas del negro que se usa en los funerales, y el violeta que uniforma su lucha.
Las mujeres cargan a sus muertas, representadas en una veintena de monigotas bordadas con flores, letras, colibríes y rostros. Las cargan también en una enorme manta morada con los dibujos y nombres de las víctimas, todas las que, sin deberlo, nos faltan todos los días. Otras cargan girasoles o carteles. Pero todas juntas traen a cuestas el mismo dolor y la misma exigencia que tristemente es la misma que hace un año y que hace dos y que hace tanto tiempo que parece siempre.
La caminata llega hasta la plaza frente a Palacio de Cortés, donde gritan “Justicia para las asesinadas, justicia para las desaparecidas, Vida para todas”.
María Molina, madre de Mafer -artista y activista víctima de feminicidio- tomó el megáfono para leer una carta que escribió a la presidenta, Claudia Sheinbaum Parto, en que recuerda que el 22 de noviembre pasado se cumplieron once meses “del brutal feminicidio y hallazgo de mi hija, en el arcén de la carretera de Acapulco, semivestida, envuelta en una sábana, golpeadísima y con un balazo en la cabeza. La Fiscalía de Feminicidio en Morelos, me dijo en alguna de las primeras citas que había coincidencia por balística con algunos otros eventos que tenían que ver con el crimen organizado. Me aterraron haciendo comentarios e implicaciones de que mi hija tuviera algún nivel de responsabilidad por consumo de sustancias, velada y dolosamente, para luego desaparecer dejándome sin noticias por meses”.
Narra también que “la Comisión de Atención a Víctimas se avocó a ayudarme a dejarme ir del estado y se desentendieron por completo después. El Instituto de la Mujer me dio apoyo tanatológico con algunas cuantas sesiones. Mujeres que enfrentan estos casos desde sus trabajos con perspectiva de género me cuentan, fuera de registro, que los grupos de delincuencia organizada están divididos entre el gobernador (o antes gobernador) y el fiscal; y la policía no se lleva con la Guardia Nacional y tampoco con los forenses que no tienen presupuesto para investigar, ni estudiar, ni determinar con veracidad absolutamente nada. La ciberpolicía no sé qué hace, pero dice la ministerio pública que me atendió en ese espantoso inicio de la investigación que los resultados no serían revelados. Y esta es la hora en que nadie supo. Lo único que me queda claro es que a ellos también hay que tenerles miedo”.
La denuncia se unió a otras decenas en torno a las omisiones de las autoridades que incluyen dilación, no dar a conocer las carpetas de investigación a familiares de las víctimas, ocultamiento de información, omisión de protocolos de investigación por feminicidio (en Morelos no se aplica el establecido por la Suprema Cortes de Justicia de la Nación en torno a que toda muerte violenta de mujer debe ser considerada primero como un feminicidio).
Los contingentes se diluyen, pero su exigencia seguirá en cada frente: en los despachos oficiales donde no se les escucha, entiende ni atiende; en las calles y el transporte público donde son víctimas diarias de acoso y abuso; en las casas donde lo que debía ser un hogar se convierte en infierno de violencia y miedo.